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lunes, 25 de abril de 2011

Saskia Sassen, investigadora de las ciudades globales

Gobiernos de bolsillo:
"estudio cómo el poder y el dinero convierten fronteras y estados en sus instrumentos y las ciudades en sus escenarios"

Junto con el Nobel Joseph Stiglitz, Saskia Sassen estudia las nuevas estrategias del capitalismo globalizado en la Universidad de Columbia. Y anda ahora fascinada por cómo los primeros ministros crean sus kitchen cabinet, sus gobierno de bolsillo, para eludir el control parlamentario y, entre elecciones y elecciones, mandar a su antojo con sus propios interlocutores sin dar cuentas a nadie. Esos minigobiernos suelen integrarlos los responsables de la Economía –más o menos en la sombra– y los asesores favoritos del presidente. Así el resto de ministros, su partido y, por supuesto, los diputados suelen convertirse en meras comparsas de las decisiones que cada vez toman menos personas.

Sabe quiénes son hoy los más nacionalistas?
¿...?
Las clases medias.
¿Por qué?
Porque las clases altas son cosmopolitas: si ellos pueden elegir lugares de todo el planeta... ¿Por qué se van a limitar a invertir, vivir o relacionarse en un solo estado?

Y las clases bajas también son cosmopolitas y globalizadas, pero justo por lo opuesto, porque no pueden elegir. Son emigrantes.

Buscan integrarse en un país próspero.
Y se van volviendo nacionalistas en la medida en que reciben los beneficios de ser ciudadanos del Estado de acogida. Es decir, se hacen nacionalistas en la medida en que progresan hasta formar parte de la clase media.

¿Vamos a un mundo más nacional o más globalizado?
Depende de lo que convenga a quienes manden en cada momento. Fíjese en la última crisis financiera: al principio era global...

Más global, imposible.
... Sin embargo, las soluciones han tenido que ir dándolas a nivel nacional los estados, que se han endeudado para pagar esas deudas creadas por las corporaciones financieras globalizadas.

Y aún las pagaremos durante años.
Así que los contribuyentes, la clase media, de cada Estado no han gozado de los beneficios de la globalización financiera, pero ahora están obligados a pagar sus abusos con impuestos y recortes de salarios y empleos.
No dice usted nada nuevo.
Pero es que además lo hemos demostrado.

¿Cómo?
Carlos Ratti y yo diseñamos un software que registraba todas las llamadas telefónicas de la ciudad de Nueva York: adónde llamaban los neoyorquinos; a qué horas y de dónde les llamaban.

Sugerente.
Lo titulamos Two geographies of talk (Dos geografías de la conversación) y lo que demostró el proyecto es que las clases más altas y las más bajas eran las más globalizadas, las más internacionalistas.


¿Sólo por los países con los que hablan?
Ccreo que es un indicador definitivo. Las clases más altas tenían sus redes sociales esparcidas por todo el planeta, como las más bajas. Aunque por diferentes motivos, claro.
¿...?

El inmigrante busca una patria que le mantenga y el millonario puede tenerlas todas.
¿Y si sólo fuera así en Estados Unidos?
Los resultados del estudio no diferirían demasiado en Barcelona o en cualquier ciudad de la Unión Europea.

¿Y la clase política?
En EE.UU. desde luego no se distinguen por su cosmopolitismo: más del 30 por ciento de los miembros del Congreso no tienen pasaporte, porque nunca lo han necesitado. Nunca han viajado fuera de su país.
Muy cosmopolitas no parecen.

Su mundo es EE.UU. En cambio, en Europa, el concepto de “la capital del Estado” que en los siglos XIX y XX era el lugar donde estaba el teatro nacional; la ópera nacional; el museo nacional... ¡lo mejor de la cultura de cada país!, ahora está en crisis.

 
¿Por qué?

Porque las nuevas élites ya no quieren sólo una capital nacional, sino que disponen de una red de ciudades cosmopolitas a su antojo y las usan todas: van de compras a Nueva York; ven ópera en Viena; moda en París o un estreno de teatro en Londres.

Pero en algún sitio tienen que vivir.
Suelen tener viviendas en varias ciudades y se mueven entre ellas. Aunque lo decisivo es que ya no necesitan proyectarse como élite en su capital como antaño. De forma que esos proyectos nacionales de capital se han quedado funcionariales y anticuados.
También está el turismo low-cost.

Las clases medias imitan a las altas y también juegan a su propia red de ciudades en las que proyectarse, pero más barato. Y de ese modo, las grandes capitales, como Barcelona, ya no son sólo de Catalunya o de España, sino que son parte de la red cosmopolita de ciudades globales a las que va viajando todo el mundo durante todo el año.

 
¿Cuántas son?
Unas setenta en todo el planeta y desde luego Barcelona y Madrid están entre ellas.

 
Capitales que hablan muchas lenguas.
Es un signo de su éxito. Esas urbes ya no son sólo capitales con lo mejor de un país, sino parte de una red de lo mejor del mundo. Y, además, ya no son sólo la capital de sus élites nacionales, sino también un escaparate de las minorías de todo el planeta.

¿En qué sentido?
Sabrá usted que está en una ciudad global, porque la eligen para vivir los colectivos homosexuales, minorías etnicas, creadores inconformistas, innovadores desclasados...

 
¿Y eso es bueno?
Siempre lo ha sido. La novedad es que antes ese paisaje sólo aparecía en las megacapitales: París, Londres, Nueva York... En cambio, ahora, ese nuevo tejido social distingue a todas las ciudades de la red cosmopolita.
Eso es globalización por abajo.


Y por arriba: la mayoría de los edificios emblemáticos de esas setenta capitales mundiales como Barcelona no son propiedad de sus ciudadanos, sino de fondos globales con pabellón de conveniencia: el Empire State no es estadounidense como tampoco los grandes edificios parisinos o londinenses son de propiedad francesa o británica.

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