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lunes, 29 de noviembre de 2021

En defensa de la razón

 

En defensa de la razón

¿Qué es la razón? ¿Por qué debes entrenarla a pesar de que no esté de moda?

¿Por qué luchar por ella aún cuando parezcas el rarito del grupo?

¿Por qué si estás preocupado por los débiles y los oprimidos necesitas conocer las herramientas de la razón?

¿Por qué este es el artículo más importante desde que creé Polymatas?

Con ayuda de Steven Pinker, el adalid de la racionalidad, espero responder a estas preguntas e inspirarte para que tú también te conviertas en un defensor de la razón. ¡Vamos a ello!

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¿Qué es la razón?

La razón es la capacidad de usar el conocimiento (creencias verdaderas) para alcanzar tus objetivos. La razón es un medio para llegar a un fin.

Conocemos de sobra los principios y herramientas que nos acercan a la razón, son el pensamiento crítico, la lógica, la probabilidad, la correlación y la causalidad. La razón debe asentarse en unos primeros principios incuestionables. Abrazar esta idea es el único modo en el que te puedes sentar con alguien a debatir para llegar a la verdad.

Imagina que dos ingenieros están debatiendo sobre cuál es el diseño aerodinámico que deben tener las alas de un avión. Mientras uno está proponiendo un tipo de ala en forma de arco el otro le dice: “Lo que dices está muy bien, pero ¿por qué ponerle alas al avión? Sin ellas será más ligero y aerodinámico”. El que ha hecho la propuesta le responde sorprendido: “Sin alas el avión se cae”. Y el otro le exclama “¿Quién dice eso?”. Esta conversación puede parecer absurda, pero me viene genial para explicar la necesidad de dar por válidos unos principios incuestionables. Sin la creencia compartida de que la gravedad existe y ejerce una fuerza sobre todos los cuerpos grandes, los ingenieros nunca podrían tener una conversación efectiva. Esto mismo pasa cuando dos personas debaten sobre cualquier tema y una de ellas no acepta los principios de la razón.

¿Somos seres racionales?

En los últimos años los numerosos estudios en economía conductual y el famoso libro Pensar rápido, pensar despacio de Kahneman y Tversky han popularizado la idea de que los humanos somos profundamente irracionales. Echando un vistazo a la Wikipedia verás que hay documentados unos cien sesgos mentales. Nuestra mente parece plagada de defectos cognitivos que nos hacen comportarnos de forma estúpida en multitud de situaciones.

La realidad es que ni éramos tan racionales como parecía antes de los años 80 ni somos tan irracionales como puede parecer ahora.

En el desarrollo de las tareas y actividades diarias que nos permiten funcionar y sobrevivir somos bastante racionales. Si no lo fuéramos no estaríamos aquí. Se dice que nuestra especie ocupa el nicho cognitivo. O sea, que nuestras ventajas adaptativas se basan en acumular conocimiento y usarlo adecuadamente para conseguir nuestros objetivos.

El psicólogo Steven Pinker afirma que nacemos con una racionalidad ecológica, una forma de pensar orientada a lidiar con problemas concretos con los que convivieron nuestros ancestros en su día a día: evitar ser engañados, detectar peligros o controlar que nuestros allegados cumplan sus obligaciones. Louis Liebengerg de la universidad de Harvard ha estudiado a los miembros de la tribu sans del desierto del Kalahari, que son francamente hábiles en la caza de persistencia. Y ha comprobado que para llevarla a cabo con éxito tienen que usar el pensamiento crítico, la deducción, ser capaces de diferenciar correlación de causalidad y de hacer ciertos cálculos de probabilidades. Lo que diferencia a los cazadores sans de los filósofos es que los primeros ponen en práctica estas habilidades de una manera intuitiva y las utilizan para problemas específicos de su entorno mientras que los segundos usan y diseñan sistemas formales que nos ayudan con retos complejos a los que los sans no se tienen que enfrentar, como por ejemplo comprender y afrontar el cambio climático.


