¿Cómo saben los científicos qué investigar?
Publicado por Pablo Artal
Si está leyendo esto, usted probablemente pertenece a esa minoría de personas convencidas de que la ciencia y la tecnología son el motor que mueven el mundo hacia el futuro. Yo también estoy convencido de que nos hacen la vida más fácil y más larga a millones de personas. Y a un nivel más local, nuestro bienestar social y económico va a depender de ser capaces de mantener un tejido creador, que ciertamente está en peligro. Y en el centro del progreso de la ciencia se encuentran las personas que la hacen: los científicos. Es esta una profesión que ha evolucionado, se ha profesionalizado, pero sigue teniendo algunas características especiales. Requiere de imaginación, tenacidad, y —quizás lo más importante— de instinto para responder a la pregunta del título de este artículo.
Una pregunta que nos suelen hacer a los científicos es: ¿cómo sabe en lo que tiene que investigar? Si la pregunta la hace alguien bastante joven, a mí me gusta responder con la analogía de los exploradores que se adentran en un terreno desconocido, como una espesa jungla, para tras abundantes penalidades encontrar algo importante, por ejemplo, las fuentes del Nilo. Me imagino que para aquellos que ven desde fuera nuestra profesión existen múltiples estereotipos del científico, bien arraigados por el cine y la cultura popular. Quizás el más predominante es la imagen de alguien despistado, con el pelo revuelto y gafas de pasta. La otra imagen recurrente de científicos es la de aquellos con bata blanca encerrados en un laboratorio de química rodeados de probetas y matraces entre humos de colores.
En la ciencia, la elección del problema que queremos resolver es quizás más importante que decidir los métodos, el equipo necesario y el propio trabajo a realizar en busca del descubrimiento. Mis estudiantes y colaboradores conocen bien una de mis obsesiones: hacernos las preguntas adecuadas antes de empezar una nueva investigación. Encontrar y definir lo que es un buen problema es fundamental para el científico. Pero las preguntas del millón de euros son las siguientes: ¿cómo saber si un problema es bueno? ¿cómo lo elegirlo?
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Por supuesto, no existe una respuesta única a estas preguntas y dependerá de cada uno, de sus propios intereses, de sus capacidades, de su entorno y de sus aspiraciones. Una premisa importante, y que quiero resaltar, es que para lograr un avance significativo se debe haber llegado previamente lo suficientemente lejos. Por eso es tan importante en la ciencia la formación y el aprendizaje, que necesariamente debe ser largo y mantenerse siempre. Si me permiten volver al símil del explorador, primero es necesario llegar al corazón de África, puesto que si te encuentras a miles de kilómetros no será posible descubrir dónde nace el Nilo. Insisto en que la ciencia es una actividad de fondo, de largo recorrido. No es posible llegar a obtener importantes resultados de la noche a la mañana, se requiere siempre de un gran esfuerzo.
En la elección de los problemas científicos hay dos parámetros importantes a considerar: su relevancia y su dificultad. Si se aspira a resolver un problema cuya solución signifique un avance que realmente importe a los demás y tenga un gran impacto, normalmente será también de los más difíciles. Un arte, o habilidad, que tienen los mejores científicos es encontrar problemas que a la vez son muy importantes, pero pueden ser resueltos. Si uno se queda en estas dos situaciones extremas el fracaso está casi asegurado. No es recomendable pensar solo en temas tan relevantes que son inalcanzables ni atacar problemas muy simples, pero que carecen de interés.
Es quizás más importante pensar en estos aspectos al principio de la carrera investigadora. Cuando un joven empieza haciendo su tesis doctoral, uno sigue las sugerencias de su director. Será este el que tenga la responsabilidad de que se haya valorado la importancia del problema propuesto al doctorando. Pero mi recomendación es que se debe ser crítico desde el comienzo y los jóvenes deben insistir en hacerse estas preguntas. No hay nada peor para una carrera científica que esté basada en buscar soluciones a problemas que no merecen la pena.
Además, el camino hacia el objetivo no es una línea recta y van surgiendo derivaciones hacia algo que no habíamos pensado inicialmente y que a veces puede ser incluso más importante. En estos caminos de exploración nunca estamos solos, más bien corremos rodeados de otros colegas que en cualquier parte del mundo van en busca de las mismas o similares respuestas. Uno de los mayores placeres en la ciencia, como les debía ocurrir a los exploradores, es llegar el primero a un descubrimiento. Aunque lo más normal en muchas ocasiones es que cuando llegas ya había alguien ahí y uno se siente más como Stanley al llegar al lago Victoria diciendo: «el doctor Livingstone, supongo».
Me viene bien el ejemplo de la carrera hacia el descubrimiento para volver a insistir en las dificultades de ser científico en España. Es normal sentir que hacemos esas carreras a la «pata coja» mientras que otros colegas en otras latitudes van al menos en bicicleta. No es solo una cuestión de dinero, que también, es más de todas las dificultades burocráticas y de funcionamiento que tenemos que superar a diario.
Si usted ha llegado a leer hasta aquí, estará pensando con toda la razón, que casi todo lo que he dicho para la ciencia se puede aplicar para muchas otras actividades humanas. Es muy importante para cualquier asunto que emprendamos como individuos, o como organizaciones, tener primero bien definido el destino y las razones que nos han llevado a elegirlo. Si este es correcto, tendremos mucho ganado y ya solo nos quedará hacer el camino en sí mismo. Si no lo tenemos claro, podremos estar dando vueltas alrededor de nosotros mismos sin sentido y sin avanzar, perdiendo tiempo y energía.
Como sucede a menudo en la vida, la pregunta suele ser más importante que la respuesta también en la ciencia.
https://www.jotdown.es/2018/04/como-saben-los-cientificos-que-investigar/
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