¿Por qué el MMS no puede curar la COVID–19?
...ni la malaria, ni el autismo, ni el cáncer, ni... y, en cambio, puede perjudicar irreversiblemente nuestra salud.
La crisis pandémica mundial, originada por la enfermedad COVID–19 y causada por el virus SARS–CoV–2, está aflorando lo mejor de nuestra condición humana. Nunca la sociedad había mostrado tal nivel de coordinación y sacrificio para paliar —en la medida de lo posible, con infraestructuras desbordadas y personas arriesgando constantemente su integridad física— los efectos de la epidemia, tan injusta sobretodo con nuestros mayores.
El comportamiento heroico del personal sanitario, de las fuerzas de seguridad, de los trabajadores de la alimentación y de los demás sectores esenciales, es digno de tal elogio que las palabras resultan insuficientes. No menos relevante es el confinamiento que todos hemos asumido con el mejor ánimo. Es mi convencimiento que, una vez superada la crisis, veremos este sacrificio como algo que exageradamente valió la pena.
Esta población, que ha demostrado tal nivel de sensibilidad con los más débiles, está luchando lo indecible, mientras que, a la vez, se enfrenta a sus propios temores, ya sea el miedo al contagio, el sufrimiento de los más allegados, la incertidumbre económica... Es por ello por lo que cualquier esfuerzo para mitigar estos miedos, al menos en parte, es más que obligatorio. De ahí a que me atreva a escribiros este artículo.
La llegada de las fake news
En estos días de contacto exclusivamente telemático, unos cuantos parientes y amistades me han hecho llegar los vídeos de Andreas Kalcker y de Josep Pàmies, donde se recomienda el uso del MMS, la "Miracle Mineral Solution", para curar la COVID–19, además de muchísimas otras enfermedades muy graves. Por cierto, me desconcierta que Kalcker acuse, en su vídeo, de "rapidez" a la comunidad científica para caracterizar el genoma del coronavirus, y en cambio no sea pronto para que el MMS pueda ser un tratamiento eficaz y sin efectos secundarios.
Aquellos que me han contactado son personas allegadas. Gracias a ello, un mensaje de tranquilidad, y recomendación de ignorar las noticias circulantes, es más que suficiente. La confianza de la proximidad, amistad y parentesco permite no tener que entrar en detalles sobre el tema, y no requiere tener que justificar, de forma convincente desde un punto científico, por qué no es posible que funcionen como medicamentos, sino que, además, son potencialmente peligrosos.
Pero estas explicaciones deben salir a la luz, puesto que los argumentos basados en la evidencia científica deben diseminarse en un lenguaje más adaptado al ciudadano medio. Os explico entonces por qué el comportamiento químico de las sustancias de las que hablamos, no encaja con lo que los proponentes del MMS afirman.
¿Que és el MMS?
Se trata de una mezcla de dos compuestos: las sustancias denominadas clorito sódico y ácido cítrico, que se pueden suministrar juntos o por separado. La primera es un sólido granuloso blanquecino, mientras que el segundo es un ácido débil muy presente en ciertos alimentos.
La preparación de la mezcla se realiza disolviéndola en agua, y en este formato se suministra. Se trata entonces de un preparado denominado "clorito sódico acidificado", también conocido mediante las siglas de su nombre en lengua inglesa, ASC.
El ASC se comporta como un potente descontaminante, ya sea en el tratamiento de superficies duras que han estado en contacto con alimentos, o bien para lavar y aclarar los propios alimentos, principalmente carnes rojas, carnes de ave, pescado, frutas o vegetales. La disolución ASC no se mantiene demasiado tiempo activa, por lo que cuando se usa adecuadamente, no deja ningún tipo de residuo.
Quizás algún lector sabrá que el clorito sódico está relacionado con la lejía, el desinfectante por excelencia en nuestros hogares, de olor no muy placentero, pero tranquilizante.
Es cierto. El componente activo de la lejía es el hipoclorito sódico, nombre ciertamente parecido al clorito sódico. Más parecidas son sus fórmulas químicas, NaClO para el primero, NaClO2 para el segundo, es decir, un átomo de oxígeno más. De ahí que el clorito sea más oxidante que el hipoclorito.
Este mayor poder oxidante provoca que los mecanismos de acción biocida, aunque parecidos, muestren diferencias, y de ahí que no deban confundirse las dos sustancias. Una descripción más detallada del mecanismo de acción del hipoclorito la podéis encontrar aquí.
