Las mentes matemáticas mueven el mundo
En la era de los algoritmos, la supercomputación y el big data, las
matemáticas se han convertido en una de las disciplinas más
prestigiosas y demandadas. En la Universidad, la carrera vive un auge
sin precedentes y sus alumnos se han vuelto clave en todo tipo de
sectores. Se les requiere en finanzas, en biomedicina, en la industria
petrolífera. Este es un viaje desde las aulas hasta las salas de mercado
de la banca de inversión para comprender cómo las conjeturas y teoremas
están transformando el planeta.
1. La academia
María Pe
Pereira entra en el aula y comienza a escribir una demostración en la
pizarra. “Un corolario del teorema de Cauchy para grupos abelianos”,
recuerda a los alumnos. Pe Pereira tiene 37 años. Viste camiseta y
vaqueros. Es burgalesa. A los 17 ya había sido medalla de oro en la
Olimpiada Matemática Española. A los 30 resolvió junto a Javier Fernández de Bobadilla una conjetura planteada por el célebre matemático John Nash. A los 32 recibió el Premio José Luis Rubio de Francia
de la Real Sociedad Matemática Española, y hoy sigue siendo la única
mujer que lo ha ganado. Dedica sus horas a pensar en preguntas que se le
ocurren o que otros dejaron sin respuesta. También da clase en la
Facultad de Ciencias Matemáticas de la Universidad Complutense de
Madrid, como esta de Estructuras Algebraicas. En el aula el repiqueteo
de la tiza se mezcla con sus palabras: “El grupo es la unión de las
cajas…”, toc, toc, “… y la imagen es isomorfa a este grupo cociente”.
Algo más de 20 jóvenes siguen la explicación. Muy pronto se convertirán
en investigadores, en maestros de la computación, en magos del
algoritmo.
Jorge Osés, logroñés
de 22 años, en quinto del doble grado de Matemáticas e Ingeniería
Informática, cuenta en el descanso que ya está trabajando en Graphext,
compañía que desarrolla una herramienta para el análisis de datos. “Las
empresas”, dice, “valoran tu capacidad para resolver problemas”. Se
metió en Matemáticas porque quería superar un reto difícil. “Ahora sé
que soy capaz de hacer cualquier cosa. Tengo confianza en mí mismo.
Matemáticas es pensar, con presión, y sin una base. La carrera no
consiste en memorizar. Te plantean problemas, te preguntan cosas
nuevas”. Big data, inteligencia artificial, finanzas.
El mundo digital es una locomotora. Y son pocos quienes tienen la llave
para amasar la harina de este nuevo universo regido por el cálculo.
Según Osés, “es más fácil contratar a un matemático y enseñarle economía
que contratar a un economista y enseñarle matemáticas”.
El veterano catedrático Antonio Córdoba, director del Instituto de Ciencias Matemáticas,
describe un nuevo tipo de criatura: “Ese centauro que forma el
matemático con su ordenador es el espécimen más innovador que existe
ahora mismo en la ciencia”. Siempre ha habido interacción de las
matemáticas con todo, añade. “Pero desde la Segunda Guerra Mundial, y
con la aparición de los grandes ordenadores —por cierto, creados por
matemáticos—, ha ido in crescendo”. Córdoba compara la
disciplina con una pirámide en cuyo vértice superior se encuentran los
investigadores. Los matemáticos más creativos, personas que piensan en
problemas sin necesidad de una aplicación en el mundo real. Pero sin los
cuales no existirían avances en otros campos. Por debajo se encuentra
la matemática aplicada. “Es este segundo estadio, el de la aplicación de
los modelos matemáticos a ingeniería o economía, el que ha crecido”,
dice. “El big data está muy bien. Pero se basa en teorías
desarrolladas en la cumbre”. Ese es el propósito de este reportaje: un
recorrido por las secciones de esa pirámide para entender el papel de
las matemáticas en la revolución tecnológica.