Entonces, si tenemos una predisposición natural para el pensamiento racional, ¿por qué dilapidamos nuestro dinero en la lotería y no ahorramos lo suficiente para la vejez? La racionalidad, como puedes empezar a intuir, no es un poder que uno tiene o no tiene. En realidad es un conjunto de herramientas que todos tenemos y que usamos para conseguir objetivos particulares en mundos particulares.

En general somos malos usando la lógica formal o haciendo cálculos probabilísticos complejos porque ambas herramientas son ajenas al contexto en el que evolucionamos la mayor parte de nuestra historia. Y aquí es donde la educación formal es crucial, ya que se encarga de instruirnos en lo que no es intuitivo ni natural para nosotros pero es importante para la vida y el progreso en el siglo XXI.

Un ámbito en el que la irracionalidad se hace visible es el de las teorías de la conspiración, las fake news y todas esas cosas absurdas que siempre han existido pero que han proliferado en el caldo de cultivo de las redes sociales. Nos guste o no, el estado natural del ser humano es creer en esas cosas. Durante nuestra evolución no ha existido ningún motivo para creer que la mitología de la creación del universo o de nuestras leyendas fundacionales fuesen reales. Sin embargo, esas historias eran profundamente inspiradoras y servían para unirnos y empoderarnos. Siempre hemos tenido un pensamiento realista con nuestro entorno cercano, ya que nuestra supervivencia dependía de ello, pero cuando se trataba de lo distante, lo lejano y lo antiguo, el pensamiento mitológico es el que predominaba.

Como hijos de la Ilustración, buscamos extender el mundo realista a todos los ámbitos. Nos preocupa que la historia de la creación, el mundo microscópico o el cosmos quede en manos de los místicos, religiosos y charlatanes. Y aunque extender el conocimiento científico y racional a los confines de lo imaginable es el ideal de una sociedad ilustrada, no es la forma natural que tiene la mente humana de creer. La mente está adaptada para comprender lo remoto y lo inaccesible a través de la mentalidad mitológica.

Este es el motivo por el que, en muchos países desarrollados como EEUU, buena parte de la población cree en la mitología de la creación del mundo cristiana o tanta gente se agarra a los mitos fundacionales de sus países aunque no tengan una base histórica. Lo importante para ellos no es la certeza histórica sino los símbolos y las historias con las que se identifican y que les unen a otros miembros de su grupo.

Sin entender la paradoja de la convivencia entre una mente realista y otra mitológica no podremos entender nada.

La razón no es cool

Una de las dificultades que encuentra la difusión de la razón es que no es emocionante, al menos no para la mayoría de la gente.

Las películas, novelas y canciones se centran en tocar nuestros botones emocionales. Si coges ahora mismo el listado de películas más vistas de la historia, los temas predominantes son el amor romántico, la venganza, la intriga, la traición… Los ladrillos de la ficción son principalmente emocionales, no racionales. Vislumbrar la verdad, dar forma a una idea que te haga entender mejor la realidad o percibir la belleza matemática pueden llegar a ser actividades emocionantes para muchos de nosotros, pero para llegar ahí, antes necesitas una base de conocimientos que no todo el mundo tiene y que se adquiere con tiempo y esfuerzo.

Divulgadores como Richard Feynman o Carl Sagan dieron pasos de gigante acercando los conocimientos profundos de la ciencia a muchísima gente. Para hacerlo, sin duda tuvieron que recurrir a historias hermosas e imágenes impactantes que despertaron nuestra curiosidad innata y el deseo por saber más. Por cierto, ahora puedes ver gratis la serie de Cosmos original en Youtube. En mi opinión, ese es el camino. Pensar que podemos promover la razón sin recurrir a la narración para despertar el interés de la gente es un error.

