RAMÓN Y CAJAL
Hoy se cumplen 157 años del nacimiento del mejor científico español de la historia. Mi homenaje personal a su vida y su obra fue preparar esta edición de "Charlas de café", una excelente selección de aforismos y reflexiones en la que resumió todo su pensamiento. Un gran libro que os recomiendo.
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Cajal, mucho más que un Nobel
Más de un siglo después de sus grandes descubrimientos, el médico
español Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) sigue siendo una leyenda
científica en todo el mundo. Y sus ideas, adelantadas a su tiempo,
inspiran a quienes persiguen uno de los mayores retos pendientes de la
Medicina: reparar el cerebro y los tejidos nerviosos.
Él no buscaba milagrosos tratamientos. Simplemente le fascinaba el
sistema nervioso y dedicó gran parte de su vida y su obra a estudiarlo y
describirlo. Descubrió así que el tejido nervioso y cerebral está compuesto por células individuales (las neuronas). Su
nueva y revolucionaria teoría, la llamada «doctrina de la neurona», fue
el punto de partida de la neurociencia moderna, y por ella ganó el
premio Nobel de Medicina en 1906.
Tras este logro, Ramón y Cajal siguió describiendo fielmente el
paisaje neuronal, profundizando en él con su microscopio. Por aquellos
retratos neurológicos, como el de las espinas dendríticas, merecería un segundo Nobel póstumo, si esto fuera posible.
Sin embargo, hasta los años 1970 (cuando la microscopía electrónica
avanzó lo suficiente) no se demostró la importancia de las espinas
dendríticas: Ramón y Cajal tenía razón cuando intuyó su papel en la
comunicación entre neuronas, actuando como receptoras del impulso
nervioso.
Gracias a su incomparable intuición, pudo observar lo que nadie más
vio donde otros también miraban, a pesar de los pocos medios que tuvo en
España para sus investigaciones. Usaba unas herramientas rudimentarias:
preparaciones de tejido cerebral, algunos productos químicos, un
microscopio, cámaras fotográficas y útiles de dibujo. Observó y dibujó
estructuras que al principio fueron desdeñadas, pero con el tiempo sus ilustraciones se convirtieron en iconos de la ciencia, y todavía se usan hoy en las facultades de Medicina.
Pero el legado de Cajal es mucho más que sus hallazgos individuales.
Humanista, además de científico, está considerado como cabeza de la
llamada “Generación de Sabios”. Y no es para menos. Tras él surgió una
escuela de discípulos, que le siguieron con gran entusiasmo y dedicación
toda su carrera. Rafael Lorente de No (1902-1990), uno
de los últimos discípulos de Ramón y Cajal, llegó a ser una de la
figuras cumbres de la neurofisiología mundial. Fernando de Castro (1896-1967)
realizó ciertos trabajos que, pese a haber sido reconocidos tarde,
sentaron la base de numerosos estudios sobre los mecanismos últimos de
los quimiorreceptores que él mismo había descubierto. Pío del Río Hortega (1882-1945)
descubrió las microglías, las células del tejido nervioso que forman el
sistema inmunitario del sistema nervioso central.
Ramón y Cajal fue más que un premio Nobel. Más que una serie de
legendarias ilustraciones. Más que el padre de una generación de
brillantes científicos. Murió el 18 de octubre de 1934, hace más de
ochenta años, pero las ideas de Santiago Ramón y Cajal siguen aún muy
vivas en la investigación actual. Y ese quizás sea el mayor valor de su
legado.
Más información en “El Nobel que Ramón y Cajal nunca recibió”
https://www.bbvaopenmind.com/ciencia/grandes-personajes/cajal-mucho-mas-que-un-nobel/?utm_source=facebook&utm_medium=social&utm_campaign=rrssopenmind&psm=psm::fb:----:rrssopenmind:::::20190501::sitlnk::&fbclid=IwAR2_8Mp4nrBboOHlkrxO3XAzMe1Ugt6h5IxZlr_oLzto1gMFpvfemvd1HHo
Santiago Ramón y Cajal recibió un Nobel. De hecho, hasta hoy, cuando se cumplen 80 años de su fallecimiento,
perdura como el único premio en ciencias de la Academia Sueca que es
cien por cien español; no tanto por el hecho de que el otro científico
español con un Nobel, Severo Ochoa,
trabajara en Estados Unidos y compartiera su nacionalidad de origen con
la de adopción cuando le fue concedido el galardón. Sino porque el
bioquímico asturiano nunca habría dispuesto en España de los medios y el
entorno necesarios para desarrollar su trabajo, algo que es fundamental
para un progreso científico sólido y sostenido. Pero como rara
excepción, eso no fue un impedimento para Ramón y Cajal. De hecho, tan
aislada y solitaria era su labor que necesitó de apoyos en el extranjero para que su trabajo fuera difundido y tomado en serio, y tan raro era su caso que el antropólogo e intelectual falangista Pedro Laín Entralgo
le situó al frente de lo que acuñó como Generación de Sabios, una
etiqueta que resultaría absurda en otros países con mayor tradición
científica.
Los logros de Ramón y Cajal fueron posibles en tales condiciones
porque para alcanzarlos se bastó con un puñado de herramientas
rudimentarias: preparaciones de tejido cerebral, algunos
productos químicos, microscopio, cámaras fotográficas, útiles de dibujo y
una incomparable intuición. Con solo estos elementos fue capaz de desarrollar la doctrina de la neurona,
según la cual el tejido nervioso está compuesto por unidades discretas e
interconectadas, responsables de la actividad cerebral y en las cuales
el impulso se transmite en una sola dirección. Resulta irónico que Ramón
y Cajal tuviera que compartir el premio con el italiano Camilo Golgi, inventor del método de tinción que el español había empleado;
porque Golgi defendió, incluso en su discurso de aceptación del premio,
la errónea teoría de que las neuronas no eran células separadas, sino
que formaban una red continua.
