Entrevista a José Ramón Alonso. Universidad de Burgos
Neurociencia del confinamiento
Salvo
algunos países con estado prácticamente inexistente y otros gobernados
por imbéciles, la mayor parte del mundo se ha puesto en un confinamiento
estricto como única medida eficaz para detener la progresión de la
pandemia, hasta que tengamos una vacuna, unos antivirales apropiados, exista protección de rebaño o el virus pierda virulencia.
Las acciones que hemos puesto en marcha para mitigar el rápido contagio del coronavirus han sido duras y nos han dejado frente a situaciones que hace solo unos meses parecían imposibles: cierre de todo el sistema educativo, alejamiento de nuestros familiares y amigos, pérdida brutal de ingresos y paro para muchas personas, reorganización completa de la vida cotidiana, control de la deuda pública volado y miedo.
España es uno de los países que de momento más ha sufrido en el mundo
y hemos soportado y soportamos uno de los confinamientos más rigurosos
de los decretados por los distintos gobiernos. Mientras
escribo esto, es evidente que las medidas han salvado muchas vidas,
pero también que muchas personas trasladan su preocupación al negro
panorama de la economía y que muchas otras parecen no ser conscientes de
la gravedad de la situación, de los riesgos que implica cualquier
contacto interpersonal y creen, sin ningún fundamento, que a ellos no
les puede pasar nada, o simplemente no piensan y corren riesgos
absurdos.
Paolo Brambilla, de la Universidad de Milán, ha dicho que este confinamiento es «un experimento social que nunca se había hecho antes» y pone a nuestro cerebro ante un escenario totalmente imprevisto. Todos estamos viviendo una experiencia novedosa, impredecible y peligrosa. Novedosa porque la inmensa mayoría de nosotros jamás hemos vivido nada parecido. Impredecible porque nuestra falta de experiencia con este coronavirus hace imposible prever cuestiones básicas como si será posible tener una vacuna, cuánto dura la defensa inmunológica, si las condiciones estacionales mitigarán la pandemia y muchas otras. Peligrosa porque al día de hoy, 1 de junio de 2020, 370 153 personas han muerto por la COVID-19.
Estas
tres características: novedad, inseguridad y amenaza son aspectos que
afectan con claridad a nuestro funcionamiento cerebral. El estrés genera
daño neuronal y se nos suman problemas reales como que muchas personas
han perdido a seres queridos o que las estrategias de afrontamiento
habituales, como sentir el calor y la cercanía de nuestra familia y
amigos, no están disponibles por el obligado distanciamiento social. Es
un problema evidente: un estudio publicado en Lancet Psychiatry mostraba
que los ciudadanos del Reino Unido mostraban niveles superiores de
ansiedad, depresión y estrés, así como preocupación sobre el
confinamiento. La OMS ha alertado de que en estas circunstancias
aumentan los niveles de soledad, depresión, el uso dañino de alcohol y
otros drogas y el daño personal incluyendo el suicidio.
La psicóloga Julianne Holt-Lunstad descubrió que el aislamiento
social es dos veces más perjudicial para la salud física que la
obesidad. El confinamiento solitario en los sistemas penitenciarios
causa ataques de pánico y alucinaciones, entre otros síntomas. El
aislamiento puede incluso hacer que las personas sean más vulnerables a
la enfermedad que se pretende evitar: los investigadores han detectado
que «el sistema inmunológico de una persona solitaria responde de manera
diferente a la lucha contra los virus, haciéndolos más propensos a
desarrollar una enfermedad». Nuestro sistema nervioso está
intrincadamente relacionado con nuestro sistema endocrino y nuestro
sistema inmunitario.
Otro aspecto del que nos hemos dado cuenta es cómo el cerebro modula
nuestra realidad. Estas semanas de confinamiento se han sentido para
muchas personas enormemente largas, y notaban que tenían dificultades
para concentrarse y cómo se cambiaban las prioridades vitales. Otros
aspectos muestran también nuestra neurodiversidad: había quién no se
sentía solo, aunque estuviera completamente aislado, y otros, que
estaban rodeados de familiares, pero se sentían solos pues echaban en
falta una conexión intensa. Otro ejemplo ha sido personas que preferían
no saber nada de la pandemia ni soportaban escuchar las ruedas de
prensa, mientras que había otros que estaban siempre pendientes de la última noticia, de la cifra más reciente.
