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jueves, 6 de febrero de 2020

Crisis, emergencia, apocalipsis-Déborah García Bello

Crisis, emergencia, apocalipsis

Lo llamábamos calentamiento global. A finales de los 90 se popularizó cambio climático. A finales de los años 10 de este siglo triunfó el término crisis climática. En poco tiempo dio paso a la emergencia climática. Antes de que nos acostumbrásemos a esta nueva expresión, apareció una nueva: apocalipsis climático. La emergencia del lenguaje suele usarse para esconder la crisis de las ideas.
Detalle de Inflatable Flowers (Four Tall Purple with Plastic Figures). Jeff Koons, 1978. Foto: Corrado Serra. Fuente
Un nuevo entendimiento requiere del uso de nuevos términos. Así, el calentamiento global se refiere al aumento de la temperatura, mientras que el cambio climático incluye el calentamiento y todos los efectos secundarios que derivan de él: aumento de la frecuencia de los eventos meteorológicos extremos, subida del nivel del mar, acidificación de los océanos, pérdida de biodiversidad, mengua de recursos, empobrecimiento, entre otros. Hubo consenso entre científicos, comunicadores, políticos y lingüistas en el uso de esta nueva y más precisa denominación. Tanto es así, que el IPCC, el organismo de referencia mundial creado por las Naciones Unidas para evaluar la ciencia relacionada con el cambio climático, lleva el término en sus siglas y se refiere a él con esa expresión en todos los documentos oficiales.
No obstante, las recomendaciones actuales en términos de comunicación indican que la expresión crisis climática es más adecuada para referirse a la magnitud y a las consecuencias del cambio climático causado por la actividad humana. Es la expresión preferida por la mayoría de políticos y periodistas. La definición de crisis comprende un cambio profundo de consecuencias importantes. Históricamente se ha empleado la declaración de situaciones de crisis para definir objetivos y tomar decisiones concretas.
Es cierto que el uso de la expresión crisis climática ha coincidido en el tiempo con una mayor conciencia medioambiental. Según los datos, cada vez hay más personas que optan por el transporte público por una motivación medioambiental, que escogen electrodomésticos de bajo consumo, que reciclan, que prefieren materiales reciclados y reciclables, que han modificado su alimentación y su forma de ocio.
A pesar de ello, según el barómetro del CIS, el 60% de los entrevistados creen que los esfuerzos individuales son inútiles si no se toman medidas de carácter global. El 80% cree que es imprescindible que los gobiernos intervengan. Esta percepción se corresponde con la realidad de los hechos. Según datos del Ministerio, el 75% de las emisiones de CO2, el principal gas responsable del calentamiento global, proviene del sector energético. El 27% lo emite el transporte, el 18% la generación eléctrica, el 19% la combustión en industria y el 9% deriva del uso comercial y residencial. Los procesos agrícolas, sin contar transporte, son el 12%, donde el 8% del CO2 proviene de la ganadería y el 4% de la agricultura.
Sin un plan estratégico global concreto y ambicioso, es cierto que el impacto medioambiental de las acciones individuales es despreciable. A esto hay que sumarle que la toma de decisiones que afectan al ámbito privado acostumbra a estar mediada por prejuicios y desinformación. Por ejemplo, desde el punto de vista medioambiental, la cruzada contra el uso del plásticos es anticientífica: usar bolsas de plástico es más sostenible que usar bolsas de papel o de algodón, y el impacto medioambiental de los materiales cerámicos es mayor que el de los plásticos, aunque cause más desasosiego una montaña de basura de plástico que una montaña de basura de hormigón. La realidad es que optar por recorrer 5 km en trasporte público en lugar de hacerlo en coche particular, ahorra más CO2 al planeta que todo el plástico que usarías en un año.
Gramos de CO2 emitidos por el medio de transporte por persona y kilómetro recorrido. Imagen: Deborah García Bello. Datos: Agencia Europea de Medio Ambiente
De poco o nada servirá que cada uno de nosotros se fabrique su propia bolsa de patchwork ideológico, a base de retales de tela de algodón, poliéster y bambú, si no se toman medidas mensurables cuyo impacto real concuerde con las dimensiones del problema.
Según el IPCC, las principales opciones de mitigación del cambio climático radican en el sector energético: mejorar la eficiencia energética y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Esto solo puede lograse, según el IPCC, apostando por el uso de energías renovables, el uso de energía nuclear, y el uso de sistemas de captura y almacenamiento de dióxido de carbono.
Así escrito en un párrafo parece sencillo. Pero la realidad es que cambiar un modelo energético requiere de tiempo y solvencia. Necesitamos gobiernos sólidos y ambiciosos capaces de afrontar inversiones y planes que vayan más allá de los años de legislatura. Por eso no se apuesta por las centrales nucleares, porque pocos países tienen la certeza de ser capaces de soportar el periodo de amortización. Por eso se cierran centrales térmicas sin hacer demasiado ruido mediático, porque el cierre, desde el punto de vista tecnológico es sencillo, y desde el punto de vista del cambio climático es conveniente, pero la gestión del impacto social y económico es harina de otro costal.
Atemorizar a la gente con palabras como emergencia o apocalipsis, sabemos que solo genera miedo, ansiedad e inmovilismo. No quiero ciudadanos actuando como pollos sin cabeza, tomando decisiones que afectan a su bienestar sin ser conscientes de la relevancia de sus actos. No quiero que paguen por sellos ecológicos de kiwis que vienen de Nueva Zelanda, creyendo que ese esfuerzo económico responde a un acto heroico por el planeta. No quiero que restrinjan su alimentación y su ocio más allá de lo simbólico o lo ético. No quiero que cada persona a título individual cargue con la culpa y la responsabilidad de gestionar desde su parcela privada algo tan grande como el cambio climático. Hablo de culpa porque hay quien habla de apocalipsis. Ese juego dialéctico ha pasado de responder a un uso apropiado del lenguaje, a un uso circense. Crisis, emergencia, apocalipsis. Si el lenguaje es importante, uno debería usarlo como si lo fuera.
Sobre la autora: Déborah García Bello es química y divulgadora científica

