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sábado, 9 de septiembre de 2023

“Cuando un perro y su amo se miran a los ojos, les sube la oxitocina”Jules Howard

 

“Cuando un perro y su amo se miran a los ojos, les sube la oxitocina”

Nací y vivo en la región inglesa de East Midlands, una zona muy aburrida. Casado, dos hijos y un perro. Estudié zoología. Me dedico a la zoología y a la divulgación científica desde hace 20 años. Por mi bagaje científico, considero que los animales merecen los mismos derechos que los humanos. Soy humanista

Jules Howard,zoólogo, divulgador de zoología

Cómo es ser un perro?

Científicamente, la capacidad que tienen para las emociones coincide con la que tienen los humanos.

La población canina en la UE es de 65 millones de canes y sigue creciendo.

La relación ha cambiado mucho en los últimos 150 años, cuando entraron en los hogares y se les dio un nombre, una rutina y se les adiestró. Pero en los últimos 20 años la relación ha evolucionado muchísimo.

Cuénteme.

Para la gran mayoría de propietarios el perro es uno más de la familia y se establecen fuertes lazos. Una de las razones de ese vínculo único en la naturaleza se debe a que ambos hemos evolucionado en grupos sociales, tanto humanos como lobos.

¿Qué nos descubre la ciencia?

Que cuando el humano y su perro se miran a los ojos, les embargan las mismas sustancias químicas: calidez, conexión, apego.

¿Cuándo nos miramos a los ojos nuestras hormonas del placer se disparan?

Sí, lo ha demostrado un científico japonés. Takefumi Kikusui sabía que, cuando una madre se mira a los ojos con su bebé, ambos producen oxitocina, la hormona de la calidez y la felicidad. Kikusui convocó a 30 amigos con perro, y tanto perros como amos tuvieron que orinar en un botecillo.

¿Para detectar la cantidad de oxitocina?

Exacto, y después les pidieron que durante 30 minutos interactuaran con sus perros, los acariciaran, abrazaran y miraran a los ojos con cariño, y repitieron las pruebas de orina.

¿Sorpresas?

Sí, amos y perros que se habían mirado a los ojos con cariño presentaban dosis de oxitocina superiores a los que habían cruzado pocas miradas. Entre los perros que mantuvieron mayor contacto visual el aumento de oxitocina fue del 130%, pero los datos de los amos fueron aún más sorprendentes.

Cuénteme.

El aumento fue del 300%. Que la oxitocina aumente tanto en ambos es un buen indicador de que los perros y los humanos están estrechando lazos sociales, de que ambos se transmiten sentimientos cálidos y positivos.

Perrhijos los llaman ahora.

En 1998 Csányi y Miklósi demostraron hasta qué punto los perros sienten apego por sus amos sometiéndolos a una prueba psicológica que se hacía a los bebés humanos, y comprobaron que la ansiedad por separación era comparable a la observada entre las madres y sus bebés.

Ese es un apego muy potente.

La ansiedad por separación no es un trastorno, es lo que cabe esperar de cualquier relación entre dos compañeros animales dotados de capacidad cognitiva y con un vínculo estrecho.

Aunque lo expresen comiéndose nuestro zapato.

Sí, o defecando en casa, ladrando e incluso vomitando. La mayoría de los perros, cuando los dejamos solos, sufren ansiedad, estrés y trauma, y es preocupante.

¿Las emociones de los perros son como las nuestras?

Nada sugiere lo contrario. La investigación científica que más me sorprendió fue hace unos diez años, cuando observaron por primera vez cómo se iluminaba el cerebro humano en una máquina de resonancia magnética y cómo reaccionaba cuando las personas hablaban o pensaban en personas amadas.

¿Se iluminaba una zona específica?

Sí, el núcleo caudado. Un grupo de científicos de EE.UU. adiestró a perros que vivían en hogares para tolerar la resonancia y les mostraron una salchicha.