Carl Sagan en la mítica serie Cosmos

Algunas corrientes filosóficas de las últimas décadas como la Teoría crítica y el Posmodernismo tampoco han ayudado mucho a promover las ideas de la Ilustración. En lo más profundo de estas teorías filosóficas hay una idea que choca frontalmente con la Ilustración: la verdad no existe sino que es una construcción social que justifica el privilegio de los grupos dominantes.

Pero si no existe una verdad, ¿para qué habríamos de buscarla? Si cada uno tiene su propia verdad, ¿por qué debatir para acercarnos a una verdad absoluta que no existe?

Es fácil promover la subjetividad y el relativismo, la emoción y el sentimiento, porque todos podemos ser emotivos y sentimentales y todos podemos conectar con un mensaje así.

La cuestión es, ¿adónde nos lleva eso? ¿al todo vale? ¿al desprestigio de la razón y la ciencia?

¿Por qué ser racional?

Si quieres algo, la racionalidad es lo que te permite conseguirlo.

Lo contrario de la razón: la fé, la creencia irracional o la superstición podría llevarte a conseguir tus objetivos, pero no es probable que suceda. Creer en que la homeopatía te curará un cáncer no va a hacer que te pongas bien. Como mucho hará algo de efecto placebo y puntualmente puede que te sientas mejor, pero poco más.

Ningún ser humano puede ser racional en todo momento y nadie puede alcanzar la verdad absoluta. Pero admitir que existe una verdad, aunque no podamos alcanzarla, nos impulsa a buscarla, a cooperar para sumar fuerzas en la búsqueda de un objetivo noble.

Los daños de la sinrazón

Por el contrario, ir por la vida desdeñando la razón provoca mucho daño. El activista del pensamiento crítico Tim Farley creó una Web en la que fue recogiendo ejemplos concretos del daño provocado por la sinrazón. Esta Web llamada What’s the Harm (¿Cuál es el daño?) lista cientos de ejemplos que suman cientos de miles de muertes y miles de millones de dólares en pérdidas que ocurrieron por culpa de estupideces de todo tipo. El siguiente es un ejemplo extraído de su Web:

“¿Cuál es el daño en una iglesia de sanación por la fe? Ginnifer luchó por su vida durante cuatro horas. Travis Mitchell, su padre, “le impuso las manos” y la familia se turnaba rezando mientras ella luchaba por respirar y cambiaba de color. ‘Supe que estaba muerta cuando dejó de gritar’, dijo Mitchell.”

Este es solo uno de los cientos de sobrecogedores mini-relatos que ha recopilado Farley para demostrar el daño que puede provocar creencias irracionales como los exorcismos, la acupuntura, la astrología, la negación de las vacunas o la homeopatía.

Es cierto que no seríamos racionales si nos dejásemos llevar solo por anécdotas. Para comprobar el daño provocado por un comportamiento irracional Bruine de Bruin y otros colegas estudiaron la relación que había entre las competencias de razonamiento de un conjunto de personas con su calidad de vida. Descubrieron, sin mucha sorpresa por mi parte, que cuanto más racionales eran los sujetos, menos debacles ocurrían en sus vidas. Cuando hablo de debacles me refiero a accidentes, fracasos laborales, embarazos no deseados, etc.

¿Por qué son necesarias las reglas de la razón?

Las reglas de la razón se crearon para limitar los sesgos e intereses individuales que todos tenemos. La lógica, el pensamiento crítico, la probabilidad o el razonamiento empírico fueron propuestas y revisadas por filósofos, matemáticos e instituciones como la Ciencia para evitar que las personas pudiesen imponer sus objetivos a los demás.

La revisión por pares, la división de poderes y la libertad de prensa son tres buenos ejemplos de instituciones que hunden sus raíces en la razón y que nacieron para que las ambiciones opuestas se anulasen entre sí. Estas instituciones reconocen la naturaleza humana y a lo largo de la historia, han ido rediseñándose para limitar el poder de unos pocos, reducir el engaño de los parásitos y acercarnos a la verdad y la justicia. El quisquilloso podría decir que existe una crisis de replicación en las ciencias sociales, que los tribunales son injustos en muchas ocasiones y que la libertad de prensa provoca que algunos medios digan barrabasadas y acentúen la polarización. Y probablemente esté en lo cierto. Pero para poder evaluar las instituciones modernas con equidad deberíamos compararlas primero con sus alternativas, es decir, con la ausencia de las mismas (la anarquía) o la existencia de otras que predominaron en el pasado como la Iglesia o los gobiernos absolutos.

