Crisis, emergencia, apocalipsis
Lo llamábamos calentamiento global. A finales de los 90 se popularizó cambio climático. A finales de los años 10 de este siglo triunfó el término crisis climática. En poco tiempo dio paso a la emergencia climática. Antes de que nos acostumbrásemos a esta nueva expresión, apareció una nueva: apocalipsis climático. La emergencia del lenguaje suele usarse para esconder la crisis de las ideas.
Un nuevo entendimiento requiere del uso de nuevos términos. Así, el calentamiento global se refiere al aumento de la temperatura, mientras que el cambio climático
incluye el calentamiento y todos los efectos secundarios que derivan de
él: aumento de la frecuencia de los eventos meteorológicos extremos,
subida del nivel del mar, acidificación de los océanos, pérdida de
biodiversidad, mengua de recursos, empobrecimiento, entre otros. Hubo
consenso entre científicos, comunicadores, políticos y lingüistas en el
uso de esta nueva y más precisa denominación. Tanto es así, que el IPCC, el organismo de referencia mundial creado por las Naciones Unidas para evaluar la ciencia relacionada con el cambio climático, lleva el término en sus siglas y se refiere a él con esa expresión en todos los documentos oficiales.
No obstante, las recomendaciones actuales en términos de comunicación indican que la expresión crisis climática
es más adecuada para referirse a la magnitud y a las consecuencias del
cambio climático causado por la actividad humana. Es la expresión
preferida por la mayoría de políticos y periodistas. La definición de crisis comprende un cambio profundo de consecuencias importantes. Históricamente se ha empleado la declaración de situaciones de crisis para definir objetivos y tomar decisiones concretas.
Es cierto que el uso de la expresión crisis climática ha coincidido en el tiempo con una mayor conciencia medioambiental. Según los datos,
cada vez hay más personas que optan por el transporte público por una
motivación medioambiental, que escogen electrodomésticos de bajo
consumo, que reciclan, que prefieren materiales reciclados y
reciclables, que han modificado su alimentación y su forma de ocio.
A pesar de ello, según el barómetro del CIS,
el 60% de los entrevistados creen que los esfuerzos individuales son
inútiles si no se toman medidas de carácter global. El 80% cree que es
imprescindible que los gobiernos intervengan. Esta percepción se
corresponde con la realidad de los hechos. Según datos del Ministerio, el 75% de las emisiones de CO2,
el principal gas responsable del calentamiento global, proviene del
sector energético. El 27% lo emite el transporte, el 18% la generación
eléctrica, el 19% la combustión en industria y el 9% deriva del uso
comercial y residencial. Los procesos agrícolas, sin contar transporte,
son el 12%, donde el 8% del CO2 proviene de la ganadería y el 4% de la agricultura.
Sin un plan estratégico global concreto y ambicioso,
es cierto que el impacto medioambiental de las acciones individuales es
despreciable. A esto hay que sumarle que la toma de decisiones que
afectan al ámbito privado acostumbra a estar mediada por prejuicios y
desinformación. Por ejemplo, desde el punto de vista medioambiental, la
cruzada contra el uso del plásticos es anticientífica: usar bolsas de plástico es más sostenible que usar bolsas de papel o de algodón, y el impacto medioambiental de los materiales cerámicos
es mayor que el de los plásticos, aunque cause más desasosiego una
montaña de basura de plástico que una montaña de basura de hormigón. La
realidad es que optar por recorrer 5 km en trasporte público en lugar de
hacerlo en coche particular, ahorra más CO2 al planeta que todo el plástico que usarías en un año.
De
poco o nada servirá que cada uno de nosotros se fabrique su propia
bolsa de patchwork ideológico, a base de retales de tela de algodón,
poliéster y bambú, si no se toman medidas mensurables cuyo impacto real
concuerde con las dimensiones del problema.
Según el IPCC,
las principales opciones de mitigación del cambio climático radican en
el sector energético: mejorar la eficiencia energética y reducir las
emisiones de gases de efecto invernadero. Esto solo puede lograse, según
el IPCC, apostando por el uso de energías renovables, el uso de energía
nuclear, y el uso de sistemas de captura y almacenamiento de dióxido de
carbono.
