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sábado, 6 de abril de 2019

Sydney Brenner, grande entre los gigantes de la ciencia

Sydney Brenner, grande entre los gigantes de la ciencia

Su padre fue un zapatero que no sabía leer ni escribir y él acabó ganando el Premio Nobel

No hay demasiados científicos que merezcan ser incluidos en la categoría de genios. Muy pocos son los verdaderos gigantes de la ciencia a hombros de los cuales hemos aprendido el resto de investigadores a amar esta profesión, con la pasión, el escepticismo, la curiosidad y la perseverancia requeridas. Sydney Brenner es, sin lugar a dudas, uno de ellos. Y nos acaba de dejar a la edad de 92 años. Merece la pena recordar brevemente algunos capítulos de su vida, intensa, única y singular en muchos aspectos.
Brenner escribió una autobiografía, Mi vida en la ciencia, en 2001, de lectura muy recomendable para cualquier joven que inicie su carrera investigadora. Junto a Los tónicos de la voluntad: reglas y consejos sobre investigación científica, de nuestro insigne Premio Nobel Santiago Ramón y Cajal, creo que son los dos libros que no deberían faltar en la mesilla de noche de cualquier doctorando.
Brenner era hijo de padre lituano y madre letona, judíos emigrantes que se instalaron en Sudáfrica, donde nació. Su padre, un zapatero que nunca supo leer ni escribir, usaba con fluidez diversas lenguas (inglés, ruso, yiddish, afrikáans y zulú) que transmitió a su hijo Sydney, un estudiante brillante y precoz que accedió a estudios superiores de medicina, fisiología, física, química, botánica y zoología a la temprana edad de 15 años.
"El genoma interesante de verdad es el del tío Harry, que fumó dos paquetes de tabaco durante toda su vida y vivió más de 90 años”, dijo Brenner
Al completar los estudios tan precozmente descubrió el mundo de la investigación, gracias a sus estudios sobre células, que le llevaron a la citogenética, y de ahí a la genética y a la biología molecular, campos en los que triunfaría años después en los sucesivos laboratorios en los que trabajó en la Universidad de Oxford, en el mítico Laboratorio de Biología Molecular en Cambridge (Reino Unido), en la Universidad de California en Berkeley y en el Instituto Salk en San Diego (EEUU). En sus años en el Reino Unido coincidió con James Watson y Francis Crick, siendo uno de los primeros que pudo contemplar la estructura del ADN que aquellos acababan de proponer.
Son muchas las aportaciones, hallazgos y descubrimientos que nos legó Brenner a lo largo de su larga y fecunda vida profesional. Resaltaré solamente dos, de gran relevancia. A él le debemos el descubrimiento nada menos que del ARN mensajero, el intermediario entre la información genética que se almacena en el ADN, en el núcleo de nuestras células, y la fábrica de proteínas, que reside fuera del núcleo. El ARN mensajero es el encargado de transportar fidedignamente dicha información genética de los genes hasta su conversión en proteínas, que son las que realizan finalmente todas las funciones que necesitamos para vivir.
También a él le debemos haber propuesto el uso de un nuevo modelo animal, mucho más simple (en apariencia) que los roedores, peces o anfibios habitualmente usados en biología. Brenner descubrió para la ciencia el gusano Caenorhabditis elegans, de apenas un milímetro y un millar de células, pero con prácticamente el mismo número de genes y las mismas funciones vitales esenciales que tenemos cualquiera de nosotros. Con ese pequeño gusano, un verdadero regalo para la biología del desarrollo y la genética, se pudo dilucidar, por vez primera, todos los procesos que ocurren en un organismo para convertir un embrión de una sola célula en un gusano adulto, describiendo por ejemplo todas las conexiones de sus neuronas. Algo impensable para otros animales más complejos, y una fuente enorme de conocimiento para la biología y la biomedicina, que ha permitido investigar procesos tan complejos como el envejecimiento, el cáncer, las alteraciones en el metabolismo y muchas enfermedades que nos afectan también a nosotros.
Brenner descubrió para la ciencia un gusano de apenas un milímetro y un millar de células
Por todas estas contribuciones científicas Brenner fue galardonado con el Premio Nobel de Medicina en 2002, junto a John Sulston y Robert Horovitz, por sus descubrimientos en la regulación genética del desarrollo de los órganos y por describir el proceso de muerte celular programada, esencial en el desarrollo de cualquier organismo.
Brenner, iconoclasta, mordaz, irónico, incisivo, impactante, sorprendente y siempre brillante visitó España en numerosas ocasiones. Sus conferencias eran esperadas por la profundidad y claridad de sus mensajes, no necesariamente políticamente correctos. Probablemente una de las últimas veces que nos visitó fue con motivo de los 50 años de la Sociedad Española de Bioquímica y Biología Molecular, en 2013. En relación a los estudios de genomas de personas sanas recuerdo que era capaz de decir: “El genoma interesante de verdad es el del tío Harry, que fumó dos paquetes de tabaco durante toda su vida y vivió más de 90 años”. Son muchas las frases que le identifican. Mi favorita es: “El progreso en ciencia depende de nuevas técnicas, nuevos descubrimientos y nuevas ideas, probablemente en este orden”. Como testigo en primera línea de la revolución tecnológica que nos han traído las herramientas de edición genética CRISPR, no puedo estar más de acuerdo con Brenner.
Escribo este obituario mientras sobrevuelo Rusia, camino de Japón. En Barajas he coincidido con César Nombela, expresidente del CSIC y exrector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Comentando el fallecimiento de Brenner me ha recordado el último párrafo de un artículo de opinión que escribió para la revista Science en 2003, con motivo de los 50 años del descubrimiento de la doble hélice del ADN. En esa tribuna, Sydney Brenner comentaba que los dos valores éticos que debían caracterizar a un investigador en ciencias de la vida eran: decir la verdad y defender a toda la humanidad. Me atrevería a decir que somos una inmensa mayoría de científicos quienes los subscribimos.
https://elpais.com/elpais/2019/04/05/ciencia/1554470393_097018.amp.html?__twitter_impression=true&fbclid=IwAR0G3Rf8QVhDLqcuXlSTDBHuq-kNpTjSY3vIqPSKsPynvA2RSScZuHOAM2o