La prueba de que la razón es válida es que funciona. La mayoría de los relativistas que dicen sin pudor que no existe una verdad, en su vida diaria dan antibióticos a sus hijos cuando tienen una infección y ponen sobre la mesa evidencias y usan la lógica cuando discuten una subida de sueldo con su jefe. Y aunque el relativismo suele rodearse de un halo moral, los relativistas se quedan sin respuestas cuando les planteas cuestiones como la inmoralidad del Holocausto o la verdad científica del Cambio Climático, de las que suelen ser firmes defensores. Esa falta de consistencia intelectual y de coherencia en sus ideas da a entender que en el fondo no tienen un compromiso real con aquello de que todo es relativo.

Razones para razonar con los demás

Pongamos que estás seguro de tener la razón en un asunto. Por ejemplo, tu idea de que el libre mercado es mejor que el proteccionismo para conseguir la prosperidad económica. ¿Por qué razonar con los que no piensan como tú? ¿No es una pérdida de tiempo? ¿No sería preferible hacer piña con tu grupo y luchar por tus ideales?

Si admites que es lícito negarte a razonar con el que piensa diferente, estás admitiendo que el otro decida no sentarse a razonar contigo. Además, estás asumiendo que eres infalible, que no puedes estar equivocado, lo cual es contrario a la razón. ¿Qué es lo que te diferencia entonces de tus adversarios irracionales?

Si necesitas silenciar a los que no piensan como tú, ¿no será que eres incapaz de argumentar de forma convincente?

En ausencia de diálogo racional se impone la demagogia, la mentira y la fuerza. Por lo tanto, pese a que argumentar y dar evidencias puede ser cansado, difícil, incluso a veces una pérdida de tiempo. Pienso que estamos moralmente obligados a hacerlo para no dejar que la sinrazón y el todo vale se conviertan en la norma imperante.

Los que niegan la razón

El problema con la razón es que se necesitan dos para bailar un tango. La persona que está al otro lado puede decidir que tus demandas y argumentos son parte del problema y sentir que no necesita persuadirte. Las personas seguras de tener la razón pueden intentar imponer sus creencias por la fuerza.

Justamente esto es lo que hacen los regímenes autoritarios que encarcelan o incluso asesinan a aquellos que opinan diferente. Si bien las democracias están más protegidas, la cultura de la cancelación o la censura en las universidades son algunos de los métodos que utilizan aquellos que no quieren razonar. Una persona razonable en su vida normal, si se siente muy seguro con sus creencias morales y se identifica mucho con ellas, puede convertirse en un intolerante que crea que no tiene que razonarlas ni justificarlas.

La razón y la justicia social

Ninguna causa moral o política debe estar fuera del escrutinio de la razón. La búsqueda de la justicia social parte de la idea de que unos grupos sociales oprimen a otros. Esas ideas también deben ser validadas por la razón y las evidencias porque podrían estar equivocadas. El aparente virtuosismo moral de una idea no debe ser excusa para ser no ser sometida a las reglas de la razón.

De igual manera, si la razón y las evidencias señalan que hay una opresión sistemática, por ejemplo de los blancos hacia negros en EEUU, las medidas para eliminar esa injusticia deben ser racionales. ¿Debemos crear leyes que den más facilidades a los negros para que se cierre la brecha de oportunidades? ¿Necesitamos políticas educativas que promuevan la mezcla de razas en las escuelas? Solo la razón, la investigación y la ciencia rigurosa puede responder a estas preguntas con eficacia. Las políticas sentimentalistas, impulsivas o populistas no ayudarán a los negros, solo beneficiarán a los políticos y activistas que las promuevan, haciéndoles sentir mejor por pensar que están ayudando a los más desfavorecidos.

