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miércoles, 22 de marzo de 2017

Debo preguntarme si la vida que estoy viviendo es la mía José María Herrera

Conexión

La vida no se rinde, tendemos a desarrollarnos como personas igual que la semilla tiende a ser árbol. La psicología humanista, rama fundada por el psicólogo norteamericano Carl Rogers, pone el foco en canalizar las propias emociones a través de la aceptación, la empatía y la congruencia mediante la autenticidad en las relaciones. “No se trata de poner en práctica técnicas de comunicación, ni de perderse en las buenas intenciones para acercarme a los demás, sino de integrar una visión distinta de la persona, y unas actitudes para la relación. Dirigido por Herrera, se abre en Barcelona el primer centro Carl Rogers de España para la formación de psicoterapeutas, la psicoterapia y el crecimiento personal.
Usted era economista.
Sí, hasta los 38 años estuve focalizado en la supervivencia, en ganar dinero trabajando.
¿Qué le pasó?
Provengo de una familia muy humilde, jamás pensé que llegaría al bachillerato. Mi padre era pintor de brocha gorda, a los 14 años empecé a trabajar pintando rayas de parking y ayudando a mi madre, que era cocinera en un restaurante.
Le fue bien en la vida.



Mi madre me decía: “Tú tienes que ser buena persona, trabajador y serio”, y fue como si me lo tatuasen. Tuve puestos de responsabilidad global en diferentes entidades financieras. Hacía lo que sentía que debía hacer, pero no era feliz.
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Un contrasentido.
Hice terapia, reflexioné, dejé el trabajo y pude permitirme un tiempo sabático en el que me saqué Psicología. En uno de los varios másteres que hice, impartido por el Instituto de Interacción, descubrí a Carl Rogers y me encajó todo, entendí qué es lo que me estaba pasando.
¿Qué entendió?
El coste que tenía vivir de forma incongruente. Estudié, practiqué, fui docente en la Universidad de Comillas y hoy vivo dedicado a la práctica y la docencia de la psicología humanista desde el Instituto Carl Rogers.
¿En qué consiste la psicología humanista?
Carl Rogers (uno de los psicólogos más conocidos del pasado siglo, pero muy poco entendido), defendía una revolución silenciosa, que consiste en que las personas volvamos a conectar con lo que realmente somos a través de una relación auténtica.
Todos la deseamos.
Para tener una relación auténtica, da igual de qué naturaleza (pareja, amigo, hijo, médico-paciente, profesor-alumno…), tengo que ser yo mismo, y ser yo mismo es algo muy complejo porque hay partes de nosotros que no vemos.
¿Por qué es tan difícil?
Desde muy pequeños debemos escoger entre ser queridos o ser nosotros mismos.
Siempre escogemos lo primero.
Sí, siempre un niño priorizará el afecto, cambiará lo que haga falta para ser mirado antes que atender a lo que siente; y así nos desconectamos de lo que somos.
Pero podemos volver a conectar...
Sí, a través de alguien que nos ofrezca una re­lación auténtica, porque tenemos una ten­dencia innata a desarrollarnos como personas de la forma más eficiente posible; como las plantas. Lo que pasa es que perdemos ese hilo.
La semilla tiende a ser árbol y no bonsái.
Rogers propone que los profesionales de relación de ayuda, desde psicólogos hasta educadores o sanitarios, encuentren esa congruencia en ellos mismos para que la gente que atienden se sienta comprendida y aceptada profundamente, y a partir de ahí vuelvan a conectar con lo que son. Y que esa mancha de aceite se vaya extendiendo.
Nunca te sientes comprendido y aceptado del todo.
Ese es el mal de nuestra época, pero hay un camino hacia eso.
¿Cómo?
Teniendo un espacio vivencial en el que me sienta lo suficientemente seguro para poder explorar en mí mismo. El impacto de sentirse comprendido es muy poderoso. Pero se da a menudo la paradoja de que los profesionales de la psicología intentamos ayudar a gente a llegar a un lugar al que nosotros no hemos llegado.
Deme más pistas.
Cuando acepto lo que realmente soy puedo cambiar, pero para saber quién soy necesito al otro, así que hay que buscar esas relaciones auténticas con la pareja, los amigos, el terapeuta...
Eso de buscar una relación auténtica puede ser muy frustrante.
Primero debo empezar por mí, debo preguntarme cómo estoy. Si no me siento feliz, si hay una falta de motivación continuada, debo preguntarme si la vida que estoy viviendo es la mía.
Puedes pasarte años con esa duda.
Por eso funcionan tan bien los grupos de terapia. Cuando tú te expones y ves que los que te rodean comprenden, conectas de otra manera con tu propia emoción.
Todo empieza en el parvulario.
Si los padres y educadores saben establecer esa relación auténtica, no ocurrirá. Es necesario darse cuenta de lo importante que es cambiar el foco de atención de “el alumno problema” a “qué es lo que me pasa a mí con ese alumno”. Debo focalizarme en la relación que tengo con los demás.
Enjuiciamos muy alegremente.
Es una defensa, el juicio nos parapeta. Para abrirse al otro primero debes abrirte a ti mismo. Tenemos una personalidad recibida y una elegida que responde al cómo quiero vivir.
¿Qué es lo común entre sus pacientes?
La desconexión de lo que somos. El vivir con un sistema de creencias que consideramos propias pero que no lo son. La gente viene a terapia porque lo ha dejado con su pareja o porque ha perdido el trabajo y le gustaría que tú llamases a su pareja o a su jefe y le dijeras: “¡Pero si este chico es estupendo!”.
Estaría bien, sí.
Vienen a que les resuelvas la vida, pero nosotros trabajamos en cómo leen la vida les pase lo que les pase, porque eso es lo esencial. A menudo intentamos conseguir cosas que no tienen que ver con nosotros, y esto nos frustra.

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