“Este vaise, aquel vaise…”: Algunas reflexiones sobre la ciencia en España
Con las noticias que venimos recibiendo en los últimos meses, en los últimos años, espero que me comprenda y me perdone, amigo lector, si comienzo este post citando a la inmortal Rosalía:
Este vaise i aquel vaise,
e todos, todos se van,
Galicia, sin homes quedas
que te poidan traballar.
(Éste se va y aquel se va / y todos, todos se van / Galicia, sin hombres quedas / que te puedan trabajar.)
Rosalía Castro (sí, no “de” Castro, que nunca sabré de dónde vino, véase su firma en el artículo de Wikipedia con el “de” junto al apellido de su marido, el historiador Manuel Murguía, al uso de la época) escribía estos versos hacia 1880, fecha de aparición de Follas Novas (también Rosalía Castro en la portada), en pleno drama de la emigración gallega. De hecho, estos versos pertenecen al poema ¡Pra A Habana! (¡A La Habana!), destino de muchos de estos emigrantes. Un drama como el que en otro período similar (1957) retrató Manuel Ferrol en el puerto de A Coruña, serie de fotografías a la que pertenece la de arriba, icono ya de la emigración.
Me viene esta saudade al hilo de la marcha de mi amigo Javi Buceta, de quién ya hablé en este blog, a Estados Unidos, tras ser despedido del Parc Científic de Barcelona (aquí, la web de su difunto grupo). Su historia se puede leer aquí. Y en esta reciente columna se cuenta la triste historia del programa Ramón y Cajal y el “desahucio de los investigadores terminales”. Pero llueve sobre mojado y además en plan gota malaya: tan sólo unos días antes vi en el periódicoque nos dejaba Oscar Marín, uno de los neurocientíficos de más prestigio en el mundo. Este vaise, i aquel vaise…
Pero no me quiero detener en el hecho de que los científicos, sobre todo los buenos, claro, se van, sino que quiero hablar de lo que eso revela sobre nuestro sistema de ciencia. Preguntado sobre si influían en su marcha los recortes en ciencia (aquí lo último sobre el tema), contestaba Marín: “Obviamente. Pero, aunque el dinero es muy, muy importante y cuanto más inviertas en I+D mejor, creo que el problema del sistema español de ciencia es que, con la excepción de algunos pocos centros, su estructura no responde a lo que es un sistema de investigación en el siglo XXI”. Y al hilo de este comentario, y de algunos otros de su entrevista, quiero traer aquí algunas reflexiones, cabreadas, sí, pero reflexiones al fin y al cabo.
Comenzaré diciendo que en España no se entiende la ciencia y, como decía Ramón y Cajal, “investigar en España es llorar“. Dígame si no, amigo lector, si tiene sentido lo que le voy a contar: Suponga usted que, tras cuatro años mínimo de tesis doctoral, varios años de postdoc en el extranjero, y otros varios de precario de vuelta en España, obtiene usted una plaza de funcionario en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC, ah, y es “Consejo”, no “Centro”, como dicen muchas veces los medios, ignorantes que son), por ejemplo, Científico Titular, el nivel funcionarial de entrada. Ya está, ya tiene usted un puesto para investigar en lo que quiera toda su vida… Pues no, porque no tiene usted ni un euro. Nada. Cero. Su institución no le dota ni siquiera de papel para hacer cuentas, ya no le digo de, yo que sé, un ordenador. Puede ocurrir que no tenga usted siquiera ni mesa ni silla. Tiene usted que pagárselo pidiendo proyectos de investigación. ¿Y si no los pide? ¡No pasa nada! Usted sigue teniendo su plaza garantizada de por vida, mientras vaya y fiche, claro está. Ah, no se piense que en la universidad las cosas son mejores, si le dan algo de material es por las clases, para poner las notas y eso, si no, no le darían nada.
