La biblioteca de Antoni Trilla: una forma de evasión, saber y comprensión del mundo
Recomendaciones literarias
El famoso epidemiólogo lee muchos best-sellers de thriller-medicina: ¿cómo lo hacen los forenses?
En una de las estanterías, además de libros hay una pelota de baloncesto, “entonces Michael Jordan jugaba en los Bulls y era un espectáculo”; también un erizo de arcilla que le hizo uno de sus hijos de niño (ahora tienen 40 y 36 años); tazas, un virus de peluche de la gripe aviar, pitufos (le encantaban cuando leía Cavall Fort), una caja donde pone “¡Epidemia!” que contiene sobres de azúcar para el café y monedas de chocolate (una del premio Nobel). Y enmarcada, una historieta de Calvin y Hobbes personalizada, regalo de una promoción al graduarse.
“Este es mi despacho, soy el decano, pero sigo siendo el mismo”, explica.
Los libros de medicina pasan por una crisis: muchos se quedan obsoletos y los textos son más accesibles en formato digital
A Trilla le gusta leer y es rápido; tiene libros en casa, y en Sitges, y en otro despacho. Aquí están los más técnicos, relacionados con la epidemiología y la salud pública, y otros sobre conceptos que es importante conocer, biografías de Pasteur y de Koch, o Why nations fail, “que ayuda a entender situaciones sociales”.
En otro mueble, trabajos en los que ha participado y artículos por ordenar: “En pandemia no había tiempo para leer todo lo que salía y estábamos agotados, así que los imprimíamos”.
Dice que los libros de medicina pasan por una crisis: muchos se quedan obsoletos y los textos son más accesibles en formato digital. Además el iPad permite aumentar la letra.
El discurso funerario de Marco Antonio es tremendo”
Pero el papel le tira. Suele leer en el autobús, algo que ya hacía cuando estudiaba en el mismo hospital Clínic –donde conocería a Marta, gran lectora– y llegaba desde Sants.
De pequeño empezó con Enid Blyton, Jules Verne y las novelas del oeste de Karl May. Fue a la Escola Decroly, cuya segunda lengua era el francés. Y al pasar al instituto Ausiàs March, en Pedralbes, su madre le regalaba álbumes de Tintín, Lucky Luke y Astérix, del que es fan.
Vivían en un piso no muy grande, con una biblioteca clásica de la que Trilla cogía los de aventuras o los Episodios nacionales de Pérez Galdós. Farmacéutica, su madre estaba convencida de que seguiría sus pasos.
Mayor de tres hermanos, él jugaba en la rebotica al salir del colegio y luego ayudó a despachar, hizo guardias nocturnas; “venía gente a comprar pañales, preservativos o analgésicos”. Prefirió Medicina.
Le atraía cardiología. Pero la primera frase de Infectious diseases, de Hoeprich (“un tocho”), lo orientaría hacia epidemiología.
Hizo la residencia cuando empezaba el sida. “La salud pública se interesa por el conjunto; de algún modo cambias pacientes individuales por colectivos”, apunta. “Como les diría a mis alumnos: los médicos ven árboles y nosotros, el bosque”.
Desde la asignatura optativa de epidemias históricas, repasa el impacto que estas tienen en obras literarias, óperas o películas, y enseña el primer y último párrafos de La peste. Le parece brillante el planteamiento de Camus y cómo resuelve el conflicto de autoridad.
Trilla lee esa media hora que aguanta despierto antes de dormir, y los fines de semana. Le gusta la novela negra, con asesinatos y forenses: Mankell, Crichton, Thomas Harris, best-sellers de thriller-medicina como Robin Cook; le fascinan Cormac McCarthy y James Ellroy.
Ha leído a John Grisham, a Dan Brown, “con sus enigmas malignos y conspiraciones”, escenarios variados y capítulos breves.
Confiesa que alguna vez va al final “para ver qué puñetas pasa”; muchas empiezan bien, se complican y acaban precipitándose.
El doctor confiesa que alguna vez va al final del libro que está ñeyendo “para ver qué puñetas pasa”
Pasó por Agatha Christie y Conan Doyle, que él relaciona con el razonamiento médico: los diagnósticos suelen ser deductivos y debes ser observador. También por novelas góticas, Frankenstein, Drácula, Poe.
El teatro no le entusiasma como espectáculo, pero ha leído mucho Shakespeare, “el discurso funerario de Marco Antonio es tremendo”.
Sin ser un entendido en poesía, Machado y Miguel Hernández se le quedaron grabados. “Admiro el talento de la gente que escribe, pinta, dirige orquestas o toca música; es algo extraordinario”.
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