Concentración del movimiento «Black Lives Matter» que tuvo lugar el 8 de julio de 2016 en Londres. / Foto: Flickr (Alisdare Hickson)

Emociones, moral y razón

¿Debemos seguir siempre la razón? ¿Debe dictarme la razón mis gustos, mis intereses o de quién me enamoro? ¿Tiene algo que decir sobre la belleza y la bondad?

Aunque el amor, la belleza o la bondad no son literalmente racionales, tampoco son exactamente irracionales.

La razón es el medio para un fin. No nos dice cuál debe ser ese fin ni tampoco si debemos perseguirlo.

Pero en ocasiones la razón puede oponerse a las emociones. Casi todos nosotros nos mantenemos lejos de los exaltados, los locos y los irracionales porque son impredecibles y nos asusta su comportamiento. También lamentamos nuestros actos irracionales e irreflexivos. Todo esto nos lleva a la frase de que “las pasiones deben ser esclavas de la razón”.

La razón es necesaria cuando varios de nuestros objetivos son incompatibles entre sí o con los de otras personas o seres. Consideramos sabio al que es capaz de elegir mejor entre distintos objetivos quien tiene una férrea moral y evita que sus objetivos pasen por encima de los demás.

Steven Pinker piensa que los grandes progresos morales han tenido su origen en las ideas de filósofos y pensadores. Otros intelectuales son más partidarios de la Teoría del Conflicto, que propone que el progreso se consigue mediante la lucha, ya que los poderosos jamás renuncian a sus privilegios y los desfavorecidos deben hacer piña para arrebatarles el poder. Sin embargo, Pinker argumenta que siempre que rastrea el origen de los grandes avances sociales se encuentra a personas que usaron la razón para argumentar que se estaba cometiendo una injusticia. Estas nuevas ideas se transformaban en textos que se hacían virales, se discutían en salones y cafés y acababan calando en los dirigentes, legisladores y la opinión popular. Con el tiempo esas ideas se fusionaban con tradiciones y normas sociales y dejaban de ser cuestionados. Finalmente, la mayor parte de la gente olvidaba sus orígenes.

Muchos de estos progresos se consiguieron porque alguien exponía las inconsistencias entre la moral imperante y la injusticia que era objeto de denuncia.

Jeremy Bentham en Una Introducción a los principios de la moral y la legislación, publicado en 1780 decía lo siguiente:

“Puede que llegue el día en que el resto de la creación animal adquiera esos derechos que jamás podrían habérseles denegado más que de la mano de la tiranía. Los franceses ya han descubierto que la negrura de la piel no es una razón para que se abandone sin reparación a un ser humano al capricho de un verdugo. Puede que llegue el día en que se reconozca que el número de patas, la vellosidad de la piel o la terminación del hueso sacro son razones igualmente insuficientes para abandonar a un ser sintiente a la misma suerte. ¿Qué otra cosa debería trazar la línea insuperable? ¿Acaso la facultad de la razón o tal vez la facultad del discurso? Pero un caballo o un perro adulto es, más allá de cualquier comparación, un animal más racional y sociable que un bebé de un día, una semana o incluso un mes. Pero supongamos que no fuese así. ¿Qué cambiaría? La cuestión no es si pueden razonar ni si pueden hablar, sino si pueden sufrir.”

Retrato de Jeremy Bentham de Henry William Pickersgil

En este fragmento de su libro, Bentham invitaba a sus coetáneos a reflexionar sobre los criterios relevantes para considerar valiosa la vida de un ser. Si el color de la piel no debería ser el criterio principal, algo que al parecer los franceses ya habían interiorizado, ¿por qué otros rasgos físicos sí lo eran? Si la capacidad de razonar no lo era, ya que un bebé tampoco razona, ¿cuál debería ser ese criterio? Basándose en premisas socialmente aceptadas, Bentham construye un argumento que concluye que la capacidad de sufrir y sentir es el criterio que debe regir el respeto por la vida.