María Pe, tras la
clase de Estructuras Algebraicas, pone ejemplos de cómo las matemáticas
se anticipan a menudo décadas o siglos a las aplicaciones: de la
geometría riemanniana para descubrir la relatividad a los espacios de
Hilbert para formalizar la mecánica cuántica. El pequeño teorema de
Fermat, añade, fue durante siglos objeto de pura contemplación
intelectual sin que nadie vislumbrara aplicación alguna. Hasta que en
1979 se usó como base para la criptografía que hoy sustenta el cifrado
en las telecomunicaciones. Otro ejemplo reciente: los polinomios de su
compañero el profesor Luengo. El despacho de Ignacio Luengo, catedrático
de Álgebra en la Complutense, se encuentra en la última planta de la
Facultad y en él reina un caos de libros y folios con fórmulas escritas a
mano. Es experto en singularidades. Durante siete años ha estado
trabajando en un sistema de encriptación capaz de resistir la potencia de cálculo de un futuro ordenador cuántico.
Para evitar que, cuando aparezca, toda la información que circula en la
Red, y que hoy permanece cifrada gracias al teorema de Fermat, quede al
desnudo. Presentó su protocolo (tres páginas llenas de polinomios) a un
concurso público del Instituto Nacional de Estándares y Tecnología
(NIST) de EE UU y aún se encuentra en fase de valoración. En su opinión,
“ahora el mundo se está dando cuenta de que las matemáticas están por
todas partes. Todos saben lo que son los algoritmos. Gobiernan la
estrategia de grandes empresas y también nos ayudan a ligar. Yo terminé
la carrera en el año 1975; en esa época, la mayoría venía pensando que
iba a ser profesor de instituto. Eso ha cambiado. Hoy los alumnos
quieren trabajar en la industria”.
“Ese centauro que forma el matemático con su
ordenador es el espécimen más innovador que existe ahora en la ciencia”,
dice Antonio Córdoba
El primer síntoma del
tirón de las matemáticas en España es el de la nota media para acceder a
la carrera: el corte ha subido del 5,99 en 2014 al 9,26 en 2017, según
un estudio a nivel nacional de la Real Sociedad Matemática Española.
Hay listas de espera en la mayoría de Facultades. Y el número de
alumnos matriculados en sus aulas (entre grados, dobles grados y máster)
ha crecido a buen ritmo: eran 7.369 en el curso 2008-2009 y son 11.526
en el presente, según cifras del Sistema Integrado de Información
Universitaria. (Hay una noticia mala: el porcentaje de mujeres se ha
reducido del 46% al 38%). Los dobles grados de Matemáticas y Física son
hoy la carrera más demandada, en parte por su atractivo y en parte
debido al número limitado de plazas: en la Complutense se exigía para
entrar en 2018 la nota de corte más alta de España,
un 13,667 (sobre 14). Y, entre las siguientes de la lista, también los
dobles grados copaban siete de los diez puestos más altos.
El decano de
Matemáticas de la Complutense, Antonio Bru, recibe en su despacho para
explicar qué está ocurriendo. Sobre la mesa se encuentra la revista Scientific American. Lleva en portada un artículo coescrito por un profesor de la Complutense, David Pérez-García, titulado “The unsolvable problem” (El problema irresoluble). Publicar en esta revista supone un hito importante. “Para Sheldon [el personaje de The Big Bang Theory]
sería un logro”, bromea Bru. El éxito de esta serie, reconocen varios
de los entrevistados, es también parte de la fiebre. El decano explica
que últimamente las empresas se acercan a la universidad para llevarse a
los mejores. “Ayer justo el BBVA fichó a un alumno para temas de big data.
