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viernes, 1 de enero de 2010

Cultura de la innovación, de Miguel Ángel Quintanilla Fisac en Público

Muchos economistas, gestores y políticos tienen tendencia a pensar que manejando las variables económicas de un sistema social se consigue, de forma casi automática, cualquier resultado que se considere deseable. Por ejemplo: la abundancia de crédito genera inversión y anima el consumo, esto hace crecer el PIB y, como consecuencia, se genera empleo. Así que todo es muy sencillo: si nos preocupa el empleo, facilitemos dinero a los bancos para que aumente el crédito y esperemos los resultados. Con la crisis actual aparecen nuevas recetas, igualmente simples. Por ejemplo: en una economía basada en el conocimiento, la fuente más importante de la competitividad es la innovación, así que invirtamos en innovación y esperemos resultados.
El problema es que la innovación no es un proceso simple, cuyo flujo se pueda controlar en términos de variables económicas. Se parece más a un proceso de carácter social y cultural cuya gestión requiere intervenciones sistémicas complejas.
Un ejemplo. En un periódico local de Salamanca aparece una noticia referida a un proyecto de investigación para encapsular células madre y controlar su liberación en el organismo. El proyecto es liderado por una joven ingeniera química, Eva Martín, investigadora contratada gracias al programa Ramón y Cajal. Un turista que pasaba por allí (literalmente) lee la noticia y se pone en contacto con la agencia regional que la había emitido (Agencia Dicyt: htpp://www.dicyt.es) y con la investigadora. El turista es un empresario brasileño que desea explorar las posibilidades de utilizar la técnica del encapsulado de fármacos para fabricar prendas de vestir que emitan sustancias hidratantes. Se produce el flechazo y al cabo de un tiempo (menos de dos años) tenemos una innovación en la empresa Golden Quimica de Brasil que incorpora una tecnología derivada de una investigación en una universidad española; y desde entonces continúa la colaboración entre la universidad y la empresa con nuevos proyectos.
¿Qué tipo de políticas habría que adoptar para maximizar las probabilidades de que se produzcan casos parecidos a este? Casi todas son políticas culturales en un sentido amplio. Para empezar, hay que facilitar que haya universidades competitivas con equipos de investigación activos, eficientes, jóvenes y audaces. Además hay que fomentar el interés de los jóvenes investigadores por la innovación. Pero no es suficiente: es preciso que las actividades científicas y tecnológicas de los pequeños grupos que trabajan en el último rincón del país tengan acceso a canales de información que les permitan llegar no sólo a colegas de todo el mundo, a través de revistas especializadas, sino también a las empresas y a los ciudadanos. Para ello es preciso que existan instrumentos que faciliten la difusión de esa información (oficinas de prensa, agencias de noticias científicas), y que los medios se interesen por la cultura científica que se genera cada día en decenas de laboratorios ubicados en su entorno inmediato.
Es, como se ve, algo más complicado que simplemente invertir en innovación: es política cultural, pero de cultura científica y de la innovación.
Miguel Ángel Quintanilla Fisac es catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia.

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