Hay una preocupación sobre el impacto psicológico de esta experiencia. Sandro Galea, un médico epidemiólogo de la Universidad de Boston señalaba que «el impacto en la salud mental es la próxima ola de este suceso, y me preocupa que no estamos hablando sobre ello lo suficiente». Es evidente que hay grupos que son especialmente vulnerables, incluyendo aquellos con enfermedades mentales, tales como la esquizofrenia o el trastorno bipolar; con dificultades de aprendizaje y con trastornos del neurodesarrollo como el autismo. También deberían ser de especial atención los grupos en riesgo de exclusión social como presos, personas sin hogar y refugiados. Una epidemia es diferente a otros sucesos traumáticos como los atentados terroristas o las catástrofes naturales. En estos casos, la vuelta a la normalidad es instantánea o rápida y un inmenso porcentaje de la población está intacto y con una vida normal, pero en el caso de la COVID-19 el impacto es prolongado, nadie se ha librado del todo y puede dar lugar a traumas mentales persistentes. Entre los problemas asociados a las cuarentenas está la ansiedad, el bajo estado de ánimo, la depresión y el trastorno de estrés postraumático. Es evidente que algunas personas necesitarán apoyo psicológico para superar esta época.

Más de ocho mil especialistas en salud mental respondieron al llamamiento del gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo para apoyar gratuitamente a los neoyorquinos y el gobierno chino envió a Wuhan psicólogos y psiquiatras en la primera etapa de confinamiento.
A veces pensamos que una vez que tomas decisiones la situación,
aunque sean decisiones discutibles o equivocadas, mejora con claridad.
Pero no es así. Richard Bentall, tras hacer una encuesta de salud mental
a más de 2 000 personas encontró que antes del anuncio por Boris
Johnson del confinamiento, 16% de los que respondieron sentían
depresión, tras la declaración de cuarentena, el porcentaje subió
inmediatamente al 38%. En
el caso de la ansiedad, el porcentaje subió del 17 al 36%. Sin embargo,
nuestro cerebro tiene sistemas de afrontar las situaciones difíciles y
para ambos parámetros en unas pocas semanas los niveles de ansiedad y
depresión se estabilizaron en torno al 20%. Es el resultado de otra de
las capacidades de nuestro sistema nervioso, la resiliencia.
Hay cuatro tipos de respuestas a la crisis del coronavirus y el aislamiento social. Algunas personas se toman todo con calma y confían en una estabilidad psíquica inquebrantable. Otros viven con cierta preocupación, pero sólo necesitan unos «primeros auxilios psicológicos», cariño de la familia, información fidedigna, esperanza. Un tercer grupo que no ha experimentado previamente estos trastornos de ansiedad y depresión está gradualmente cayendo en ellos. Por último, a muchos que ya sufrían un trastorno depresivo grave se les ha exacerbado, desarrollando lo que los psiquiatras llaman «depresión doble», en la que a un trastorno depresivo crónico se superpone un episodio de dolor insoportable.
Evidentemente las condiciones ambientales juegan un papel: no es lo
mismo las personas que viven hacinados en un piso pequeño sin luz
natural ni espacio, que aquellos que tienen un jardín propio, metros de
sobra y todas las comodidades. De
hecho los datos de Bentall indican que la situación ha sido peor en la
población urbana, que en la de zonas rurales. Otro factor de impacto muy
variable son las condiciones de trabajo, las habituales y las del
confinamiento. Hay personas, muchos escritores han sido entrevistados
por la radio, que tienen un sistema de vida prácticamente igual a antes
de la pandemia, otros que han descubierto con agrado el teletrabajo y
finalmente otros han perdido el empleo o han tenido que realizarlo en
condiciones de una especial dureza, como puede haber sido el personal
sanitario. Será necesario evaluar el coste, no solo entre los enfermos,
sino entre toda la sociedad.