La Academia Sueca distinguió a los dos investigadores en 1906 “en reconocimiento a su trabajo en la estructura del sistema nervioso”. Pero el premio compartido es un agravio a Ramón y Cajal: Golgi
solo aportó un avance metodológico, mientras que el aragonés tuvo que
fundar una nueva rama de la ciencia para ser reconocido. Casi
podría decirse que cada frase del discurso del Nobel de Ramón y Cajal
sirvió como punto de arranque para toda una línea de investigación que
ha llenado de científicos varios laboratorios durante un siglo. Pero si
sus hallazgos individuales se sitúan en el contexto del conocimiento
actual, alguno de ellos ha demostrado un significado tan trascendental
que por sí solo merecería un segundo Nobel póstumo, si esto fuera posible.
Parte del mérito de Ramón y Cajal consistió en ver algo inédito donde
otros ya habían mirado. En 1888, mientras estudiaba al microscopio las
“mariposas del alma”, como llamaba a las neuronas de sus preparaciones,
“observó que en el árbol de prolongaciones de un tipo de neuronas
llamadas piramidales las ramas no eran lisas, sino que estaban cubiertas
de diminutas espinas”, relata el neurobiólogo Javier de Felipe, profesor de investigación del Instituto Cajal (CSIC) y jefe del Laboratorio de Circuitos Corticales de la Universidad Politécnica de Madrid y el CSIC. Ramón y Cajal
propuso que estas espinas funcionaban como conexiones entre esas
prolongaciones neuronales, llamadas dendritas, y los axones, los cables
que lanzan el impulso desde el cuerpo de la neurona. Por tanto, las espinas dendríticas actuarían como receptores en la transmisión nerviosa.
“No le creyeron”, señala De Felipe. “Los neurohistólogos de su tiempo, sobre todo alemanes, decían que sus dibujos solo eran interpretaciones artísticas de la realidad”.
Sin embargo, lejos de amilanarse, Ramón y Cajal hizo famoso su grito de
guerra: “puestos a tenacidad, a los aragoneses que nos echen alemanes”.
El descubrimiento de las espinas dendríticas pasó casi de puntillas por
el homenaje de la Academia Sueca a su trabajo. Según De Felipe, “fue
necesario esperar medio siglo para que la microscopía electrónica
confirmara que las espinas dendríticas eran postsinápticas”, es decir,
receptoras del impulso, tal y como Ramón y Cajal había pronosticado.
Las espinas dendríticas comenzaron a cobrar una mayor importancia en la neurociencia en la década de 1970,
“cuando se descubrió que sus anomalías se correspondían con un retraso
mental”, apunta De Felipe. Desde entonces se ha demostrado que estas
púas neuronales no solo son cruciales en el procesamiento de
información, sino que actúan como unidades de memoria con funciones
diferenciadas según su morfología: “las espinas grandes serían
estables y representarían las trazas físicas de la memoria a largo
plazo, mientras que las pequeñas serían móviles e inestables y
contribuirían al aprendizaje”, explica De Felipe.
La investigación en el campo de las espinas dendríticas continúa revelando hallazgos de gran impacto. El pasado mayo, la revista Science publicaba
que dormir después del aprendizaje estabiliza las espinas recién
formadas para consolidar la memoria, un mecanismo que explica por qué el
sueño ayuda a fijar los nuevos conocimientos. Hace solo un mes, un estudio en la revista The Journal of Neuroscience identificaba un gen cuyos defectos provocan una sobreabundancia de espinas dendríticas, un fenómeno característico del autismo.
Las investigaciones del propio De Felipe han revelado que en las espinas dendríticas reside una parte de lo que nos distingue de otras especies.
Los estudios comparativos indican que las espinas son más abundantes en
el cerebro humano. “Las células piramidales de la corteza prefrontal
humana tienen un 72% más espinas que el macaco, y aproximadamente cuatro
veces más que la corteza prefrontal del tití o la corteza motora del
ratón”, detalla el neurobiólogo. Nuestras espinas también son más largas y gruesas.
“Las cabezas de las espinas en el ser humano tienen el 100% más de
volumen que en la corteza somatosensorial del ratón, y la longitud del
cuello de las espinas es significativamente mayor (aproximadamente el
30%) en el humano que en el ratón”, añade De Felipe.
Todo lo anterior sugiere que las espinas dendríticas conforman una identidad distinta e irrepetible de cada cerebro.
Y para ilustrarlo, De Felipe ha concebido la curiosa iniciativa de
transformar esa huella personal en música. El equipo dirigido por el
neurobiólogo ha publicado recientemente en la revista Neuroinformatics la creación de una herramienta informática que asigna a cada espina una nota según sus rasgos morfológicos. “La idea es tocar la partitura resultante y escuchar cómo suena cada cerebro”. Bajo el título El canto de las neuronas, el cuarteto de cuerda Almus interpretará dos piezas que representan la música de un cerebro sano y de otro con alzhéimer,
un mal que destruye las espinas dendríticas. De Felipe pretende plasmar
así cómo las nuevas tecnologías pueden contribuir al estudio de las
enfermedades neurodegenerativas. “¿Será la música la clave para descubrir algunos de los secretos que guardan los bosques neuronales?”, se pregunta el investigador.
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