Quieren personas preparadas para responder a problemas difíciles. Que
sepan plantearlos y resolverlos. Con un grado de conocimiento matemático
que permita describir y simular muchos procesos. Un todo en uno capaz
de enfrentarse a casi cualquier problemática de manera eficiente”. Los
salarios en el sector privado son tan competitivos que, según el decano,
“el propio éxito de las matemáticas puede ir en su contra”. Hoy, la
posibilidad de encontrar un empleo estable en la universidad es
reducida. Lo cual desalienta a muchos doctores. Y desciende también el
número de quienes quieren ser profesores en secundaria (en las últimas
oposiciones se quedaron sin cubrir unas 300 plazas de profesores de
Matemáticas, denunció el sindicato CSIF).
“Puede ser el principio de nuestra muerte”, dice Bru. “Porque hay que
explicar bien las matemáticas en el colegio y en la universidad. Y
potenciar la investigación básica. El riesgo es que nos perdamos la
revolución tecnológica”.
2. Big data
La omnipresencia de
Google, el Internet de las cosas, las tarifas dinámicas de Uber y
Cabify, las recomendaciones de Facebook e Instagram. Los datos son el
nuevo petróleo. Y solo unos pocos parecen capaces de dominarlos. El
primer empleo de la canadiense Holden Karau, antes incluso de acabar la
carrera de Matemáticas en Ciencia de Computación, fue desarrollar para Amazon un modelo capaz de discernir entre las dos acepciones de la palabra rabbit en inglés. Una es “conejo”; la otra, “vibrador”. Llegó a ser ingeniera principal de software de big data en IBM. Hoy trabaja para Google,
donde se dedica a enseñar lo que sabe y a supervisar lo que otros hacen
dentro del gran buscador. Tiene 32 años, vive en San Francisco, pero
recorre el globo dando conferencias en las que el contenido resulta un
laberinto futurista. En noviembre participó en Madrid en el evento Big Data Spain.
Salió al escenario vistiendo un largo abrigo de pelo blanco decorado
con luces de colores y una capucha coronada con un cuerno. “Un
científico de datos veterano es un unicornio”, se presentó. “Somos muy
difíciles de encontrar”. Risas entre los asistentes, como preludio de
una charla sobre Apache Spark —un “motor de análisis unificado para
procesamiento de datos a gran escala”, define una web especializada—,
“conductos de información” y “modelos de regresión lineal”. Karau
bromea: “En ocasiones he roto cosas que valen millones”. De nuevo risas,
porque los presentes parecen expertos en el arte de cosechar miles de
datos, tratarlos y explotarlos.
Entre los ponentes y
el público hay representantes del sector financiero, del de seguridad y
defensa, expertos en redes neuronales y fabricantes de software que sirven para la conducción del coche autónomo, para predecir la demanda energética o el trading algorítmico
(un modo sofisticado de operar en los mercados financieros, mediante
procesos automatizados e hiperveloces). Tras la charla, la canadiense
Karau acepta una entrevista. ¿Los matemáticos han conquistado el mundo?
Como empleada de Google, sopesa la respuesta. “Los matemáticos tenemos
un rol mucho más prominente que antes”, asegura. “Pero no diría que
hemos conquistado el mundo. Rebajaría el tono, probablemente porque, si
digo que lo hemos conquistado, aquellos con quienes tengo que cumplir
mis promesas querrían controlar el planeta”. El discurso de Karau es,
por un lado, esperanzador porque los avances tecnológicos, expone,
pueden guiarnos hacia un mundo de tareas automatizadas donde los humanos
viven en paz. Es capaz de imaginar un escenario peor, apocalíptico:
“Uno en el que morimos todos”. Se explica: “El auge de ciertos ideales
está relacionado con los algoritmos de recomendación. Si alguien ve un
vídeo sobre una teoría de la conspiración, y entonces se le recomiendan
más y más teorías de la conspiración, puedes tener a una persona normal
que rápidamente comienza a creer cosas muy estúpidas (…). Las personas
reaccionan de forma intensa a las noticias falsas. Pero eso no significa
que sea la recomendación correcta”. El aspecto de ese futuro dependerá
de nosotros mismos, dice, y del tipo de Gobiernos que elijamos. Por si
acaso, Karau está escribiendo un libro para enseñar a los niños nociones
de computación distribuida (un modelo para resolver problemas de
computación masiva utilizando un gran número de ordenadores separados
físicamente aunque conectados entre sí). “Creo que necesitamos gente que
entienda sobre esto en los próximos años porque aún no sabemos lo que
estamos haciendo”.
