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viernes, 31 de julio de 2020

Entrevista a José Ramón Alonso. Universidad de Burgos

Entrevista a José Ramón Alonso. Universidad de Burgos

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Neurociencia del confinamiento

Salvo algunos países con estado prácticamente inexistente y otros gobernados por imbéciles, la mayor parte del mundo se ha puesto en un confinamiento estricto como única medida eficaz para detener la progresión de la pandemia, hasta que tengamos una vacuna, unos antivirales apropiados, exista protección de rebaño o el virus pierda virulencia.

Las acciones que hemos puesto en marcha para mitigar el rápido contagio del coronavirus han sido duras y nos han dejado frente a situaciones que hace solo unos meses parecían imposibles: cierre de todo el sistema educativo, alejamiento de nuestros familiares y amigos, pérdida brutal de ingresos y paro para muchas personas, reorganización completa de la vida cotidiana, control de la deuda pública volado y miedo.

España es uno de los países que de momento más ha sufrido en el mundo y hemos soportado y soportamos uno de los confinamientos más rigurosos de los decretados por los distintos gobiernos. Mientras escribo esto, es evidente que las medidas han salvado muchas vidas, pero también que muchas personas trasladan su preocupación al negro panorama de la economía y que muchas otras parecen no ser conscientes de la gravedad de la situación, de los riesgos que implica cualquier contacto interpersonal y creen, sin ningún fundamento, que a ellos no les puede pasar nada, o simplemente no piensan y corren riesgos absurdos.

Paolo Brambilla, de la Universidad de Milán, ha dicho que este confinamiento es «un experimento social que nunca se había hecho antes» y pone a nuestro cerebro ante un escenario totalmente imprevisto. Todos estamos viviendo una experiencia novedosa, impredecible y peligrosa. Novedosa porque la inmensa mayoría de nosotros jamás hemos vivido nada parecido. Impredecible porque nuestra falta de experiencia con este coronavirus hace imposible prever cuestiones básicas como si será posible tener una vacuna, cuánto dura la defensa inmunológica, si las condiciones estacionales mitigarán la pandemia y muchas otras. Peligrosa porque al día de hoy, 1 de junio de 2020, 370 153 personas han muerto por la COVID-19.

Estas tres características: novedad, inseguridad y amenaza son aspectos que afectan con claridad a nuestro funcionamiento cerebral. El estrés genera daño neuronal y se nos suman problemas reales como que muchas personas han perdido a seres queridos o que las estrategias de afrontamiento habituales, como sentir el calor y la cercanía de nuestra familia y amigos, no están disponibles por el obligado distanciamiento social. Es un problema evidente: un estudio publicado en Lancet Psychiatry mostraba que los ciudadanos del Reino Unido mostraban niveles superiores de ansiedad, depresión y estrés, así como preocupación sobre el confinamiento. La OMS ha alertado de que en estas circunstancias aumentan los niveles de soledad, depresión, el uso dañino de alcohol y otros drogas y el daño personal incluyendo el suicidio.

La psicóloga Julianne Holt-Lunstad descubrió que el aislamiento social es dos veces más perjudicial para la salud física que la obesidad. El confinamiento solitario en los sistemas penitenciarios causa ataques de pánico y alucinaciones, entre otros síntomas. El aislamiento puede incluso hacer que las personas sean más vulnerables a la enfermedad que se pretende evitar: los investigadores han detectado que «el sistema inmunológico de una persona solitaria responde de manera diferente a la lucha contra los virus, haciéndolos más propensos a desarrollar una enfermedad». Nuestro sistema nervioso está intrincadamente relacionado con nuestro sistema endocrino y nuestro sistema inmunitario.

Otro aspecto del que nos hemos dado cuenta es cómo el cerebro modula nuestra realidad. Estas semanas de confinamiento se han sentido para muchas personas enormemente largas, y notaban que tenían dificultades para concentrarse y cómo se cambiaban las prioridades vitales.  Otros aspectos muestran también nuestra neurodiversidad: había quién no se sentía solo, aunque estuviera completamente aislado, y otros, que estaban rodeados de familiares, pero se sentían solos pues echaban en falta una conexión intensa. Otro ejemplo ha sido personas que preferían no saber nada de la pandemia ni soportaban escuchar las ruedas de prensa, mientras que había otros que estaban siempre pendientes de la última noticia, de la cifra más reciente.

Hay una preocupación sobre el impacto psicológico de esta experiencia. Sandro Galea, un médico epidemiólogo de la Universidad de Boston señalaba que «el impacto en la salud mental es la próxima ola de este suceso, y me preocupa que no estamos hablando sobre ello lo suficiente». Es evidente que hay grupos que son especialmente vulnerables, incluyendo aquellos con enfermedades mentales, tales como la esquizofrenia o el trastorno bipolar; con dificultades de aprendizaje y con trastornos del neurodesarrollo como el autismo. También deberían ser de especial atención los grupos en riesgo de exclusión social como presos, personas sin hogar y refugiados. Una epidemia es diferente a otros sucesos traumáticos como los atentados terroristas o las catástrofes naturales. En estos casos, la vuelta a la normalidad es instantánea o rápida y un inmenso porcentaje de la población está intacto y con una vida normal, pero en el caso de la COVID-19 el impacto es prolongado, nadie se ha librado del todo y puede dar lugar a traumas mentales persistentes. Entre los problemas asociados a las cuarentenas está la ansiedad, el bajo estado de ánimo, la depresión y el trastorno de estrés postraumático. Es evidente que algunas personas necesitarán apoyo psicológico para superar esta época.