Entremos más en detalle. Cuando se prepara la mezcla ASC, la substancia original se transforma dentro de la propia disolución en otras substancias:
- En primer lugar, una parte de clorito sódico, entre un 5 y un 35 %, se transforma en ácido cloroso, en mayor proporción cuanto más ácido cítrico contenga la mezcla.
- El ácido cloroso, a su vez, produce dióxido de cloro,
- que también evoluciona para acabar produciendo más clorito sódico y,
- finalmente, cloruro sódico.
Esta evolución, este cambio químico, causa que la ASC se nombre de diferentes formas, pero el efecto es el mismo.
De hecho, uno de los componentes que más se utiliza para identificarlo, el dióxido de cloro, compuesto de fórmula química ClO2, es un gas cuando se prepara en estado puro y uno de los biocidas más potentes. En concreto, se muestra efectivo contra todos los microbios, desde los más benignos hasta los clasificados como amenaza bioterrorista de categoría A, como el responsable del carbunco.
¿Cómo actúa el clorito sódico?
El poder germicida del clorito sódico, al igual que el dióxido de cloro, se basa, como os acabo de mencionar, en su carácter fuertemente oxidante. Este término es la enrevesada forma que los químicos nos inventamos, históricamente, para indicar que la sustancia es capaz de arrancar electrones, de muchas de las moléculas con las que se encuentra.
Sé que lo que acabo de decir no es muy útil, y se entiende aún menos. Baste entender, entonces, que el clorito sódico modifica irreversiblemente cualquier sustancia que, en los seres vivos, posea átomos de nitrógeno o azufre en su interior. Y estos elementos se encuentran en prácticamente todos los componentes celulares.
La transformación química que provoca es de tal magnitud, que la función original de las proteínas, de los lípidos, o de los ácidos nucleicos, se pierde irremediablemente. Esta situación se da en la totalidad de los microbios, tanto benignos como dañinos, pero, atención, se da también en todas las células del ser humano.
Otros desinfectantes conocidos actúan de modo diferente. Por ejemplo, es sabido que el alcohol es un germicida también, aunque no tan potente como el ASC. ¿Cómo actúa, entonces? Literalmente, disolviendo los ácidos grasos que suelen estar presentes en las paredes exteriores de los virus. Otros agentes antivíricos, menos conocidos, son las denominadas sales cuaternarias. Estas actúan desnaturalizando algunas proteínas de los virus, en concreto las que les permiten introducirse dentro de las células. El jabón, en general, no ataca los virus, a no ser que contenga una base alcohólica. Eso sí, los limpia, entre un 90 y un 99 %, por efecto detergente, al lavarnos las manos. Por supuesto hay más desinfectantes, pero nos desviaríamos de nuestro objetivo si los describimos aquí.
Atención al punto que os comento ahora. Acabo de afirmar, con otras palabras, que los mecanismos de acción descritos no son específicos. Es decir, actúan contra toda la materia orgánica que participa en los procesos vitales, ya sean microbios, los agentes invasores, como las células de nuestro cuerpo, los agentes invadidos. Por este motivo, estas sustancias biocidas se deben utilizar fuera del alcance de nuestro organismo.
¿Qué ocurre si ingerimos MMS?
El comportamiento biocida que acabamos de describir muestra todos los elementos de un veneno, y para nada de un medicamento. Destruye la función de muchos componentes celulares o de las proteínas víricas, sin ningún tipo de especificidad.
Los medicamentos, en cambio, son sustancias inocuas para la mayor parte del organismo, puesto que su acción es específica contra un grupo muy reducido de proteínas, principalmente enzimas, que en ningún caso las desnaturaliza, sino que temporalmente bloquea su acción metabólica. Formas habituales de acción son o bien taponando el acceso al centro activo del enzima, o modificando alguno de sus aminoácidos de ese centro.
La ingestión del MMS debe tratarse entonces como una intoxicación. En este sentido, la acción del clorito sódico se ha mostrado parecida a otra substancia de la familia, el clorato sódico, compuesto de fórmula química NaClO3. En concentraciones muy pequeñas, el cuerpo humano resiste el ataque químico, pero a partir de un gramo por litro de la sustancia, se sufren nauseas y vómitos. Incrementando la concentración, se produce fallo renal, fallo celular, sobretodo en las células del torrente sanguíneo, y a partir de 15 gramos por litro, la concentración es letal. En la sangre se produce metahemoglobinemia, una degradación de la hemoglobina debido a la oxidación del hierro que contiene. Se manifiesta como dificultad en la respiración y cianosis, coloración morada-azul subcutánea.