“La carrera no consiste en
memorizar. Te plantean problemas, te preguntan cosas nuevas”, explica un
estudiante de Matemáticas e Ingeniería Informática
Varias voces alertan
hoy sobre la algoritmia que nos rodea. Cathy O’Neil, doctora en
Matemáticas por la Universidad de Harvard, trabajó en Wall Street hasta
la crisis financiera de 2008. En 2017 publicó Armas de destrucción
matemática (Capitán Swing), y en una entrevista reciente en este diario
dijo: “Las matemáticas no solo están involucradas en muchos de los
problemas del mundo, sino que los agravan”. El pensador israelí Yuval Noah Harari
alerta en 21 lecciones para el siglo XXI (Debate) sobre la “dictadura
del algoritmo” que podría avecinarse: un mundo en el que las principales
decisiones políticas, económicas y sociales son tomadas por complejos
cálculos de computación que ya muy pocos comprenden, socavando la
libertad individual y generando una nueva masa de desheredados. “Toda la
riqueza y todo el poder podrían estar concentrados en manos de una
élite minúscula, mientras la mayoría de la gente sufriría no la
explotación, sino algo mucho peor: la irrelevancia”.
3. Start-up
Mohamed Umair,
paquistaní de 23 años, pedalea en las calles de Barcelona guiado por un
algoritmo. Trabaja desde hace un año a lomos de una bicicleta para la
compañía Glovo. Glovo es una start-up
que recibe órdenes de clientes que piden algo, sobre todo comida,
aunque puede ser cualquier cosa —condones, una guitarra, flores—, y
envía ciclistas o motoristas a recoger el pedido y llevarlo hasta el
destinatario. Ese proceso de asignación, que determina cuál es el mejor
repartidor para cada pedido optimizando tiempo y distancia, es un
proceso matemático complejo. La solución la calcula un algoritmo y la
ejecutan personas como Umair. “Trabajo todos los días. Unas 8 o 10
horas. Hago una media de 70 u 80 kilómetros. Si la jornada es buena,
quizá 110”, dice el paquistaní. “El trabajo está bien, por los ingresos.
El empleo en el restaurante no era mejor. Aquí gano más, entre 1.200 y
1.500 euros al mes”.
El algoritmo también tiene nombre. Sus creadores lo han bautizado Jarvis, como la inteligencia artificial de la película Iron Man.
Y es una versión afinada del algoritmo húngaro, un método de
optimización desarrollado en los años cincuenta por el matemático Harold
W. Kuhn.
La sede de Glovo en
Barcelona ocupa dos plantas. La empresa nació en esta ciudad en 2015. Su
jefe de tecnología, el canadiense Bartek Kunowski, también dio sus
primeros pasos en Amazon (desarrollando un algoritmo de recomendación).
Sobre Glovo, Kunowski dice: “Somos una compañía tech. Todo está
basado en ciencias de la computación, es decir, en matemáticas”. Habla
del algoritmo húngaro, pero también de los miles de datos que recolectan
y almacenan, con los que pronostican la futura demanda. Y de sus
modelos de machine learning
(sistemas que aprenden automáticamente). Los cálculos se hacen para más
de 60 ciudades de 20 países. Kunowski lidera un equipo internacional de
70 personas; son físicos, ingenieros, matemáticos y análogos, diestros
en computación y código, que han de encajar con la cultura de la
empresa: “Gente a la que le guste la tecnología, resolver problemas y
que adoren las matemáticas”.
