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lunes, 18 de julio de 2022

Los engaños más sofisticados del cerebro

 

 

Los engaños más sofisticados del cerebro

Creer que uno mismo ha muerto o que es un animal, no reconocer los rostros de otros o verlos transformados en monstruos, creer que alguien cercano ha sido reemplazado por un impostor o que muchas personas a nuestro alrededor son en realidad una y la misma, pensar que uno de nuestros miembros no es realmente nuestro… Los trastornos de la mente humana pueden llegar a ser tan extraños que nos revelan hasta qué punto nuestro cerebro puede renegar de la realidad y hacernos creer en lo más increíble.

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Una mente maravillosamente complicada

Un estigma que permanece


Quienes vivimos en estos tiempos tenemos la suerte de haber evitado las épocas en que un trastorno mental era motivo suficiente para apartar a las personas de la sociedad y recluirlas contra su voluntad en instituciones que distaban mucho de los estándares actuales. Aunque la estigmatización de estos desórdenes aún no ha desaparecido, es innegable que hemos progresado mucho. También hoy sabemos que el trastorno mental es algo que puede afectarnos a todos: la pandemia de COVID-19 nos ha recordado lo frágil que puede ser nuestra mente bajo presiones extremas.

Pero los engaños del cerebro pueden ser tan sofisticados que casi cuesta creerlo, como demuestran algunos de los trastornos más extremos que se han descrito en las páginas de la psiquiatría:

El delirio nihilista

Uno de los que mejor sirve de presentación sobre los engaños extremos del cerebro lleva el nombre de Jules Cotard, neurólogo francés que tuvo el honor de inspirar a Marcel Proust para un personaje homónimo de su extensa obra En busca del tiempo perdido. Cotard estudiaba los efectos de los accidentes cerebrovasculares, cuando en 1882 se le presentó el caso más extraño de su carrera: una mujer, nombrada como Señorita X, que decía haber perdido todos los órganos de su cuerpo y que ya no era más que piel y huesos. Por lo tanto, decía, no necesitaba comer, porque no podía morir a menos que la quemaran.

Cotard rastreó la literatura científica hasta encontrar que en 1788 un naturalista suizo llamado Charles Bonnet había descrito el caso de una mujer de 70 años, la cual decía haber sido golpeada por una corriente que la mató en la cocina de su casa. Pidió ser envuelta en un sudario, colocada en un ataúd y que todos la trataran como lo que era, un cadáver. Al parecer, la mujer perdió esta convicción tras tomar un preparado de opio y piedras preciosas que le administró su médico, pero el delirio le volvía cada tres meses, y siempre se sorprendía después de regresar de nuevo a la vida.

El síndrome del cadáver andante

La Señorita X finalmente murió de inanición. Basándose en su propia experiencia, en el caso descrito por Bonnet y en otros, Cotard definió lo que llamó el delirio de negación. Hoy la condición de las personas que creen que partes de su cuerpo no existen o no les pertenecen se denomina somatoparafrenia, pero el trabajo de Cotard dio lugar al reconocimiento del síndrome que hoy lleva su nombre, y que popularmente se conoce a veces como el síndrome del cadáver andante; quienes lo padecen piensan que han muerto. Algunos creen que ya se están pudriendo y que deben ser llevados a la morgue con los demás cadáveres. El síndrome no aparece descrito como tal en los manuales de psiquiatría por considerarse un síntoma de otro trastorno subyacente de tipo depresivo; pero aunque muy raro, no han faltado los casos: en 1995 una revisión de estudios reunió y clasificó un centenar, y no dejan de surgir nuevas descripciones de casos en las revistas de psiquiatría.

Estos nuevos estudios suelen coincidir en que aún es mucho lo que se desconoce sobre la patofisiología de este síndrome. Neurológicamente puede tener una base similar al síndrome de Capgras o del impostor, en el cual la persona cree que alguien cercano ha sido reemplazado por un sustituto; en estos y otros casos puede existir un defecto en las regiones del cerebro implicadas en el reconocimiento de los rostros y en su procesamiento emocional. El síndrome de Cotard se ha asociado a lesiones en el lóbulo parietal del cerebro.

¿SABÍAS QUÉ...

El hombre de dos cabezas


Uno de los casos más extraños aparecidos en las revistas científicas es sin duda el descrito por el psiquiatra David Ames en 1984 en la revista British Journal of Psychiatry. El título del artículo resume por qué: “Dispararse a la cabeza fantasma”. El paciente ingresó en 1980 en el Royal Melbourne Hospital con un disparo que le había entrado por el paladar y salido por la frente, pero estaba vivo y consciente. Sin embargo, fue después de la operación, cuando el hombre recuperó la consciencia, cuando los médicos se quedaron de piedra con su historia.

El paciente decía tener una segunda cabeza en su hombro, que no era suya, sino del ginecólogo de su mujer, con quien él creía que esta había tenido una aventura antes de la muerte de ella en un accidente de tráfico en el que él conducía. El hombre relató que esta cabeza trataba de dominarle y le hablaba, una voz a la que se unían además las de Jesucristo y Abraham conversando el uno con el otro y confirmándole que tenía una segunda cabeza. Así, decidió eliminar esta cabeza disparándola. De los seis tiros, dos atravesaron su cabeza, la única. Ames llamó a su trastorno delirio perceptual de bicefalia. Por desgracia, y aunque mejoró con medicación contra la esquizofrenia, acabó falleciendo por una infección cerebral.