 

 

 

 

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Lo llamábamos 'calentamiento global'. A finales de los 90, 'cambio climático'.A finales de los años 10 de este siglo triunfó 'crisis climática'. En poco tiempo dio paso a la 'emergencia climática'. Antes de que nos acostumbrásemos a esta nueva expresión, apareció: 'apocalipsis climático'. El colmo.
El caso es que hablar de apocalipsis es como hablar de culpa. O de mártires. Ya me entendéis.
Constantemente se nos dice que todo lo que hacemos para mitigar el cambio climático está mal:
Mejor coche eléctrico, no, mejor híbrido, no, mejor tren, no, mejor barco, no, mejor no viajes. Hagas lo que has está mal.
Mejor bolsa de papel, no, mejor de tela, no, mejor de plástico reciclado, no, mejor no lleves bolsa. Hagas lo que hagas está mal.
Mejor el kiwi ecológico, no, mejor de proximidad, no mejor revisa su huella de carbono, no, mejor no comas kiwi, que no es de temporada. Hagas lo que hagas está mal.
Mejor ropa de algodón, no, mejor ropa de de fibra, no, mejor de fabricación nacional, sea de lo que sea, no, mejor no compres ropa. Hagas lo que hagas está mal.
Constantemente te señalan y te dicen que tienes la culpa, que lo haces todo mal. Y es cierto que a veces escogemos la peor opción, pero la realidad es que generalmente la diferencia es poco significativa.
La razón es el que 75% de las emisiones de CO2 provienen del sector energético. Sin un plan estratégico global concreto y ambicioso, es cierto que el impacto medioambiental de las acciones individuales es despreciable.
Según el IPCC, las principales opciones de mitigación del cambio climático radican en el sector energético. Esto solo puede lograse, según el IPCC, apostando por el uso de energías renovables, el uso de energía nuclear, y el uso de sistemas de captura y almacenamiento de CO2.
No quiero ciudadanos actuando como pollos sin cabeza, tomando decisiones que afectan a su bienestar sin ser conscientes de la relevancia de sus actos.
Lo que realmente necesitamos es cambiar el modelo energético, y eso requiere de tiempo y solvencia. Necesitamos gobiernos sólidos y ambiciosos capaces de afrontar inversiones y planes que vayan más allá de los años de legislatura.
Mientras tanto, lo único que conseguimos cambiando de nombre al cambio climático -crisis, emergencia, apocalipsis- es atemorizar y culpa, pero no resolvemos nada.
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  • https://culturacientifica.com/2020/02/06/crisis-emergencia-apocalipsis/?fbclid=IwAR26MFGjWE4mdFGVxwHQ9fkLFxuFP-RoR6f_TMtZ_lVOv_FGL6WBnoK2n2Q-
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Es dificil convencer a los catastrofistas que no hay solución, se atreven a pronosticar el colapso en 10-20 años. Pero creo que no tienen en cuenta que hay posibilidades que la ciencia avance y encuentren soluciones. Estoy de acuerdo que alarmar a la ciudadania transpasando su responsabilidad es contraproducente, sabiendo que la responsabilidad es de las 100 mayores empresas que contaminan un 70 %.


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