¿Festival de luces?

El núcleo caudado se iluminó. A continuación les sorprendieron con la aparición de sus amos y de nuevo el núcleo caudado se iluminó, la misma parte que se ilumina en nuestro cerebro ante los seres queridos.

¿Eso es amor?

Parece que nuestros cerebros están conectados emocionalmente de forma similar, y los sentimientos...
sigue en.....

UN SER MARAVILLOSO

UNA MIRADA CIENTÍFICA AL VÍNCULO ENTRE PERROS Y HUMANOS

HOWARD, JULES

Editorial:
PLANETA, S.A. EDITORIAL
Año de edición:
2023
Materia
Animales de compañía
ISBN:
978-84-08-26932-8
Páginas:
288
Encuadernación:
Rústica
Colección:
GEOPLANETA - CIENCIA

Una mirada científica al vínculo entre perros y humanos, así es ‘Un ser maravilloso’, nuevo libro del divulgador Jules Howard

¿Qué piensan realmente los perros? ¿Qué saben del mundo? ¿Sienten emociones como las nuestras? ¿Aman como nosotros? En ‘Un ser maravilloso’, el divulgador científico Jules Howard aborda el vínculo entre humanos y perros, desde la perspectiva de la ciencia. Lea un fragmento de este interesante libro.

11 de julio de 2023

Que vivamos en una esfera que gira, animada, alrededor de una estrella que arde cuyo nombre solo sabemos nosotros es asombroso. Que los animales hayan evolucionado por medio de un proceso natural sin planificación divina es un concepto demasiado improbable para mucha gente. A veces los comprendo. La vida es realmente demasiado hermosa. Y lo más asombroso sobre la vida en la Tierra es cómo la vida engendra vida. Cómo los animales cumplen con su deber de tropezar unos con otros. Que sus formas de vida se combinan a menudo con las de otros. Que existe la depredación. La competición. El nepotismo. La guerra. Y la paz. Que la suerte de una especie puede ocasionar el auge o el declive de otra. Que existe el mutualismo, por el cual un organismo colabora con otro y como resultado ambos mejoran sus expectativas vitales, como ocurre con los pólipos de coral, que ofrecen refugio a las algas fotosintéticas para que se dividan en su interior a cambio de una cuota pagada en energía; o con la mosquilla polinizadora y las diminutas flores de la planta del cacao. Que en la naturaleza existen el comensalismo (una forma de interacción en la que una especie obtiene un beneficio sin perjudicar ni beneficiar a la otra) y el parasitismo (aquí el coste es mayor). Para mí, que llevo más de veinte años escribiendo sobre animales, lo mejor de la vida está en las interacciones entre los individuos y sus especies. Ahí es donde están las historias.

A lo largo de los años, he celebrado el sexo entre pandas, trazado las uniones fosilizadas de animales extintos, observado con asombro los encuentros amorosos de los espinosos. He contado los juegos sexuales de sapos y ranas, registrado sus combates. He criado cientos de arañitas en peligro de extinción y las he liberado en la naturaleza, como si fueran hijos de ocho patas que abandonan el hogar para ir a la universidad. He observado a través del microscopio a ácaros que viven en babosas, y a babosas que viven en babosas. He visto bonobos practicar sexo con... bueno, con casi todo; a caballos premiados practicando sexo por dinero, y a minúsculos rotíferos que vivieron sin sexo 50 millones de años o más. Y, bueno...

Pero, a lo largo de este período ha existido una relación entre especies que retumba en el mundo natural, y que me ha resultado difícil de ignorar. Es una relación distinta a cualquier otra. Me refiero, por supuesto, a la relación de la humanidad con los perros.

