¿Qué es en realidad la inmunidad a la COVID-19?
La presencia de anticuerpos contra el virus SARS-CoV-2 podría proporcionar cierta protección, pero los científicos precisan más datos.
El análisis sanguíneo para determinar la presencia de anticuerpos podría permitir determinar quién es inmune al nuevo coronavirus. [iStock-Ladislav-Kubeš]
A diferencia de las pruebas diagnósticas, que sirven para confirmar la presencia del virus SARS-CoV-2 y, a veces, su cantidad (carga vírica), con los análisis de anticuerpos se persigue determinar si una persona ha pasado la infección, incluso aunque no haya presentado síntomas. El uso generalizado de estas pruebas ofrecería a los científicos una buena perspectiva acerca de la letalidad del virus y su diseminación en la población. Además, expertos y líderes sanitarios están considerando que la inmunidad podría poner fin a la pandemia.
En Estados Unidos, la Agencia Federal de Fármacos y Alimentos (FDA) ha concedido recientemente una «autorización de uso de emergencia» de un análisis de sangre para determinar la presencia de estos anticuerpos. En Colorado, el fabricante de una prueba de anticuerpos contra el coronavirus ha donado al condado de San Miguel los kits necesarios para que se la realicen todos los que lo deseen. Y en Italia, los responsables políticos se plantean facilitar a las personas pases de «regreso al trabajo» en función de su situación de anticuerpos.
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Se han puesto en marcha por todo el mundo ambiciosos estudios para evaluar estos anticuerpos. El programa Solidaridad II, de la Organización Mundial de la Salud (OMS), va a recabar datos de anticuerpos de más de media docena de países. En los Estados Unidos, un proyecto multicéntrico plurianual tiene por objeto revelar la prevalencia de anticuerpos en todo el país. En su primera fase, ya está recogiendo muestras de donantes de sangre en seis áreas urbanas principales, entre ellas, Nueva York, Seattle y Minneapolis. Más adelante, este otoño y el de 2021, se llevarán a cabo tres estudios de donantes de ámbito nacional, respaldados por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC).
Interpretar la inmunidad
Lo que no está tan claro es el papel de los análisis de anticuerpos en la vida real, ya que la inmunidad opera en un espectro continuo. Así, la infección por ciertos patógenos, como el virus de la varicela-zóster, confiere una resistencia casi universal y duradera, mientras que la infección natural por Clostridium tetani, la bacteria responsable del tétanos, no ofrece protección alguna, e incluso las personas vacunadas contra esta enfermedad requieren dosis de refuerzo periódicas. En el extremo de este espectro, los infectados por el VIH tienen a menudo grandes cantidades de anticuerpos que no actúan lo más mínimo para prevenir o curar la enfermedad.
En estas primeras etapas de estudio del nuevo coronavirus, se desconoce en qué parte del espectro de la inmunidad se sitúa la COVID-19. Aunque la mayoría de las personas con SARS-CoV-2 parecen producir anticuerpos, «sencillamente aún no sabemos cómo lograr una protección eficaz frente a esta infección», afirma Dawn Bowdish, catedrática de anatomía patológica y medicina molecular y titular de la Cátedra de Investigación en Envejecimiento e Inmunidad de Canadá en la Universidad McMaster, en Ontario. Los investigadores tratan de responder a dos preguntas: ¿cuánto tiempo permanecen los anticuerpos contra el SARS-CoV-2? y ¿protegen de la reinfección?
Al principio, algunas personas, entre ellas el primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson (que contrajo el virus) y el asesor científico de su Gobierno, Patrick Vallance, sembraron la esperanza de poner fin a la pandemia con el tiempo por medio de la inmunidad colectiva. Y aunque parece que los pacientes recuperados de la COVID-19 albergan anticuerpos durante al menos dos semanas, todavía faltan datos a largo plazo. Por ello, muchos científicos buscan respuestas en otros coronavirus.