Por otro lado, el denominado CDS, dióxido de cloro puro, es todavía más peligroso, pues la concentración letal se puede inhalar inadvertidamente, al tratarse de un gas. Experimentos con modelos animales han mostrado que dosis de 0,1 mg/kg/día, es decir, una décima de miligramo, por kilo de peso y día, suministradas de forma continuada, provocan una disminución en el recuento de glóbulos rojos, al cabo de nueve meses. Es éste un dato que puede parecer poco relevante, pero es un toque de atención para aquellos que consumen MMS como medida profiláctica. A dosis mayores, los daños aumentan. Por otro lado, las agencias de Salud Pública han establecido una concentración máxima de 0,8 mg/m3 del dióxido de cloro gas, en el ambiente, que es pertinente sobretodo en los entornos laborales de industrias relacionadas con la fabricación y uso de dióxido de cloro.
Los límites legales establecidos por las agencias de Salud Pública, una vez han revisado centenares de estudios toxicológicos (aquí tenéis unas cuantas referencias bibliográficas), para la cantidad máxima ingerida se encuentran, por los motivos anteriores, en unos seguros 1 miligramo por litro. ¿Qué ocurre entonces si ingerimos estas concentraciones tan bajas? Nada.
Mejor dicho, un ataque a las paredes de las células que la solución baña en su recorrido, y la desactivación del MMS, que en ningún caso irá más allá del estómago. Tanto el ion clorito, la fracción realmente oxidante del clorito de sodio, como el dióxido de cloro se desactivan al realizar el ataque a toda materia orgánica que se encuentran en su recorrido a través del esófago y estómago. Podrán entonces atacar bacterias y otros patógenos que se encuentren ahí, incluidos todos aquellos microorganismos que necesitamos, pues su función es necesaria. Pero atacarán también las mucosas, principalmente proteínas, que protegen las paredes de los órganos, y continuarán hacia las células, degradando ràpidamente su membrana celular.
El resultado del ataque es que los componentes activos del preparado ASC original se transforman en especies inocuas, sobre todo como ion cloruro, que se mezcla con más iones cloruro aportados por el ácido clorhídrico del estómago y ahí termina su recorrido como agente oxidante. Por tanto, ni puede llegar en concentraciones apreciables al torrente sanguíneo ni mucho menos al hígado, por ejemplo. Ese es, en cambio, el recorrido de los medicamentos como tales, puesto que, como decía, son inertes para el organismo hasta que se encuentran con las enzimas que realmente pueden desactivar.
Por suerte, la dosis hace al veneno y el cuerpo repara el daño causado, a esas concentraciones más bajas. De ahí que su ingestión pueda hacer creer, por efecto placebo, que es efectivo. Pero tomarlo es jugar con fuego, sobretodo en aquellos pacientes con otras dolencias, puesto que el estrés oxidativo al que se somete el cuerpo es muy importante.
El tema subyacente es que los desinfectantes no sirven como medicamentos, como ya investigaron los pioneros Traube, Lister o Koch, y tantos otros científicos, desde finales del siglo XIX. Por ello, del mismo modo que el agua "clorada" que nos llega de la red doméstica no nos sirve como medicamento dentro de nuestro cuerpo, o que las bebidas alcohólicas no actúan como antivirales, lo mismo sucede con cualquier otro desinfectante. Debe resaltarse que el enjuague bucal "Listerine", una solución alcohólica, funcionaba tan bien que se llegó a prescribir, precisamente, para tratar infecciones virales, a mediados del siglo XX, hasta que las autoridades sanitarias prohibieron su prescripción, por ausencia de efecto.
Si el ClO2 se diluye, para bajar la concentración, menos actúa y antes se desactiva. Y si la aumentamos, nos acercamos peligrosamente a las dosis tóxicas. Es este un cuerpo de conocimiento totalmente consolidado, que justifica por qué no se atienden las insistentes peticiones de los partidarios del MMS.
Por otro lado, por extraño que parezca, las frecuentes declaraciones del "a mí me funciona", no son prueba de nada, o en todo caso del ya mencionado efecto placebo. La razón es que, del mismo modo que ocurre con muchas infecciones —no con todas, cuidado—, el sistema inmunológico es capaz de luchar y vencer al agente vírico invasor, por sí mismo y sin medicación.
Por tanto, no se puede afirmar que un tratamiento funciona, si ya nos curamos sin tomar nada, que por suerte es lo que ocurre con el 98–99%, aproximadamente, de los infectados por el SARS–CoV–2. La única forma de conocer la efectividad es con el método científico, probándola con grupos de control, y demostrar que su efecto es superior a la capacidad natural del organismo de recuperarse y al efecto placebo.