Estimular la reflexión cognitiva comparando un grupo con otro vulnerable es un medio habitual que han utilizado los persuasores morales para que la gente cobre conciencia sobre sus sesgos e intolerancias. A ellos les debemos buena parte de los progresos morales como la igualdad entre hombres y mujeres, la normalización de la homosexualidad o la abolición de la esclavitud.

En definitiva, la moralidad, en su concepción más fundamental y deseable, surge cuando buscamos formas imparciales de resolver los conflictos entre mis objetivos y los del otro. La moralidad no es un conjunto de reglas arbitrarias o caprichosas. La regla de oro es preguntarse: “Qué te parecería que él otro te lo hiciera a ti?”.

La razón razona sobre sí misma

Por último, la razón, al contrario que la creencia ciega, se revisa a sí misma. Podemos y debemos usar las reglas de la razón para cuestionarla. Un ejemplo sería usar el pensamiento crítico para revisar este ensayo. Yo estoy dando mi punto de vista sobre la racionalidad e intento persuadirte de que el camino de la razón es el correcto. Ahora es tu responsabilidad analizar posibles falacias, errores lógicos o evidencias erróneas que pueda contener este ensayo. De hecho espero que lo hagas y lo comentes. Lo maravilloso es que las herramientas de la razón están al alcance de todos y pueden aprenderse.

La ciencia se basa en eso, no hay un gurú que diga lo que es verdad y lo que no, hay casi 10 millones de científicos investigando, publicando sus descubrimientos y revisando el trabajo de los demás, para que el resultado final sea conocimiento cercano a la verdad. Es un proceso que nunca termina. Hugo Mercier, investigador de la razón, descubrió que en grupos de razonadores cooperativos pero intelectualmente diversos, suele triunfar la verdad.

Conclusiones

Somos seres más racionales de lo que pensamos, pero menos de lo que nos gustaría. Cuando nos enfrentamos a problemas complejos salen a la luz nuestras carencias en pensamiento crítico, probabilidad y lógica. La solución pasa por colocar a la razón en el lugar donde debería estar: el de garante de la verdad. Necesitamos educar a los niños y a los jóvenes en las herramientas que les ayudarán a evaluar mejor los riesgos, tomar mejores decisiones, prosperar en cualquier profesión y a ser mejores ciudadanos y personas. Aunque parezca contra intuitivo, la razón puede llevar a la compasión.

Ninguno de nosotros por separado somos completamente racionales, la racionalidad emerge de la comunidad de razonadores que señalan continuamente las falacias ajenas. El foco no debe estar en las personas, sino en las ideas. Todos nos equivocamos, lo hacemos constantemente. No hay que ruborizarse porque nos señalen un error o una falacia. El resultado final es lo que importa. Después de corregir un error estamos más cerca de la verdad. Dicho esto, es normal identificarnos con nuestras ideas y sentirnos mal cuando las atacan, pero eso no justifica dejar la razón a un lado y empezar una pelea de perros.

El realismo y la razón son ideales que deben ser promovidos y defendidos. Si aspiras a ser más racional, saca pecho, no te escondas, es una actitud loable y una de las causas más valiosas a las que entregarse. La racionalidad ha contribuido notablemente a que hoy vivamos en un mundo con menos pobreza, más tolerancia y menos crueldad de lo que era hace 250 años, antes de la Ilustración. En el camino vas a necesitar esfuerzo, estudio, valentía, humildad y determinación, pero la recompensa merece la pena.

Si has sentido la llamada de la selva, te animo a que compres hoy mismo Racionalidad, de Steven Pinker, el libro en el que me he basado principalmente para hacer esta defensa de la razón. Es una joya que merece ser estudiada, y también criticada, una y otra vez.

Racionalidad, el último libro de Steven Pinker

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