(Foto por Bennett Raglin/Getty Images)

Más de ocho mil especialistas en salud mental respondieron al llamamiento del gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo para apoyar gratuitamente a los neoyorquinos y el gobierno chino envió a Wuhan psicólogos y psiquiatras en la primera etapa de confinamiento.

A veces pensamos que una vez que tomas decisiones la situación, aunque sean decisiones discutibles o equivocadas, mejora con claridad. Pero no es así. Richard Bentall, tras hacer una encuesta de salud mental a más de 2 000 personas encontró que antes del anuncio por Boris Johnson del confinamiento, 16% de los que respondieron sentían depresión, tras la declaración de cuarentena, el porcentaje subió inmediatamente al 38%. En el caso de la ansiedad, el porcentaje subió del 17 al 36%. Sin embargo, nuestro cerebro tiene sistemas de afrontar las situaciones difíciles y para ambos parámetros en unas pocas semanas los niveles de ansiedad y depresión se estabilizaron en torno al 20%. Es el resultado de otra de las capacidades de nuestro sistema nervioso, la resiliencia.

Hay cuatro tipos de respuestas a la crisis del coronavirus y el aislamiento social. Algunas personas se toman todo con calma y confían en una estabilidad psíquica inquebrantable. Otros viven con cierta preocupación, pero sólo necesitan unos «primeros auxilios psicológicos», cariño de la familia, información fidedigna, esperanza. Un tercer grupo que no ha experimentado previamente estos trastornos de ansiedad y depresión está gradualmente cayendo en ellos. Por último, a muchos que ya sufrían un trastorno depresivo grave se les ha exacerbado, desarrollando lo que los psiquiatras llaman «depresión doble», en la que a un trastorno depresivo crónico se superpone un episodio de dolor insoportable.

Evidentemente las condiciones ambientales juegan un papel: no es lo mismo las personas que viven hacinados en un piso pequeño sin luz natural ni espacio, que aquellos que tienen un jardín propio, metros de sobra y todas las comodidades. De hecho los datos de Bentall indican que la situación ha sido peor en la población urbana, que en la de zonas rurales. Otro factor de impacto muy variable son las condiciones de trabajo, las habituales y las del confinamiento. Hay personas, muchos escritores han sido entrevistados por la radio, que tienen un sistema de vida prácticamente igual a antes de la pandemia, otros que han descubierto con agrado el teletrabajo y finalmente otros han perdido el empleo o han tenido que realizarlo en condiciones de una especial dureza, como puede haber sido el personal sanitario. Será necesario evaluar el coste, no solo entre los enfermos, sino entre toda la sociedad.

El suicidio es siempre un tema tabú. Hay evidencias de que los suicidios aumentaron durante la gripe española de 1918-19 y también entre los ancianos de Hong Kong en la epidemia del SARS. Al menos dos enfermeras que estaban tratando enfermos de COVID-19 se han suicidado en Italia. La pandemia podría afectar negativamente a otros factores domésticos conocidos del suicidio. Por ejemplo, la violencia doméstica y el consumo de alcohol aumentaron durante el confinamiento. Las respuestas de salud pública deben garantizar que las personas que se enfrentan a la violencia interpersonal reciban apoyo y que se difundan mensajes de consumo seguro de alcohol. El aislamiento social, el confinamiento y la soledad contribuyen al riesgo de suicidio y es probable que aumenten durante la pandemia, en particular en el caso de las personas en duelo. Es útil prestar apoyo comunitario a las personas que viven solas y alertar a las familias y los amigos para que tomen medidas proactivas y estén pendientes de sus allegados. Es fundamental que la ayuda a las personas sufriendo sea fácilmente accesible.

El impacto psicológico se refleja en el estado orgánico. El estrés tiene síntomas característicos como los problemas de sueño, los dolores de cabeza, los trastornos gastrointestinales y la fatiga. La soledad mina nuestro estado físico y afecta, según algunos estudios en EEUU, a más de la mitad de la gente. Una encuesta de la Kaiser Family Foundation indicaba que un porcentaje parecido, casi la mitad de los que contestaron, sentían que su salud mental estaba siendo afectada por la pandemia. Una línea telefónica de ayuda a personas en crisis recibió 20 000 mensajes en abril de 2020 comparados con 1 790 mensajes en abril de 2019. Nos sentimos desesperanzados, atrapados, incapaces de soportar esto más tiempo. Y sin embargo, es importante recordar que somos fuertes, que estamos programados biológicamente para luchar y para sobrevivir. También tenemos que recordar que el enfado, la frustración, la incomodidad no son problemas de salud mental sino una respuesta normal y a menudo necesaria a lo que nos está pasando. ¡Ojo!, el que sea normal no quiere decir que no moleste y termines hasta el gorro.