El suicidio es siempre un tema tabú. Hay evidencias de que los
suicidios aumentaron durante la gripe española de 1918-19 y también
entre los ancianos de Hong Kong en la epidemia del SARS. Al menos dos
enfermeras que estaban tratando enfermos de COVID-19 se han suicidado en
Italia. La pandemia podría afectar negativamente a otros factores
domésticos conocidos del suicidio. Por ejemplo, la violencia doméstica y
el consumo de alcohol aumentaron durante el confinamiento. Las
respuestas de salud pública deben garantizar que las personas que se
enfrentan a la violencia interpersonal reciban apoyo y que se difundan
mensajes de consumo seguro de alcohol. El aislamiento social, el
confinamiento y la soledad contribuyen al riesgo de suicidio y es
probable que aumenten durante la pandemia, en particular en el caso de
las personas en duelo. Es
útil prestar apoyo comunitario a las personas que viven solas y alertar
a las familias y los amigos para que tomen medidas proactivas y estén
pendientes de sus allegados. Es fundamental que la ayuda a las personas
sufriendo sea fácilmente accesible.
El impacto psicológico se refleja en el estado orgánico. El estrés tiene síntomas característicos como los problemas de sueño, los dolores de cabeza, los trastornos gastrointestinales y la fatiga. La soledad mina nuestro estado físico y afecta, según algunos estudios en EEUU, a más de la mitad de la gente. Una encuesta de la Kaiser Family Foundation indicaba que un porcentaje parecido, casi la mitad de los que contestaron, sentían que su salud mental estaba siendo afectada por la pandemia. Una línea telefónica de ayuda a personas en crisis recibió 20 000 mensajes en abril de 2020 comparados con 1 790 mensajes en abril de 2019. Nos sentimos desesperanzados, atrapados, incapaces de soportar esto más tiempo. Y sin embargo, es importante recordar que somos fuertes, que estamos programados biológicamente para luchar y para sobrevivir. También tenemos que recordar que el enfado, la frustración, la incomodidad no son problemas de salud mental sino una respuesta normal y a menudo necesaria a lo que nos está pasando. ¡Ojo!, el que sea normal no quiere decir que no moleste y termines hasta el gorro.
Hay estrategias que nos pueden ayudar a superar esta etapa de
nuestras vidas de la mejor forma posible. Tenemos que entender porqué
hacemos lo que hacemos y asumirlo y aceptarlo. Mucha gente lleva mal lo
que considera como un atentado a su libertad, pero si piensa que mucho
de lo que hace es de forma voluntaria, se sentirá mejor. Un segundo
factor es apelar al altruismo, uno de los resultados nobles de nuestra
actividad cerebral. Si pensamos en los que estamos ayudando sin
conocerlos, los sanitarios, la gente mayor, todos los servidores
públicos que se dejan la piel, nos sentiremos reconfortados. Otros
factores importantes son tener actividades con las que llenar nuestro
día y que nos hagan sentirnos útiles; tener contacto social a través del
teléfono, viéndonos en el balcón o haciendo videoconferencias; disponer
de víveres y los demás elementos de primera necesidad y sentir que
vamos a ser capaces de volver a una normalidad antes o después. Otra
estrategia que ayuda, tanto al que da como al que recibe, es hacer algún
tipo de voluntariado. No hace falta apuntarse a una ONG, puede ser
llamar a una vecina mayor a ver cómo van las cosas o llevar comida a una
madre que tiene varios pequeños y dificultades para salir a hacer la
compra con ellos. Nuestro cerebro encuentra también placer con la
creatividad, algo que estamos viendo que mucha gente hace muy bien, de
hacer «booktrailers» a manualidades.