Amir Bakhtiari, iraní
de 33 años, es uno de ellos. Estudió Robótica e Inteligencia Artificial
en la Universidad de Teherán. Se fogueó en Google. Hace poco, para un
proyecto interno de Glovo, creó un robot casero que recibía órdenes y
las ejecutaba, una especie de repartidor-autómata de primera generación.
Un esbozo de lo que será, probablemente, el próximo gran salto. Entre
él y otros compañeros explican un poco más sobre Jarvis, el “algoritmo
madre”. Dicen que uno ha de imaginar una matriz de unas 1.000 líneas por
1.000 columnas. “Ver todas las combinaciones posibles exigiría
demasiado cálculo de computación. Este algoritmo lo simplifica. Jarvis
corre cada minuto”. Su aspecto, en realidad, son líneas y líneas de
código. Pero hay una forma de visualizarlo: abren el portátil y muestran
un mapa interactivo de Madrid con múltiples líneas cruzándose. Son los
repartidores y sus destinos en tiempo real. Casi se puede intuir la
matemática moviéndose a toda velocidad bajo la superficie.
4. Supercomputación
El silencio de la
vieja capilla es sepulcral. Hay una enorme urna de cristal transparente
en el centro, y en su interior, como un tótem de nuestra era, se yerguen
hileras de bastidores con miles de chips, nodos y procesadores. Para
acceder a la urna hay que superar una puerta de seguridad. Dentro, el
zumbido de los ventiladores vibra como la sala de máquinas de un barco.
El ambiente es frío, pero si uno abre la espalda de una de las torres se
libera un calor digital. Se ven cables, placas, lucecitas. “Esto es
pura matemática”, dice el ingeniero que lo vigila.
Este supercomputador, el más potente de España y el quinto de Europa, llamado Mare Nostrum IV,
alcanza una potencia pico de 13,7 petaflops, lo cual significa que
puede ejecutar 13.700 billones de operaciones por segundo. Es difícil
imaginarlo. Tampoco sus aplicaciones resultan demasiado comprensibles:
gracias a esta máquina se han podido observar las ondas gravitacionales
que Einstein predijo (el equipo LiGO, ganador del Nobel en 2017 por este
trabajo, realizó parte de los cálculos en el Mare Nostrum).
El supercomputador se encuentra en el campus de la Universidad
Politécnica de Cataluña, en Barcelona, en este espacio que fue una
capilla en el siglo XIX. Un emplazamiento tan exótico que Dan Brown lo usó como escenario de su novela Origen, en la que mezcla guerras de religión y ordenadores cuánticos.
En un edificio cercano se encuentran los investigadores del Centro Nacional de Supercomputación de Barcelona
(BSC, por sus siglas en inglés), centenares de personas entregadas a
las tareas más variopintas. Entre ellos abundan los matemáticos.
Personas como Eva Casoni, de 36 años, doctora en Matemáticas, que se
dedica a la simulación numérica de materiales. Es decir, provoca
desastres aterradores: disecciona aortas y deforma el fuselaje de los
aviones hasta romperlos, pero en un mundo ficticio, el de los cálculos
matemáticos, empleando para ello “ecuaciones con un montón de
parámetros” que solo son posibles de resolver a través de la
supercomputación. La italiana Enza di Tomaso, doctora en Ingeniería
Matemática, trabaja en el departamento de clima y se dedica a simular el
movimiento de millones de partículas en la atmósfera, lo cual resulta
útil para predecir las tormentas de arena —trabaja en coordinación con
la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet)—. Marc Casas y Miquel Moretó,
ambos matemáticos y doctores en Arquitectura de Computadores,
investigan cómo mejorar el rendimiento del supercomputador, planteándose
preguntas tipo: “¿De qué forma el hardware puede ayudar al routine software?”. Construyen modelos, identifican ineficiencias y tratan de arreglarlas. Manejan un lenguaje propio de Juegos de guerra.