Muere el Nobel Sydney Brenner, el científico que revolucionó la biología con un gusano

El investigador sudafricano se considera uno de los más influyentes del siglo XX por sus trabajos en la regulación genética del desarrollo celular

Sydney Brenner nació en Sudáfrica en 1927 y ha muerto hoy, 92 años después, en Singapur. Durante la segunda mitad del siglo XX, fue protagonista de los hallazgos que revolucionaron la forma de entender el funcionamiento de los seres vivos; cómo convierten la información contenida en su ADN en los tejidos de sus órganos o en sus comportamientos.
En 2002, mucho más tarde de lo que quizá hubiesen merecido sus méritos, recibió el Premio Nobel de Fisiología o Medicina. El motivo fue su aportación al conocimiento sobre cómo regulan los genes el desarrollo y la muerte de las células. Para conocer esos mecanismos eligió al gusano Caenorhabditis elegans, un diminuto organismo con solo 959 células, lo bastante simple para responder a preguntas científicas básicas. Ahora, cientos de científicos los utilizan en todo el mundo para responder todo tipo de preguntas sobre biología, y compañías como la valenciana Biopolis prueban en ellos sustancias que pueden ayudar a retrasar el envejecimiento o reducir la grasa corporal.
Brenner recibió el Nobel por su trabajo con el gusano, pero como recuerda el biólogo y expresidente del CSIC Carlos Martínez Alonso, “podría haberlo recibido por muchos otros motivos”. En 1952, llegó al laboratorio de Cambridge donde Francis Crick y James Watson estaban a punto de resolver la estructura del ADN y desde entonces no abandonó la vanguardia de la investigación biológica. Entre 1953 y 1966 participó en la edad dorada de la biología molecular, cuando se desvelaron los principales secretos del código genético y la producción de las proteínas.
Algunos de los descubrimientos que podrían haber valido un Nobel según Martínez son los que se refieren al código genético. Junto a su mentor Crick, Brenner probó que ese código requiere tres unidades de ADN para montar cada uno de los aminoácidos, los ladrillos con los que se fabrican las proteínas. En 1960, junto a Matthew Meselson y François Jacob, demostró la existencia del ARN mensajero, el intermediario encargado de llevar la información contenida en los genes hasta las factorías que producen proteínas en las células. Este hito también habría merecido el máximo galardón científico.
Muere el Nobel Sydney Brenner, el científico que revolucionó la biología con un gusano
A mediados de los 60, tras una década que lo cambió todo, Crick y Brenner decidieron que ya habían resuelto los problemas fundamentales de la herencia y la biología molecular. El científico sudafricano decidió dedicar su genio a tratar de resolver un problema aún más complejo: cómo los genes diseñan animales. Para asaltar el enigma, Brenner propuso utilizar como modelo un organismo que se pudiese cultivar en un laboratorio. El elegido fue el C. elegans, hasta entonces nunca empleado en investigación.
Además del desarrollo de un organismo a partir de sus genes, al científico le interesaba el funcionamiento del cerebro. El gusano tenía un sistema nervioso lo bastante simple como para tratar de identificar la relación entre su comportamiento y las conexiones entre sus neuronas. Pero incluso con un cerebro tan sencillo como el de C. elegans, esta última tarea resultó imposible, aunque el trabajo con este organismo produjo resultados fascinantes. Junto a dos de sus estudiantes, John Sulton y Robert Horvitz, con los que después compartiría el Nobel, fue capaz de definir los pasos por los que a partir de una sóla célula de un huevo se podía construir un adulto con 959 células. El gusano también fue el primer organismo pluricelular en ser secuenciado, un paso que sirvió en el camino para la secuenciación del genoma humano.
Brenner ha trabajado prácticamente hasta el final de sus días y la muerte le ha encontrado en Singapur, un país que ayudó a convertir en una potencia en investigación biomédica desde que empezó a asesorar a su Gobierno a principios de los 80. Hasta el final también siguió apoyando a los más jóvenes, porque son los únicos capaces de resolver los problemas nuevos. “Mi problema es que se demasiado para enfrentarme a algunos problemas. Soy un firme creyente en que la ignorancia es importante para la ciencia. Si sabes demasiado, empiezas a ver por qué las cosas no funcionarán. Por eso es importante cambiar de campo de trabajo, para acumular ignorancia”, decía al New York Times en el 2000.
Se ha ido Brenner, uno de los gigantes de la biología del siglo XX, y se le llorará, casi siempre con sinceridad. Los que lo hagan con lágrimas de cocodrilo serán perdonados por el científico sudafricano. Él, que lo hizo todo en biología, tuvo entre sus primeros empleos, según le contó un día Brenner a Martínez, el de plañidero.
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https://elpais.com/elpais/2019/04/05/ciencia/1554456214_141837.html?id_externo_rsoc=FB_CM_MAT&fbclid=IwAR1lfjZlBb3GnplmvH5OSu9lYGntspnH0klr2wJXas6-RlKTHhPxKPxzxZw

 


 

 

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