Hay otros factores que son difíciles de prever en una situación
novedosa como la actual, pero los confinamientos, en teoría, deberían
ser lo más cortos posibles y por un período fijo. Nuestro cerebro no
lleva bien que los límites se extiendan, que las condiciones cambien,
que las normas se licúen. Ayúdate con las rutinas, lleva una vida
regular: levántate, comer y vete a la cama a la misma hora que lo harías
normalmente. Haz algo de ejercicio cada día, a ser posible en un
espacio natural y mantén siempre el distanciamiento social. También
ten cuidado con no difundir bulos. Lo vemos a nivel mundial, falsos
tratamientos, lejías, fármacos cuya utilidad nadie ha demostrado, los
engaños típicos de los vendedores de crecepelo. Piensa en las cosas que
te gustan, en las que en el pasado te han hecho sentir tranquilo y
estable. Puede ser leer o colocar sellos. Recupera viejos disfrutes.
Otro tema son los efectos de la situación sobre los problemas de una
relación. Parte es debido al propio confinamiento y parte a las
presiones añadidas como pueden ser las preocupaciones sobre nuestra
salud o la de algún ser querido, las presiones de la atención a los
niños, las tensiones económicas, la falta de espacio propio e intimidad,
las incomodidades en el día cotidiano. Evidentemente no afecta a todos
por igual y lo que se ha visto es que en muchas parejas hay una especie
de turnos. Si uno se siente ansioso, el otro está calmado y luego
intercambian esos roles; es decir la pareja siente la presión de la
situación pero no hay uno que sea el frágil y otro el fuerte sino que,
de forma involuntaria se alternan para apoyar al otro y recibir luego su
ánimo. En
cualquier caso es importante entender que el otro es distinto, que
puede llevarlo de otra manera y no debe enfadarnos ni hacer que nos
volvamos uno contra el otro. Aun así muchas veces un miembro de la
pareja puede opinar que el otro no le entiende, que es un tranquilo o
que se agobia en exceso y sin que valga para nada. El problema surge
cuando piensa que el otro no se preocupa por él o ella. También puede
haber una especie de claustrofobia psicológica, un sentimiento de que no
se tiene suficiente espacio mental.
Los estudios muestran que hay mayores riesgos de ansiedad y
depresión, al menos durante las primeras etapas del confinamiento en las
parejas con hijos. Las estrategias aquí son trabajar con tu pareja como
si fuese un compañero de equipo, planificar el uso del espacio y del
tiempo, indicar qué cosas se hacen juntos, quién hace qué con los niños y
en cuáles otras cada uno puede tener privacidad. Explicar y ser honesto
sobre tus emociones, también con los niños. Estamos acostumbrado a
ello, responder a sus preguntas con palabras que puedan entender. Lo
que no ayuda es el pánico, explica cuáles son los riesgos y lo que
puede hacer para reducirlos. Hablar de estas cosas puede ayudarte y
hacer sentir a tu pareja que eres solidario y comprensivo.
Acepta cierto nivel de caos, de imperfección y luego desarrolla un sistema, lo importante es que todos los que formáis parte de la unidad familiar os sintáis sanos y seguros. Los niños y los adolescentes son los que más afectados suelen ser por estos cambios, sus cerebros están todavía en desarrollo, les cuesta controlar sus respuesta emocionales, tienen un juicio crítico poco desarrollado, pueden sentirse asustados o recibir mensajes contradictorios y no saber qué hacer. Piensa que lo que para ellos es su vida normal, las clases y los amigos ha quedado totalmente alterado y con seguridad lo echan de menos. Ten paciencia con ellos.
Es una época compleja y difícil, pero recuerda: de peores hemos salido.
Para leer más:
- COVID-19 Psychological Research Consortium https://drive.google.com/file/d/1A95KvikwK32ZAX387nGPNBCnoFktdumm/view
- Sarner M (2020) Maintaining mental health in the time of coronavirus. New Scientist 3279: 40-46.
- Solomon A (2020) When the Pandemic Leaves Us Alone, Anxious and Depressed. The New York Times 9 de abril. https://www.nytimes.com/2020/04/09/opinion/sunday/coronavirus-depression-anxiety.html
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