“Ahora estamos dentro de Mare Nostrum”, dicen tras teclear unos
comandos. En su opinión, “los supercomputadores son los microscopios del
siglo XXI”.
José María Celá,
ingeniero de telecomunicaciones y director del departamento de
computación aplicada a la ciencia y la ingeniería en el BSC, explica por
qué los matemáticos son clave hoy: “Porque entienden el lenguaje en el
que se expresa la ciencia. ¿Por qué ahora hacen falta más? Porque
existen computadoras”. En su equipo fueron fundamentales para
desarrollar un sistema de exploración geofísica del subsuelo marino a
través de ecografías, gracias al algoritmo RTM. La industria del
petróleo estaba muy interesada en ello. Según Celá, “el algoritmo había
sido descrito en los setenta. Pero ninguna máquina era capaz de
ejecutarlo. Conseguimos hacerlo 14 veces más rápido, usando truquitos
matemáticos. Y de tres meses pasó a poder ser calculado en algo menos de
una semana”. En el ordenador muestra la imagen recreada de un domo
salino en el golfo de México. “Usando RTM obtienes imágenes de las
trampas geológicas, que es donde está el petróleo, bajo la sal. Te dice
con precisión dónde pinchar para extraerlo”. El primer cliente del
proyecto fue Repsol. Y tras la entrevista, Celá se marcha a una cita con
los directivos de una gran compañía del automóvil.
5. La Olimpiada
María Gaspar tiene
mucho que ver con el creciente prestigio de las matemáticas. Catedrática
de instituto y profesora universitaria, es una de las personas más
conocidas en su gremio porque lleva más de tres décadas organizando la
Olimpiada Matemática. Incluso para decir su edad propone un juego:
“Tengo un millón de años en base dos”. En su opinión, este tipo de
competiciones destinadas a la infancia, pero con gran repercusión
mediática, han contribuido al auge de la disciplina: “Antes, los buenos
tenían que disimular”. Gaspar también es profesora de Estalmat,
un proyecto de detección y estímulo del talento precoz. Son clases de
matemáticas puras que se imparten en fin de semana en toda España a
menores sobresalientes. Y también tratan de ir un paso más allá: un
empleado de IBM, por ejemplo, les dio hace poco lecciones de
programación en R, lenguaje habitual en biomedicina y matemática
financiera.
Según Gaspar, las
matemáticas “flexibilizan el coco”. Un viernes de noviembre, tratando de
ir al origen y de entender qué poseen los matemáticos que hoy interesa
tanto, la acompañamos durante la fase cero de la Olimpiada. Centenares
de chavales de entre 13 y 18 años ocupan las aulas de la Complutense, en
Madrid. Han de resolver 30 problemas que exigen pensar, descubrir,
enunciar, demostrar y, casi seguro, equivocarse y volver a empezar.
Según uno de los voluntarios que vigila el examen, y que pasó por la
Olimpiada hace unos años, “esto te da otra visión de las mates”. Con
respecto a la escuela quiere decir, donde a menudo las matemáticas
consisten en resolver problemas de forma mecánica. Eso es probablemente
lo que se va transmitiendo a esta cantera, lo que define a los alumnos
en la universidad y lo que se busca en el mercado laboral.
6. Economía
Es difícil determinar con precisión cuánto aportan las matemáticas al PIB de un país. La consultora AFI está enfrascada en ello, por encargo de la Red Estratégica de Matemáticas (REM).
Los resultados del informe aún no son públicos, pero Pablo Hernández,
analista encargado del estudio, afirma: “Las matemáticas son un driver
del crecimiento a largo plazo”. (En otros países europeos, donde se han
hecho estudios similares, aseguran que las matemáticas contribuyen al
PIB entre un 10% y un 15%, publicó Europa Press).