A todo esto, en los países civilizados las convocatorias de financiación para proyectos de investigación se conocen con meses de antelación, y uno puede prepararlos con cuidado, buscar socios apropiados, en fin, hacer las cosas bien. Incluso planificar cuando conviene solicitar el proyecto. En España somos mucho más inteligentes: para tener a los investigadores despiertos, nunca se sabe cuando se van a abrir las convocatorias, y cuando se abren, se dan tres semanas, preferiblemente en épocas vacacionales, para presentar las solicitudes (plazos que universidades e institutos del CSIC reducen aún más porque sus responsables legales necesitan una semana para plantar su firma en la solicitud). Si a esta brillante estrategia añadimos que el año que no apetece no se convocan proyectos, y los investigadores se quedan sin dinero para material, equipos y personas contratadas, así adelgazamos el sistema y nos aseguramos de que no haya manera humana de planificar la investigación. Lógico, ¿no? ¿O es que no sabemos que el hambre aguza el ingenio? Y el que se acaba de incorporar a su puesto y no tiene para investigar, que se espere, hombre, a ver si le va a dar algo. Total, hasta que se jubile, le sobra el tiempo…
¿En qué cabeza cabe esto? En las ilustrísimas de nuestros sucesivos ministros sí, porque ninguno lo ha cambiado nunca. ¿Qué empresa contrata a personal altamente cualificado y no le dota de los medios básicos para hacer su trabajo? O, por poner otro símil, contratamos policías, y ¿no les compramos el arma? Pues así estamos. En los países civilizados, esto no funciona así. Si uno es contratado como investigador, tiene lo que podríamos llamar unos “fondos base” para ponerse en marcha, o incluso para hacer su investigación si no necesita grandes inversiones. Algo de dinero para un ordenador, material fungible, ir a un congreso al año, y ya. Si usted quiere embarcarse en otro tipo de aventuras, tiene que pedir un proyecto en serio y conseguir dinero en serio. Ah, pero aquí no, aquí somos mucho más competitivos: hacemos pedir proyectos a todos y que compitan. Y así estamos, haciendo papeles para que nos den unos pocos miles de euros al año, papeles que otros científicos tienen que gestionar, para que otros científicos los evalúen, para finalmente decidir a quiénes le damos la limosnilla. Y digo yo, desde mi ignorancia de catedrático de matemática aplicada ¿no sería mejor dar la limosnilla a todos, más que nada para que podamos trabajar, no hacernos perder el tiempo con esas peticiones de proyectos, y dejar eso sólo para las investigaciones realmente caras? Con la ventaja de que así, si no trabajo, me podrían pedir cuentas, y por ejemplo, abrirme expediente y ponerme en la calle.
¡Anatema!, gritarán muchos. Pero es que es así, y sé que esto que voy a decir no va a ser muy popular, pero el sistema funcionarial no es lo mejor para la investigación, la verdad. ¿Quiero decir que hay que tener a la gente en precario? Para nada. Pero tampoco es de recibo estar pagando con dinero público a gente que no hace nada. Nada. Cero. Bueno, en la universidad dan algunas clases. O las perpetran, que de todo hay. ¿Que no es algo generalizado? De acuerdo, pero ¿por qué hay que tolerarlo? Y, voy a ser más incorrecto todavía, ¿por qué tenemos que cobrar todos igual, si no trabajamos igual?
Al hilo de esta reflexión, viene a cuento citar otra frase de la entrevista con Marín: ”Nos vamos en julio, también se va mi esposa, Beatriz Rico, que es investigadora del CSIC, y el King’s la ha reclutado como catedrática. Y nos vamos con buena parte de nuestros equipos.” Pues nada, ahora usted contraataca y se trae a alguien del máximo nivel para sustituirle en el Instituto de Neurociencias de Alicante. La conversación iría tal que así:
– Véngase a trabajar con nosotros. Primero, tiene que homologar su título, para poder trabajar en España, proceso que llevará entre meses y años.
– ¡Ah, no, qué se ha creído usted! ¿Que aquí puede venir cualquiera? Nuestras sabias autoridades académicas tienen que darle el visto bueno, no vaya usted a ser un manta. Seguidamente, sacaremos una plaza de funcionario a concurso, a la que se puede presentar cualquiera, así que tendrá que prepararse bien.
– Pero ¿no han decidido ustedes que me quieren contratar a mí?
– Uy ¿y asumir nosotros la responsabilidad? No, no, que vengan unos sabios de otras universidades a decidirlo, no vaya a ser que la liemos. Bueno, entonces usted previsiblemente sacará su plaza, y ya está.