La inmunidad frente a los coronavirus estacionales (como los que causan el resfriado común), por ejemplo, comienza a disminuir un par de semanas después de la infección. Y en el plazo de un año, algunas personas son vulnerables a la reinfección. Esa observación resulta desconcertante cuando los expertos aseguran que es poco probable que contemos con una vacuna contra la COVID-19 antes de 18 meses. Pero los estudios sobre el SARS-CoV, el virus que causa el síndrome respiratorio agudo grave (SARS, por sus siglas en inglés) y que comparte una cantidad considerable de material genético con el SARS-CoV-2, son más prometedores. Los exámenes de anticuerpos indican que la inmunidad frente al SARS-CoV alcanza su máximo al cabo de unos cuatro meses y brinda protección durante alrededor de dos o tres años. Como comentó Preeti Malani, directora de asuntos sanitarios y catedrática de medicina interna de la Universidad de Michigan, en una entrevista por videoconferencia con el redactor jefe de JAMA, Howard Bauchner, ese período se considera «un buen intervalo de tiempo para buscar vacunas y tratamientos» para la COVID-19.
Sin embargo, incluso aunque los anticuerpos permanezcan en el organismo, aún no es seguro que prevengan futuras infecciones. Según Bowdish, precisamos anticuerpos neutralizantes. Se trata de proteínas que reducen y previenen la infección al fijarse a la parte del virus que se une a las células hospedadoras y las «desbloquea». Son relativamente fáciles de detectar y su obtención es mucho más sencilla para los desarrolladores de vacunas que la alternativa: los linfocitos T del sistema inmunitario. En cambio, los anticuerpos no neutralizantes, aunque reconocen partes del patógeno, no se unen de manera eficaz a él y, por lo tanto, no impiden que invada las células.
«Puesto que los humanos producimos anticuerpos neutralizantes [contra el SARS-CoV-2] de manera natural, tan solo debemos averiguar en qué lugares del virus se unen y dirigirnos específicamente a esa pequeña porción de proteína, así es el tratamiento ideal», explica Bowdish. En el SARS-CoV-2, lo más probable es que esa diana terapéutica se encuentre en el llamado dominio de unión al receptor de su glucoproteína espícula, o S (una proteína unida a un azúcar de la que se sirve el virus para penetrar en las células). Pero este lugar podría suponer un obstáculo porque al sistema inmunitario humano no se le da bien producir anticuerpos contra sustancias recubiertas de azúcar.
Sin embargo, unos pocos estudios de pequeñas dimensiones con cultivos celulares en placas de laboratorio indican que la infección por SARS-CoV-2 desencadena la producción de anticuerpos neutralizantes. Y los estudios en animales demuestran que dichos anticuerpos previenen la reinfección, al menos durante un par de semanas. Por otra parte, algunos anticuerpos parecen reconocer y reaccionar a las proteínas de las espículas de múltiples coronavirus, incluidos el SARS-CoV y el MERS-CoV (el virus que origina el síndrome respiratorio de Oriente Medio, o MERS, por sus siglas en inglés), de modo que los investigadores pueden aprovechar los conocimientos adquiridos en epidemias anteriores.
La investigación sobre la inmunidad frente al SARS-CoV-2 en la vida real se encuentra en sus etapas preliminares, y persisten las incertidumbres. Un estudio no halló ninguna relación entre la carga vírica y la presencia de anticuerpos, lo que llevó a los autores a cuestionar el verdadero papel de los anticuerpos a la hora de eliminar el virus en los humanos. Además, según la investigación con revisión científica externa sobre el SARS-CoV y los estudios aún no publicados acerca del SARS-CoV-2, ciertos anticuerpos anticoronavirus no neutralizantes podrían desencadenar una respuesta inmunitaria nociva en caso de reinfección por estos patógenos o de infección cruzada por otros coronavirus. Por tanto, aunque gran parte de la nueva investigación es prometedora, Bowdish advierte que la estrategia política no debe basarse en las pruebas de anticuerpos hasta que los científicos conozcan qué porcentaje de supervivientes de COVID-19 producen anticuerpos neutralizantes.
En un mundo ideal, la inmunidad frente al SARS-CoV-2 se parecería a la adquirida por los niños que contraen la varicela. Las primeras investigaciones hacen pensar que nos encontramos en una situación mucho más complicada, pero que el tiempo y una colaboración mundial sin precedentes podrían simplificar. Es posible que las pruebas de anticuerpos lleguen a ser la clave para volver a la vida normal y recuperar la economía. De momento, prometen ofrecer a los expertos, responsables políticos y ciudadanos una imagen más clara de la pandemia.
Stacey McKenna
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