Cinco herramientas más, de utilidad demostrada, para aprender mejor
Nuestro cerebro es tan complejo y fascinante que incluso podemos
aprender a aprender. La atención focalizada en el propio proceso de
aprendizaje es un eficiente sensor que nos indica qué estamos haciendo
bien y qué es lo que probablemente podemos
mejorar. Es importante pensar en la manera que tenemos de adquirir
nuevos conocimientos y habilidades, ser conscientes de nuestro estado de
ánimo, de la emoción que lo acompaña, de lo que nos mueve a querer
saber más, si es la curiosidad, la obligación, superarnos a nosotros
mismos, cubrir objetivos de fechas y plazos, si nos sentimos fatigados,
abúlicos, estresados, si tenemos una predisposición abierta a mejorar,
si nos exigimos mucho o si nos esclaviza un perfeccionismo demasiado
estricto. Igual que los deportistas analizaremos minuciosamente los
entrenamientos y trataremos de optimizar el proceso de aprendizaje con
recursos adecuados para lograr las metas propuestas de una manera más
provechosa. Una premisa deseable antes de utilizar cualquiera de las
herramientas para aprender es disfrutar durante su uso, dejarse llevar
por el circuito de recompensa que se activa al aprender, al sabernos
capaces de conocer algo nuevo. Saber y querer saber nos hace mejores
personas y mejora nuestras vidas y, nuestras estructuras neuronales
crean nuevas conexiones y se refuerzan las preexistentes. Además,
nuestro cerebro se mantiene sano y joven. Al
involucrarnos en la maravillosa travesía de aprender podemos soñar con
mejorar de una vez el idioma que se nos resiste, tocar el instrumento
deseado, practicar el deporte que nos divierta más, atender la labor de
costura más delicada, preparar las recetas más exquisitas, repasar los
artistas más célebres del Renacimiento italiano o atreverse a poner en
práctica la teoría sobre injertos en el nogal del jardín. Todos estos
deseos podremos llevarlos a cabo sin perder esa pasión y utilizando los
recursos adecuados. Entre los que han sido demostrados en
investigaciones recientes se encuentran las siguientes herramientas:
Jugar a videojuegos
Sorprendente, ¿verdad? Esta puede ser la gran ocasión para aliviar
tensiones de tardes malhumoradas discutiendo con sus hijos para que no
pierdan tanto el tiempo. Por el contrario, jugar a videojuegos de acción
es la actividad más aconsejable cuando hacemos una parada durante el
aprendizaje de caligrafía, un deporte nuevo o tocar un instrumento; de
hecho, cualquier cosa que implique una estructura constante y predecible
que requiera la coordinación de un estímulo sensorial y una respuesta
física a esa percepción. Por ejemplo, si jugamos un partido de tenis la
coordinación de movimientos para dar a la pelota con la raqueta
mejoraría si somos hábiles en estos juegos. Lo importante es que los
videojuegos sean de acción, cuanto más trepidante, mejor. Un
equipo dirigido por Jay Pratt, de la Universidad de Toronto, descubrió
que las personas que eran expertos jugadores de estos videojuegos,
aprendían más rápido una tarea que involucrara la coordinación mano-ojo,
algo que se usa mucho, por ejemplo, en bastantes laboratorios. Su
tiempo de juego era de seis a ocho horas a la semana y su práctica
aceleraba la capacidad de una persona para construir los patrones
neuronales necesarios para una acción coordinada mano-ojo. Los juegos de
acción tienen niveles que van subiendo en dificultad y exigen a los
sistemas visuales, cognitivos y sensoriomotores una precisión cada vez
más acelerada para superar esas pantallas. Con ese entrenamiento
nuestros sistemas cerebrales se van modificando y son cada vez más
eficientes. Cuando tengamos que desarrollar una habilidad
sensoriomotora, nuestras conexiones neuronales ya tienen parte del
trabajo hecho si somos unos expertos en el Call of Duty.
Descansos regulares
Sabemos que durante el sueño se consolidan los recuerdos. Una
pregunta evidente es si tendrán los mismos efectos los descansos breves
durante los periodos de estudio. Lila Davachi, de la Universidad de
Nueva York, se cuestionó lo mismo y escaneó el cerebro de varias
personas mientras les mostraba una serie de imágenes que tenían que
memorizar. Les pidió que pensaran en cualquier cosa relajante después.
Durante el descanso, el típico «break», detectó una mayor actividad en
el hipocampo (involucrado en la memoria) y las regiones corticales
implicadas en procesos cognitivos. Descubrió
que cuanto mayor era la actividad en esas dos regiones, mejor
recordaban después los voluntarios las imágenes mostradas. Así, durante
los períodos de descanso se genera una activación de áreas implicadas en
la consolidación de aprendizajes. De esta manera, si acabamos de
estudiar una lista de vocabulario o intentamos memorizar algunas fechas
históricas clave, lo mejor es hacer un descanso tras el período de
atención.
Surge en este momento otra pregunta, ¿qué es un descanso adecuado? Davachi también investigó la respuesta y encontró que un descanso puede ayudar a consolidar los recuerdos siempre que active redes neuronales diferentes a las que se activaron durante el período de estudio. Entonces, si acabamos de estudiar un tema difícil, salir a dar un paseo debería funcionar. Dicho esto, un poco de descanso es tentador y, si tenemos en cuenta que actúa como herramienta para el aprendizaje, resulta ser productivo y recomendable.
