“Si tú quieres tener una población conformista, ¿qué mejor que decirle a todo el mundo que tienes que pensar positivamente y aceptar que cualquier cosa que vaya mal en sus vidas es por su propia culpa?”
En su nuevo libro, Bright-Sided: How the Relentless Promotion of Positive Thinking Has Undermined America (Metropolitan/Holt, Octubre de 2009), Barbara Ehrenreich examina los orígenes del optimismo contemporáneo desde los sanadores del siglo XIX a los consumistas del siglo XX. Explora como esta cultura del optimismo nos impide responsabilizar tanto a los jefes de las corporaciones como a los políticos electos.
El optimismo fabricado se ha convertido en un método para hacer sentir culpables a los pobres de su pobreza, a los enfermos de su enfermedad y a las víctimas de despidos corporativos por su incapacidad para conseguir trabajos que valgan la pena. Las megaiglesias sermonean el “gospel de la prosperidad”, exhortando a los pobres a que visualicen el éxito económico. Las empresas han abandonado la toma racional de decisiones, optando por el liderazgo carismático.
Esta obsesión por mirar el lado brillante o positivo de lo negativo nos ha llevado al actual colapso financiero; los líderes empresariales optimistas –asistidos por funcionarios ingenuos- han tomado muy malas decisiones.
Recientemente en la revista In These Times Anis Shivani habló con Barbara Eherenreich sobre nuestra inclinación hacia el optimismo simplista.
La promoción del optimismo ¿es un mecanismo de control social para mantener al sistema en equilibrio?
Si quieres tener a una población conformista, ¿qué podría ser mejor que decir que todos tienen que pensar positivamente y aceptar que si algo va mal en sus vidas es su propia culpa, porque no han tenido una actitud lo suficientemente positiva? De todos modos, no creo que exista algo así como un comité central que diga, “esto es lo que queremos que crea la gente”.
Esta tendencia se dio en los Estados Unidos porque en los 80s y 90s se convirtió en un negocio. Podrías escribir un libro como Who Moved My Cheese? (¿Quién me quitó mi queso? N. de la T.), que es un clásico sobre la aceptación de despidos con una actitud positiva. Y luego contar con que los empleadores lo compren para distribuirlo gratis entre sus empleados.
¿Entonces esto se dio a comienzos de los 80s y más aun en los 90s cuando la globalización realmente despegó?
Estaba mirando la época de los despidos masivos, que comienza en los 80 y luego se acelera. ¿Cómo controlas la fuerza de trabajo cuando no hay seguridad en el empleo? ¿Cuándo no hay recompensa por estar haciendo un buen trabajo? ¿Cuándo podías ser despedido sin que tuviera nada que ver con tu desempeño? Cuando esto comenzó a suceder, las empresas empezaron a contratar predicadores motivacionales para comunicarse con su gente.
¿Este ‘pensar en positivo’ no podría ser lo que la cultura empresarial quiere que todos crean, pero en la cúspide de la organización las personas continúan siendo totalmente racionales?
Esto es lo que yo intuía cuando comencé esta investigación. Pensé, “tiene que ser racional en las altas esferas. Alguien tiene que ponerle el ojo a los beneficios”. Históricamente, la ciencia de la administración se centraba en la empresa racional, hojas de cálculo, árboles de decisión y las decisiones se basaban en análisis concienzudos.
Pero luego todo fue desplazado en favor de una nueva noción de lo que es la administración empresarial. La palabra que usan es “liderazgo”. El CEO y los altos ejecutivos no están ahí para analizar y planear sino para inspirar a la gente. Ellos han afirmado tener esta extraña capacidad para detectar las oportunidades. Fue una sorpresa encontrar hasta dónde la cultura empresarial había sido infiltrada, no solo por el ‘pensamiento en positivo’, sino también por el misticismo. La idea es que ahora las cosas se mueven tan rápido en esta era de la globalización, que ya no hay más tiempo para pensar. Entonces encuentras cada vez más CEOs reuniéndose en rituales y ceremonias místicas (N. de la T.: La autora menciona tres: “Sweat lodges”, “drumming circles” y “vision quests”, todos ellos ancestrales rituales indígenas) para entrar en contacto con su Gengis Khan interior o lo que sea que busquen.
Lo mismo sucede en política exterior. Hemos abandonado el sentido de realismo. Lo hemos visto con Bush y también con Obama, a pesar de que éste es más realista. ¿Existe una conexión entre el optimismo y el crecimiento del imperio?
En los 80, Reagan promovió la idea de que los Estados Unidos eran especiales y que los americanos eran gente elegida por dios, destinada a prosperar, y ser la envidia del resto del mundo. Igualmente, Bush se vio a si mismo como el optimista a cargo, como un animador –que había sido su trabajo en la Universidad-. Esto es muy parecido a cómo los Directores Ejecutivos están comenzando a verse a sí mismos: como personas cuyo trabajo es inspirar a otros para que trabajen más duro a cambio de menos paga y ninguna seguridad en el trabajo.