Hay estrategias que nos pueden ayudar a superar esta etapa de nuestras vidas de la mejor forma posible. Tenemos que entender porqué hacemos lo que hacemos y asumirlo y aceptarlo. Mucha gente lleva mal lo que considera como un atentado a su libertad, pero si piensa que mucho de lo que hace es de forma voluntaria, se sentirá mejor. Un segundo factor es apelar al altruismo, uno de los resultados nobles de nuestra actividad cerebral. Si pensamos en los que estamos ayudando sin conocerlos, los sanitarios, la gente mayor, todos los servidores públicos que se dejan la piel, nos sentiremos reconfortados. Otros factores importantes son tener actividades con las que llenar nuestro día y que nos hagan sentirnos útiles; tener contacto social a través del teléfono, viéndonos en el balcón o haciendo videoconferencias; disponer de víveres y los demás elementos de primera necesidad y sentir que vamos a ser capaces de volver a una normalidad antes o después. Otra estrategia que ayuda, tanto al que da como al que recibe, es hacer algún tipo de voluntariado. No hace falta apuntarse a una ONG, puede ser llamar a una vecina mayor a ver cómo van las cosas o llevar comida a una madre que tiene varios pequeños y dificultades para salir a hacer la compra con ellos. Nuestro cerebro encuentra también placer con la creatividad, algo que estamos viendo que mucha gente hace muy bien, de hacer «booktrailers» a manualidades.

Hay otros factores que son difíciles de prever en una situación novedosa como la actual, pero los confinamientos, en teoría, deberían ser lo más cortos posibles y por un período fijo. Nuestro cerebro no lleva bien que los límites se extiendan, que las condiciones cambien, que las normas se licúen. Ayúdate con las rutinas, lleva una vida regular: levántate, comer y vete a la cama a la misma hora que lo harías normalmente. Haz algo de ejercicio cada día, a ser posible en un espacio natural y mantén siempre el distanciamiento social. También ten cuidado con no difundir bulos. Lo vemos a nivel mundial, falsos tratamientos, lejías, fármacos cuya utilidad nadie ha demostrado, los engaños típicos de los vendedores de crecepelo. Piensa en las cosas que te gustan, en las que en el pasado te han hecho sentir tranquilo y estable. Puede ser leer o colocar sellos. Recupera viejos disfrutes.

Otro tema son los efectos de la situación sobre los problemas de una relación. Parte es debido al propio confinamiento y parte a las presiones añadidas como pueden ser las preocupaciones sobre nuestra salud o la de algún ser querido, las presiones de la atención a los niños, las tensiones económicas, la falta de espacio propio e intimidad, las incomodidades en el día cotidiano. Evidentemente no afecta a todos por igual y lo que se ha visto es que en muchas parejas hay una especie de turnos. Si uno se siente ansioso, el otro está calmado y luego intercambian esos roles; es decir la pareja siente la presión de la situación pero no hay uno que sea el frágil y otro el fuerte sino que, de forma involuntaria se alternan para apoyar al otro y recibir luego su ánimo. En cualquier caso es importante entender que el otro es distinto, que puede llevarlo de otra manera y no debe enfadarnos ni hacer que nos volvamos uno contra el otro. Aun así muchas veces un miembro de la pareja puede opinar que el otro no le entiende, que es un tranquilo o que se agobia en exceso y sin que valga para nada. El problema surge cuando piensa que el otro no se preocupa por él o ella. También puede haber una especie de claustrofobia psicológica, un sentimiento de que no se tiene suficiente espacio mental.

Los estudios muestran que hay mayores riesgos de ansiedad y depresión, al menos durante las primeras etapas del confinamiento en las parejas con hijos. Las estrategias aquí son trabajar con tu pareja como si fuese un compañero de equipo, planificar el uso del espacio y del tiempo, indicar qué cosas se hacen juntos, quién hace qué con los niños y en cuáles otras cada uno puede tener privacidad. Explicar y ser honesto sobre tus emociones, también con los niños. Estamos acostumbrado a ello, responder a sus preguntas con palabras que puedan entender. Lo que no ayuda es el pánico, explica cuáles son los riesgos y lo que puede hacer para reducirlos. Hablar de estas cosas puede ayudarte y hacer sentir a tu pareja que eres solidario y comprensivo.

Acepta cierto nivel de caos, de imperfección y luego desarrolla un sistema, lo importante es que todos los que formáis parte de la unidad familiar os sintáis sanos y seguros. Los niños y los adolescentes son los que más afectados suelen ser por estos cambios, sus cerebros están todavía en desarrollo, les cuesta controlar sus respuesta emocionales, tienen un juicio crítico poco desarrollado, pueden sentirse asustados o recibir mensajes contradictorios y no saber qué hacer. Piensa que lo que para ellos es su vida normal, las clases y los amigos ha quedado totalmente alterado y con seguridad lo echan de menos. Ten paciencia con ellos.

Es una época compleja y difícil, pero recuerda: de peores hemos salido.

 

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