Otra cuestión de seguridad. El clorito sódico sólido, es decir, antes de disolverse en agua, puede resultar explosivo si no se manipula con cuidado. Si se golpea bruscamente, sobre una base grasienta, explota de forma bastante violenta. También puede incendiarse si se frota en presencia de azufre o fósforo.
¿Cómo es posible que se comercialice el MMS?
Su comercialización, como medicamento o como preparado listo para consumirse, no es legal, al menos en Estados Unidos y en Europa. Por este motivo, Pàmies ha sido multado por tercera vez por la justicia española, con 600.000 €. El agricultor ha recurrido la sentencia, pero en ningún caso se ha archivado, por mucho que él lo afirme públicamente. En otros países han ocurrido casos parecidos. Por ejemplo, diversos vendedores del MMS han sido encarcelados y/o multados en Estados Unidos, ya hace más de diez años, y el mismo destino tuvieron L. R. Vasallo y A. D. Smith, conocidos promotores del uso de la sustancia en Australia, en 2009.
Incluso circula por las redes que el MMS se usa para el tratamiento de la esclerosis lateral amiotrófica, ELA. La cuestión es que se llegó a solicitar, a la Agencia Europea del Medicamento, su admisión. Pero los estudios en fase clínica fracasaron y fueron abandonados. Podéis consultar los estudios aquí y aquí. También se han propuesto diversas patentes para el uso del MMS, pero o son sólo ideas que no se materializan, o bien son patentes de desinfección, un comportamiento conocido y autorizado adecuadamente, pero tan peligroso, si se extrapola, que imposibilita justificar su ingestión.
Una de las amistades que me ha contactado estos días se preguntaba agriamente: "¿Cómo puede ser que esta gente [refiriéndose a los autores de los vídeos] intente sacar beneficio mintiendo de esta forma, se aprovechen de los temores y jueguen con el bienestar de los ciudadanos de a pie?" Por la misma y triste razón por la que los vendedores de productos milagrosos han existido siempre, y nos han engañado siempre, porque hay beneficio fácil a la vista.
Nota final
Soy perfectamente consciente de que este artículo despertará no pocas respuestas agresivas, por parte de los defensores del MMS. Ya me ha sucedido cuando he escrito sobre los chemtrails o sobre la homeopatía. Ya anticipo que no responderé a todas aquellas intervenciones que no muestren un deseo respetuoso de análisis racional de las discrepancias. Y también anticipo que, de acuerdo con lo que me manifiestan los responsables de la revista, todos aquellos mensajes que contengan insultos serán borrados.
Nota del 11/04/20
He añadido comentarios adicionales, así como referencias a documentos, de acuerdo con las peticiones de los lectores. Inicialmente no quería entrar en tanto detalle, para no hacer demasiado denso un texto divulgativo, pero es justo incorporarlos.
Por otro lado, he modificado el tono con el que escribí el último párrafo del artículo. El sufrimiento a raíz de la pandemia provocó que estuviera más crispado de lo que corresponde. Pido disculpas.
Agradezco pues a los lectores que han contribuído y contribuyen con sus intervenciones, aunque me entristece ver que algunas intervenciones demuestran que el escrito no se ha leído con la suficiente atención. La mayoría de las preguntas de los lectores están ya respondidas en el texto.
Es más, estas mismas intervenciones no dudan en aportar datos totalmente falsos, como que Otto Warburg investigó sobre el tema y ganó tres premios Nobel de medicina. Ganó el de 1931, que no es poco, pero por sus descubrimientos sobre el mecanismo de la respiración y el papel del hierro. Tampoco dudan en cuestionar toda la ciencia oficial, pero se basan en ella para respaldar sus argumentos... que cuando los compruebas son todos falsos.
En ese sentido, quiero aclarar que no pretendo convencer a nadie que crea profundamente en la cuestión. Sólo pretendo informar sobre lo que soy capaz de razonar, a partir de las evidencias de la literatura científica y mis conocimientos, y evitar así que su uso lleve a casos muy graves, como los que se reportan aquí.
Profesor
titular del Departamento de Ciencia de Materiales y Química Física, y
miembro del Instituto de Quimica Teórica y Computacional, de la
Universidad de Barcelona. Docente en química ambiental y química física
de materiales, e investigador en simulación computacional de reacciones
químicas con aplicación a I+D, y en innovación docente. Divulgador
científico, autor del libro El aire que respiramos (UB Edicions, 2018).
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