Enseñar lo aprendido
A los estudiantes del Williams College se les dio diez minutos para
estudiar un pasaje de 1500 palabras sobre La carga de la Brigada Ligera,
el famoso poema de Tennyson. Aquellos a quienes se les dijo de antemano
que tendrían que transmitir lo que habían aprendido a otra persona
recordaron más y sus recuerdos estaban mejor organizados. Este recurso
es muy sencillo de llevar a la práctica en clase y es muy eficaz. Cuando
indicamos a algún alumno que debe preparar una charla para explicar un
contenido a sus compañeros, lo aprenderá mejor. Incluso nos podemos
engañar a nosotros mismos imaginando nuestra próxima ponencia sobre lo
que estamos tratando de aprender en este momento. Hay muchos beneficios
cognitivos bien conocidos cuando nos preguntamos si somos capaces de
reformular lo aprendido en nuestras propias palabras. Esto conduce a la
recuperación activa de la memoria y ayuda a organizar los pensamientos
en esquemas lógicos. Además identificamos qué es lo que no hemos
aprendido todavía bien y repasaremos esto que nos falta. Es una
magnífica estrategia de aprendizaje.
Intentar recordar con frecuencia
Después de aprender conceptos nuevos, habilidades nuevas o cualquier
hecho que queramos recordar, ¿cuándo deberíamos volver sobre ello para
optimizar las posibilidades de recuperarlo? Cuanto más tiempo transcurra
entre lo estudiado y el intento por recordar, mejor. Es cierto que
esperar hace que sea más difícil recordar la información. Sin embargo,
cuando nos ponemos a prueba esperando más tiempo, más aprendemos.
Entonces, cuando necesitemos la información a más largo plazo, lo
haremos mejor si antes hemos practicado y recuperado lo aprendido
después de un largo periodo de tiempo.
Refinando esta idea, Hal Pashler de la Universidad de California, y su equipo recomiendan espaciar los intervalos entre el estudio y las revisiones, estableciendo una proporción temporal entre el aprendizaje inicial y cuándo necesitemos recordar. El mejor intervalo para hacerlo depende de cuánto tiempo deseemos recordar algo después. Por ejemplo, para maximizar el recuerdo una semana después, debemos revisar la información dos o tres días después del aprendizaje inicial. Para recordar durante mucho tiempo, por ejemplo al preparar una oposición que tendrá lugar el año que viene, es aconsejable tener bastante espacio, tal vez el 10 por ciento del tiempo total. Es decir, si necesitamos recordar algo en un año, revisaremos lo estudiado al final de cada mes aproximadamente. Para recordar algo durante diez años, lo ideal será revisarlo una vez cada año. No se sabe qué mecanismos cerebrales están implicados en esto, pero parece que una espera considerable para volver a revisar lo aprendido le dice a nuestro cerebro que ese conocimiento lo necesitaremos a largo plazo.
Recientemente, el equipo de Pashler ha desarrollado algoritmos de aprendizaje personalizados que determinan cuánto espaciar las revisiones para una tarea determinada. Este plan individualizado utiliza medidas de la dificultad de lo que queremos aprender y de lo capaces que seamos para las revisiones sucesivas. Parece que funciona y que la cantidad de lo que retenemos aumenta con estas revisiones de aprendizaje personales. En cualquier caso, repasemos regularmente durante el periodo de estudio, con espacios cada vez mayores.
Evitar castigarse
En alguna ocasión un examen no nos ha salido tan bien como esperábamos o hemos fracasado en una prueba. A veces tendemos a echarnos encima culpas, errores o descuidos que nos llevaron a ese resultado poco afortunado. Pues bien, además de la inutilidad de esa flagelación,
se ha demostrado que una actitud más positiva hacia nosotros mismos conlleva un resultado mejor en los siguientes exámenes. Michael Wohl, de la Carleton University de Canadá, y sus colegas descubrieron que los estudiantes que se perdonaban el no haber hecho lo suficiente para preparar un examen, obtuvieron mejores resultados en pruebas posteriores. Además, éstos que se perdonaban por no haber estudiado, se ponían a la tarea con más ánimo para preparar lo siguiente, incluso con más dedicación que los que se culpaban a sí mismos por procrastinadores. Wohl concluyó que el perdonarnos nos permite ignorar los sentimientos negativos sobre nuestra capacidad para conseguir un buen resultado. Así volvemos a confiar en nuestra capacidad para afrontar el aprendizaje y anticipamos un éxito. ¡Somos así de comprensivos con nosotros mismos! Sin embargo, esto no funciona para los procrastinadores «en serie». Si vamos postergando el esfuerzo que supone aprender, mantenemos este comportamiento y lo hacemos crónico, instauramos un hábito negativo, y perdonarnos no sirve para nada.
De cualquier modo, el aprendizaje requiere fuerza de voluntad, autocontrol y esfuerzo. Con voluntad incluso un hábito negativo puede llegar a modificarse. Además si reforzamos la voluntad para unas tareas, nos beneficiamos de ella para llevar a cabo otras. Así, si, combatiendo la pereza, mantenemos el orden en nuestra casa, nos costará menos ponernos a la tarea de vaciar un cajón abarrotado de cachivaches y colocarlos simétrica y primorosamente. Si hacemos un ejercicio de conciencia corporal y nos obligamos a sentarnos con la espalda recta, nos será más fácil cuidar la postura mientras caminamos. La fuerza de voluntad se entrena y es conveniente que nuestros alumnos lo sepan. Así, lo que antes parecía insalvable, si deseamos aprender, llegará a ser fácil y gratificante.
Con todas estas herramientas y los beneficios que pueden proporcionarnos, ¿por qué no comenzar ahora mismo a disfrutar aprendiendo?
Referencias:
- Young E (2015) Know it all. New Scientist 3014: 30. Disponible en newscientist.com y en emmayoung.net.
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