Así escrito en un párrafo parece sencillo. Pero la
realidad es que cambiar un modelo energético requiere de tiempo y
solvencia. Necesitamos gobiernos sólidos y ambiciosos capaces de
afrontar inversiones y planes que vayan más allá de los años de
legislatura. Por eso no se apuesta por las centrales nucleares, porque
pocos países tienen la certeza de ser capaces de soportar el periodo de
amortización. Por eso se cierran centrales térmicas sin hacer demasiado
ruido mediático, porque el cierre, desde el punto de vista tecnológico
es sencillo, y desde el punto de vista del cambio climático es
conveniente, pero la gestión del impacto social y económico es harina de
otro costal.
Atemorizar a la gente con palabras como emergencia o apocalipsis, sabemos que solo genera miedo, ansiedad e inmovilismo.
No quiero ciudadanos actuando como pollos sin cabeza, tomando
decisiones que afectan a su bienestar sin ser conscientes de la
relevancia de sus actos. No quiero que paguen por sellos ecológicos de
kiwis que vienen de Nueva Zelanda, creyendo que ese esfuerzo económico
responde a un acto heroico por el planeta. No quiero que restrinjan su
alimentación y su ocio más allá de lo simbólico o lo ético. No quiero
que cada persona a título individual cargue con la culpa y la
responsabilidad de gestionar desde su parcela privada algo tan grande
como el cambio climático. Hablo de culpa porque hay quien habla de
apocalipsis. Ese juego dialéctico ha pasado de responder a un uso
apropiado del lenguaje, a un uso circense. Crisis, emergencia,
apocalipsis. Si el lenguaje es importante, uno debería usarlo como si lo
fuera.
Sobre la autora: Déborah García Bello es química y divulgadora científica-----
Lo llamábamos 'calentamiento global'. A finales de los 90, 'cambio
climático'.A finales de los años 10 de este siglo triunfó 'crisis
climática'. En poco tiempo dio paso a la 'emergencia climática'. Antes
de que nos acostumbrásemos a esta nueva expresión, apareció:
'apocalipsis climático'. El colmo.
El caso es que hablar de apocalipsis es como hablar de culpa. O de mártires. Ya me entendéis.
Constantemente se nos dice que todo lo que hacemos para mitigar el cambio climático está mal:
Constantemente se nos dice que todo lo que hacemos para mitigar el cambio climático está mal:
Mejor coche eléctrico, no, mejor híbrido, no, mejor tren, no, mejor barco, no, mejor no viajes. Hagas lo que has está mal.
Mejor bolsa de papel, no, mejor de tela, no, mejor de plástico
reciclado, no, mejor no lleves bolsa. Hagas lo que hagas está mal.
Mejor el kiwi ecológico, no, mejor de proximidad, no mejor revisa su
huella de carbono, no, mejor no comas kiwi, que no es de temporada.
Hagas lo que hagas está mal.
Mejor ropa de algodón, no, mejor
ropa de de fibra, no, mejor de fabricación nacional, sea de lo que sea,
no, mejor no compres ropa. Hagas lo que hagas está mal.
Constantemente te señalan y te dicen que tienes la culpa, que lo haces
todo mal. Y es cierto que a veces escogemos la peor opción, pero la
realidad es que generalmente la diferencia es poco significativa.
La razón es el que 75% de las emisiones de CO2 provienen del sector
energético. Sin un plan estratégico global concreto y ambicioso, es
cierto que el impacto medioambiental de las acciones individuales es
despreciable.
Según el IPCC, las principales opciones de
mitigación del cambio climático radican en el sector energético. Esto
solo puede lograse, según el IPCC, apostando por el uso de energías
renovables, el uso de energía nuclear, y el uso de sistemas de captura y
almacenamiento de CO2.
No quiero ciudadanos actuando como pollos
sin cabeza, tomando decisiones que afectan a su bienestar sin ser
conscientes de la relevancia de sus actos.
Lo que realmente
necesitamos es cambiar el modelo energético, y eso requiere de tiempo y
solvencia. Necesitamos gobiernos sólidos y ambiciosos capaces de
afrontar inversiones y planes que vayan más allá de los años de
legislatura. Mientras tanto, lo único que conseguimos cambiando de nombre al cambio climático -crisis, emergencia, apocalipsis- es atemorizar y culpa, pero no resolvemos nada.
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- https://culturacientifica.com/2020/02/06/crisis-emergencia-apocalipsis/?fbclid=IwAR26MFGjWE4mdFGVxwHQ9fkLFxuFP-RoR6f_TMtZ_lVOv_FGL6WBnoK2n2Q-
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