¿Dirías que Obama es nuestro animador a cargo?
Todavía no lo he resuelto. Él habla mucho sobre la esperanza. Y como ciudadana yo no quiero oír nada sobre “esperanza”, sino sobre “planes”. Todavía me parece una persona racional, que piensa en todas las posibilidades y alternativas.
Escribiste que la ciencia del pensamiento positivo nació en las universidades de la Liga Ivy (N. de la T.: Grupo de ocho universidades privadas de prestigio de EEUU). Es asombroso para mí que un curso sobre felicidad en Harvard pueda reunir casi 900 estudiantes.
Eso fue en 2006. Y esos cursos se han diseminado por todo el país: cursos en psicología positiva donde dedicas tiempo a escribir cartas de gratitud a tu familia, cartas de perdón (sin importar si las envías o no), conectándote con tus sentimientos de felicidad, y no creo que sea esto en lo que deba consistir la educación superior. Las personas van a la universidad a aprender pensamiento crítico y el pensamiento positivo es la antítesis del mismo.
Has escrito mucho sobre el calvinismo. ¿Es acertado decir que tienes un gran problema con el calvinismo?
Al explorar por qué los Estados Unidos se convirtieron en el lugar de nacimiento del ‘pensamiento positivo’, llegué a la conclusión de que se relaciona con los primeros pensadores en positivo. Este tipo de pensamiento representó, en los comienzos, un rechazo a la corriente calvinista en el protestantismo estadounidense a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Esa clase de calvinismo enloqueció a la gente, literalmente. Se trataba de pensar que eras un pecador, que tu entera existencia por toda la eternidad sería un tormento en el infierno. Causaba depresión. Causaba dolencias físicas. Era una pesadilla. Entonces algunas personas a comienzos y mediados del siglo XIX dijeron, “espera un minuto, las cosas no son tan malas”. Ralph Waldo Emerson fue, probablemente, el mejor ejemplo conocido.
¿Podrías llegar incluso hasta el Iluminismo –la principal filosofía optimista-? Para nuestros padres fundadores era bien conocida. ¿Es ese un tipo de optimismo que tú apruebas? Y, finalmente, ¿cuál es la diferencia entre la persecución de la felicidad como manifestación de optimismo y el actual optimismo del que tú hablas?
Cuando los padres fundadores emprendieron la guerra revolucionaria, no dijeron, “vamos a ganar porque visualizamos la victoria”. Ellos sabían perfectamente bien que podían perder y ser colgados como traidores. Requirió un coraje existencial decir: “vamos a emprender esta lucha sin saber si ganaremos, pero bien moriremos intentándolo”.
Entonces, ¿de dónde vino el giro?
El giro tuvo mucho que ver con los ajustes de plantilla (down-sizing), cuando las corporaciones se apropiaron [del pensamiento positivo] como medio de tranquilizar su fuerza de trabajo descontenta. La alternativa es el realismo. Pensemos en lo que realmente sucede; recabemos toda la información que podamos; veamos cuáles son las opciones; busquemos cómo resolver este problema. Suena muy trillado y simplista, pero no es así como el pensamiento ha funcionado.
¿Está el movimiento progresista infectado por esta costumbre de ver la parte positiva?
Los progresistas no son inmunes a ella. Recuerdo a Mike Harrington (N. de la T.: un fundador de los Socialistas Democráticos de América) como un orador y que siempre, siempre terminaba con una nota optimista. Sin importar qué sucediera, él terminaría diciendo que había una enorme oportunidad para la izquierda. Hoy no sé si podríamos hacerlo. Pero no tenemos otra opción que intentarlo.
¿Quieres decir que necesitamos tener optimismo, pero basado en la realidad?
No lo llamo optimismo. Lo llamo determinación. Una de las cosas a las que me he consagrado durante mucho tiempo son la pobreza, las clases y la desigualdad. Estas cosas no desaparecerán mientras yo viva, pero no será porque no lo intente. Y ese es un tipo de espíritu diferente que el optimismo.
Algunos dirán que tu enfoque es racional, gradual y no precisamente emocionante. ¿Cómo responderías a eso?
No creo que el mío sea un enfoque árido, demasiado intelectual. Piensa en lo que estamos combatiendo en el frente económico y ambiental. Una gran cantidad de gente no estaría por la labor. Están las amenazas ecológicas a la especie humana. Hagamos algo al respecto. Lo que sería más irresponsable es decir, “si pensamos que todo irá bien, entonces irá bien”.
Barbara Ehrenreich es la presidente de la “United Professionals” y autora, recientemente, de This Land Is Their Land: Reports From a Divided Nation.
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