El analista cuantitativo Juan Féliz Aniel
Quiroga programa millones de cálculos matemáticos diarios para predecir
el riesgo en los mercados financieros
Aparte de consultora, AFI es una escuela de finanzas. Un jueves de noviembre, Carlos López Hernández, de 35 años, trader
en BBVA y exalumno del doble grado de Matemáticas e Ingeniería de
Telecomunicaciones en la Universidad Politécnica de Cataluña, se
encuentra en una de sus aulas. Traza una curva en la pizarra y repasa
conceptos derivados de la ecuación de Black-Scholes con los estudiantes del máster de Finanzas Cuantitativas: call, put, straddle
y “griegas”. Tratan de calcular cómo realizar la cobertura de los
productos derivados cuando las acciones subyacentes suben o bajan. El
profesor colorea una sección: “Esta es la ganancia. Parece dinero
gratis”. Para obtenerlo, prosigue, han de poner en la balanza el posible
beneficio y el coste de oportunidad. Los alumnos le inquieren:
—¿En función de qué tomo la decisión?
—Es puro feeling.
—¿Ahí no hay matemáticas?
—Hay una parte
decisional, que es la parte humana que se incorpora al marco matemático.
El Brexit, el Twitter de Trump… Todos los eventos impredecibles.
—¿Es psicología?
—Es mercado.
Muchos de los alumnos ya combinan estudios y trabajo. La mayoría (el 52% de los que cursan el máster) son matemáticos. Se los rifan en consultoras y en banca. Expertos en modelización, en riesgos, en trading. En genérico, se les conoce como analistas cuantitativos. Quants, en la jerga. Y son claves en el sector desde que las matemáticas colonizaron las finanzas. El periodista de The Wall Street Journal Scott Patterson escribió sobre ellos en su libro The Quants (2010). El subtítulo era revelador: “Cómo una nueva raza de genios matemáticos conquistaron Wall Street y casi la destruyen”.
A este lado del charco, en Europa, Londres es la meca de los quants.
Y para entender la cantidad de matemática que hay en su mundo, el
analista de riesgos franco-español Juan Félix Aniel Quiroga, de 50 años,
muestra su doble pantalla en la sala de mercado del hedge fund
para el que trabaja (SPX; mueve más de 10.000 millones de dólares y su
sede se encuentra en Mayfair, en el mismo edificio que el fondo del
inversor y filántropo húngaro George Soros).
En las pantallas oscilan decenas de curvas. Son precios históricos de
instrumentos de mercado; las recesiones, bien marcadas en rojo. Es todo
lo que permite ver. Sus fórmulas son secretas. Aniel Quiroga, formado
como matemático e ingeniero industrial en Francia, desayuna cada mañana
con el resultado de escenarios simulados que él mismo ha programado para
valorar cómo afectaría a las inversiones. Son millones de cálculos
matemáticos. Test de estrés, se denominan. Escenarios catastróficos. O
cotidianos: “Calculo, por ejemplo, qué ha pasado en cada uno de los días
de los últimos 10 años; y otros muchos test”. Aun así, cree que no se
puede predecir el mercado. “Es imposible”. Pero duerme tranquilo. Pase
lo que pase, dice, “no debería ser peor que lo que yo he calculado”.
La matemática Belén Lerena Guil, canaria de 44 años, desembarcó en Londres en 2005. “Era el boom
del análisis cuantitativo”, dice. Tras doctorarse en la Universidad
Complutense con una tesis sobre magnetohidrodinámica y realizar
estancias en París y Zúrich, regresó a Madrid, a dar clases en la
Facultad. “El sueldo era cada vez más bajo, tenía muy poca estabilidad y
me empecé a aburrir”. En Londres la fichó Royal Bank of Scotland. Pasó
en él ocho años, incluidos los de la crisis, desarrollando modelos en la
sala de mercado. Se dedicaba, en sus palabras, a “poner en matemáticas
productos financieros”. Hoy trabaja en JP Morgan,
el mayor banco estadounidense y uno de los principales del mundo, en el
departamento de validación de modelos. Explica su tarea: “Es como una
función de control, un doble chequeo para ver si los modelos que se
están usando tienen sentido y funcionan bien”. Recibe en la planta 30ª
de una torre de vidrio en Canary Wharf,
uno de los fortines mundiales de la banca de inversión. Preguntada por
la relación entre matemáticas y crisis financiera, Lerena reconoce que
antes de 2008 los modelos no tenían en cuenta la acumulación de riesgo
(la regulación, añade, lo permitía). Hoy, buena parte del cometido de
los matemáticos es el de supervisar esos modelos. “Cuando empecé,
existían los grupos de validación, como en el que trabajo ahora. Pero no
tenían la relevancia de hoy. Lo importante era desarrollar y
desarrollar [productos financieros]. Después de la crisis, esto cambió.