– ¿Y qué dinero tendré para investigar?
– Pues el que obtenga con sus proyectos, claro. Cuando el gobierno los convoque. Si los convoca, je, je.
– ¿Y podré contratar a mi equipo?
– Bueno, si hubiera plazas, a lo mejor, haciendo el mismo proceso, igual podría traer a alguien dentro de algunos años…
– Tit-tit-tit… Tit-tit-tit… Tit-tit-tit…
¿A usted, amigo lector, le parece normal? La gente buena, los investigadores buenos, por el mundo, negocian: su sueldo, los fondos iniciales de investigación, cuánta gente pueden contratar para su equipo, cuánto espacio van a tener en el centro, cuantas clases van a dar si el puesto es en una universidad… Ah, pero aquí somos mucho más guais: les ofrecemos hacerlos catedráticos nada menos, que viste mucho; les pagamos lo que a todos, porque en el fondo los científicos son todos unos vagos y maleantes, y hale, a disfrutar del sol de España.
En honor a la verdad hay que decir que ya hay algunos centros de investigación en España que no son así, pero son la excepción a la regla de un sistema de ciencia obsoleto no, lo siguiente. En fin, como veo que me voy alargando con las reflexiones, no quiero terminar sin recordar otro de los atractivos de nuestro sistema de ciencia: la gestión de las limosnillas que mencionaba antes. Nuestro bienamado y exiliado editor Antonio Cabrales y yo escribíamos al respecto hace un año. Hablábamos ahí del desesperante proceso de justificar en qué nos hemos gastado los pastizales que nos dan. Pues así seguimos. A él, de su último proyecto, le han reclamado justificaciones del 80% de sus gastos; a mí, de más del 50%, menos, pero como mi limosna era más grande (a repartir entre más) también he currado de lo lindo… para los burócratas del MINECO. No para investigar, no para dar clases. Mire, amigo lector, no le digo más: conozco un caso en que el MINECO ha reclamado 1 euro (¡cielos!) de un billete de metro que se pagó a un técnico de laboratorio para recoger un equipo. ¿No habrá costado mucho más que el euro reclamarlo? Y es que la filosofía tendría que ser otra, a saber: si se ha aprobado mi proyecto, que tenía unas metas, mírese a ver si he conseguido esas metas, y si las he conseguido, déjenme en paz, por favor, porque ya tiene usted lo que ha comprado. Pero justo eso, un seguimiento científico riguroso de los resultados de los proyectos, es lo que no se hace; yo puedo no haber hecho nada de lo que dije que iba a hacer que, como pase un billete de metro, me caigo con todo el equipo. Y esto en el país de Gürtel, los ERES, la Pokémon, las cuentas en Suiza, Nóos…
¿Ha comprendido entonces, querido y paciente lector, la queja de Marín? ¿Ha comprendido que tenía razones para irse? Y que le conste que muchos de los que se van, siendo también buenos, se van porque los echan, como mi buen amigo y coautor Javi Buceta, no porque hayan oído los cantos de sirena de los pérfidos países donde se investiga y se trata a los investigadores como profesionales.
Termino por no alargarme, porque podría seguir contando perlas de cómo se hace la ciencia en España; igual habría ya que dejar que desaparezca, que desaparezcamos, y empezar de cero. O no empezar, y centrarnos en ser la Florida de Europa y hacerlo bien. No sé. En todo caso, no dejo de pensar en los que os estáis yendo o ya os habéis ido. A todos, os dejo de nuevo con Rosalía:
¡Ánimo, compañeiros!
Toda a terra é dos homes.
Aquel que non veu nunca máis que a propria,
a iñorancia o consome.
¡Ánimo! ¡A quen se muda Dios o axuda!
Toda a terra é dos homes.
Aquel que non veu nunca máis que a propria,
a iñorancia o consome.
¡Ánimo! ¡A quen se muda Dios o axuda!
(¡Ánimo, compañeros! / Toda la tierra es de los hombres. / Aquel que no vio nunca más que la propia, / la ignorancia lo consume. / ¡Ánimo! ¡A quién se muda Dios lo ayuda!)
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