A todos nos engaña el cerebro

Conocemos bien las ilusiones ópticas, entretenimientos que engañan a nuestro cerebro, pero que para los científicos son también una valiosa fuente de información para desentrañar los mecanismos fisiológicos de la percepción. Son ejemplos de cómo en realidad todos estamos sujetos a percibir cosas que realmente no existen incluso sin ningún diagnóstico de trastorno mental. Charles Bonnet, el científico cuyo trabajo sirvió a Jules Cotard para definir su delirio de negación, acabó prestando su propio nombre a otro síndrome que él detectó primero en su abuelo y más tarde sufrió él mismo, alucinaciones visuales no psiquiátricas —lo que incluye, por ejemplo, ver gente pequeñita— que ocurren con mucha frecuencia, sobre todo en las personas mayores y con defectos de visión, en las que puede alcanzar una prevalencia del 17,5%. En la población general, algunos estudios han encontrado que un 5% de las personas pueden sufrir algún episodio psicótico en su vida.

Ciertos experimentos han mostrado cómo es posible inducir poderosas alucinaciones en cualquier persona sin necesidad de ningún estímulo farmacológico. En 2015 el psicólogo italiano Giovanni Caputo puso a parejas de voluntarios frente a frente, con poca luz, mirándose fijamente a los ojos durante 10 minutos. Los participantes describieron que habían visto facciones deformadas, caras de monstruos o de otras personas. Caputo ya había probado esto mismo con voluntarios mirándose en un espejo, con resultados similares. En Scientific American, los neurólogos Susana Martínez-Conde y Stephen Macknik explicaban que esto puede deberse a una ralentización de las neuronas cuando están sometidas a un estímulo que no cambia.


En los últimos años, los científicos han creado vídeos o experiencias inmersivas de realidad virtual capaces de inducir ciertas alucinaciones. Últimamente se habla de las llamadas drogas digitales, patrones de sonido que son capaces de provocar estados alterados de consciencia. Y que, en el fondo, revelan lo fácil que es engañar al cerebro con el estímulo adecuado.

Otros síndromes raros

Síndrome de Capgras:

En el síndrome de Capgras, los pacientes creen que alguien de su entorno ha sido reemplazado por un doble o un impostor. Ocurre a veces por daño cerebral, pero también en casos de demencia. Tanto este trastorno como los que siguen tienen un mismo factor en común, y es que en todos los casos existe un fallo en el reconocimiento de los rostros. Un síndrome relacionado es el de las personas que no se reconocen en el espejo, pensando que quien ven reflejado es en realidad un extraño u otra versión de sí mismos.

Síndrome de Fregoli:

El síndrome de Fregoli está relacionado con el de Capgras: alguien cree que distintas personas son en realidad una sola, que se disfraza o cambia de aspecto. Puede aparecer en casos de lesión cerebral y está asociado a delirios paranoides, en los que alguien piensa que otra persona le persigue bajo distintas apariencias. El trastorno lleva el nombre de un actor italiano, Leopoldo Fregoli, que era famoso por sus rápidos cambios de aspecto en el escenario.

Prosopagnosia:

La prosopagnosia o ceguera de las caras consiste en la incapacidad de reconocer rostros, incluyendo el propio. Es un trastorno poco divulgado a pesar de que no solo afecta a personas con lesiones en el lóbulo occipito-temporal del cerebro, sino que existe una forma congénita que afecta al 2,5% de la población. Casos famosos son el cofundador de Apple Steve Wozniak, el neurólogo Oliver Sacks o la primatóloga Jane Goodall. En las personas con este trastorno falla el giro fusiforme, la región del cerebro que se activa en el reconocimiento de rostros, lo que les obliga a utilizar otras áreas implicadas en la percepción de objetos inanimados.

Prosopometamorfopsia:

También el reconocimiento de rostros está afectado en la prosopometamorfopsia, pero en este caso lo que el paciente ve son alteraciones o distorsiones extrañas en la apariencia de las caras que pueden resultar bastante aterradoras para quien lo padece. Un estudio de 2014 en The Lancet describía el caso de una mujer que veía las caras transformándose poco a poco en cabezas de dragones; “se volvían negras, les crecían orejas largas y puntiagudas y un hocico prominente, y mostraban piel reptiloide y enormes ojos de amarillo brillante, verde, azul o rojo”, escribían los autores. La mujer veía también estos rostros aparecer en las paredes, en los enchufes o en la pantalla del ordenador, y se le aparecían de noche en la oscuridad.

Zoantropía:

La mitología y la cultura popular han dado a conocer la licantropía clínica, el trastorno por el que una persona cree convertirse en lobo. Es solo un caso particular de zoantropía, que puede referirse a otros animales; se llama boantropía cuando la persona piensa que es una vaca o un buey. Un caso citado a menudo es el del rey Nabucodonosor II de Babilonia, del que la Biblia dice que comía hierba como un buey. Un estudio de 2005 describía el rarísimo caso de un hombre que sufría a la vez síndrome de Cotard y zoantropía; creía ser un perro muerto. Los médicos que lo trataron lo relacionaron con su zoofilia: el hombre había tenido relaciones sexuales con una oveja y creía que sus hijas se habían transformado también en ovejas. Sin embargo y pese a la popularidad de la licantropía, como se observa en el folclore de muchas culturas, en realidad es un trastorno raro: una revisión de 2014 encontró solo 13 casos descritos desde 1850, de un total de 56 de zoantropía.

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