Necesitas tener una buena función de control. Si ves que en un momento
de un estrés del mercado, de una crisis, la volatilidad se va a
disparar, tienes que entender los límites de tus modelos para tener esa
parte cubierta”. Lerena asegura que el auge de los quants ha dado paso ahora a otro nuevo: el del big data. Más abajo, en la planta 7ª del rascacielos, se encuentra una de las salas de trading
del banco. Permiten observarla desde fuera, no acceder a la estancia.
Ni fotografiarla. Al otro lado del cristal se extienden hileras de
ejecutivos, decenas de ellos, sentados en una sala diáfana, con tres o
cuatro pantallas cada uno. Modelizando, comprando, vendiendo. Estresando
variables. Haciendo girar el mundo con ayuda de las matemáticas. Y
apoyado contra el vidrio, ajeno al fabuloso circo de las finanzas, un
limpiabotas saca lustre a unos zapatos.
Fe de errores
En la versión en papel del reportaje, se
publicó de forma errónea la lista de carreras con mayor nota de corte en
2018. La más alta fue el doble grado de Matemáticas y Física en la
Universidad Complutense de Madrid (con un 13,667 y no un 13,73, como se
afirmaba), seguido por ese mismo doble grado en la Universidad de
Santiago de Compostela y en la Autónoma de Barcelona. También se ha
corregido la formación de José María Celá, que es ingeniero de
telecomunicaciones, y no ingeniero industrial.
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https://elpais.com/elpais/2019/01/17/eps/1547719095_960523.html?rel=str_articulo#1559815658040
ESTE DOMINGO, EN ‘EL PAÍS SEMANAL’
Matemáticas: la fórmula que conquista el mundo, este domingo, en ‘El País Semanal’
Conocemos la mentes matemáticas que mueven el mundo, un viaje desde
las aulas hasta las salas de mercado de la banca de inversión; también
una entrevista con Narciso Ibáñez Serrador, el creador del 'Un, dos,
tres' recogerá el Goya de honor el 2 de febrero; y nos adentramos en el
fascinante universo creativo de la artista colombiana Doris Salcedo
Desde las finanzas, la biomedicina o la industria petrolífera, las
mentes matemáticas se han convertido en las más demandadas en la era de
los algoritmos, la supercomputación y el big data. Hay listas
de espera para entrar en la mayoría de facultades españolas. El número
de alumnos universitarios ha pasado de 7.300 hace un decenio a los
11.500 actuales. La disciplina es una de las más prestigiosas y
reclamadas. Las compañías se rifan a sus especialistas, convertidos en
piezas clave de las organizaciones de todo tipo de sectores. En este
número viajamos desde las aulas hasta las salas de mercado de la banca
de inversión en busca de respuestas a la cuestión de por qué las
conjeturas y teoremas están transformando el planeta.
Además, este domingo en El País Semanal nos adentramos en el fascinante universo creativo de la artista colombiana Doris Salcedo, autora de Fragmentos:
una obra por la paz y la memoria que subraya su vertiente activista. Y
visitamos en su casa madrileña a Narciso Ibáñez Serrador para conversar
con un genio de la televisión en España que este año recogerá el Goya de
honor. Y, como cada semana, los columnistas de El País Semanal.
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