En casi todos los lugares del planeta Tierra donde hay humanos, hay perros; extraños intrusos caninos que entraron en nuestras vidas hace miles de años y que aún no se han marchado. Son el primer animal que el ser humano domesticó, quizá hace ya 30 000 años y, sin embargo, son muy diferentes de otros animales domésticos. Para empezar, en su anterior estado natural los perros eran depredadores peligrosos. Lejos de ser relativamente fáciles de encerrar —como los pollos—, los perros son astutos, sigilosos y atléticos. Significativamente, los perros nos ayudaron a conectar con la naturaleza de una forma que nuestros sentidos humanos no nos permitían. Fueron sus hocicos los que primero olfatearon la cena; cuando cazábamos, eran ellos quienes seguían el rastro de la presa (nunca, en toda la historia del universo, una oveja ha guiado a un grupo de cazadores hasta una presa). Y después está la conexión que tenemos con ellos. Los perros son nuestros amigos, y lo son de una manera que la mayoría del resto de animales domésticos no lo son. Han cautivado nuestros corazones y mentes durante milenios. La suya es una magia extraña y única. Cuando estamos juntos, saltan chispas. Lo nuestro no es parasitismo. No es comensalismo. Tampoco es mutualismo clásico. Es otra cosa.

Esta inusual relación no siempre ha sido de gran interés para los zoólogos. Durante décadas del siglo xx los perros fueron consideraros indignos de un estudio riguroso. Según los académicos, estaban demasiado influenciados por los humanos. Argumentaban que el vínculo entre ambas especies enturbiaba su historia evolutiva, y que era mucho mejor buscar el relato salvaje engendrado por la naturaleza —el lobo gris, de dientes y garras rojos— que el «lobo bobo» que busca restos de comida bajo la mesa de la cocina. Este esnobismo para con los perros se generalizó; y lo recuerdo muy presente cuando empecé mis estudios de zoología en la década de 1990. Para la vieja guardia los perros no merecían atención científica. Centrarse en los perros para comprender el comportamiento evolucionado de los cánidos salvajes (el grupo de mamíferos que incluye al zorro, los perros domésticos, los coyotes y los lobos) era como intentar comprender las adaptaciones de un huevo de gallina estudiando las migas de un bizcocho. Demasiado tarde, decían los científicos. La esencia se malogró hace demasiado tiempo. La humanidad había corrompido a los perros, nos dijeron. Les habíamos borrado todo lo salvaje. Podíamos disfrutarlos, pero estudiarlos no tenía ningún sentido. Con el tiempo esta actitud cambiaría y cambiaría lo que sabemos sobre los animales.

En los últimos años muchos biólogos han vuelto a fijarse en los perros. Según dicen, en ellos podemos ver elementos de comportamientos o características que la selección natural ha ido modelando a lo largo de miles de años de vida salvaje. Lo más importante es que en los perros podemos observar nuevos comportamientos, nuevas habilidades cognitivas, nuevas formas de pensar impuestas por la estrecha relación que nos une.

En la época victoriana muchos científicos estudiaban a los animales para comprender la mente del «Creador». Hoy en día los estudios modernos sobre perros evidencian que ese «Creador» somos nosotros. Un creador (en minúscula) que en la mayoría de los casos ha actuado de forma inconsciente, pero también un creador que no ha trabajado solo. De hecho, ahora vemos que durante la mayor parte de su historia los perros nos eligieron a nosotros igual que nosotros a ellos. Los perros llevan la historia de nuestra unión grabada en sus genes. Pero en algún lugar, en miradas fugaces, también vemos esta unión en nosotros mismos. En nuestra historia. En nuestra sociabilidad. Tal vez, en nuestros genes.

En los últimos dos siglos se ha producido un enorme cambio en la curiosa relación entre humanos y perros. Pero otra época turbulenta da comienzo mientras el lector lee estas líneas. Según Statista, especialista en datos de consumo, ahora mismo la población canina va al alza en la mayoría de países occidentales. Desde el año 2000, la población canina de Estados Unidos ha aumentado un 20 por ciento: ahora asciende a 89,7 millones de perros, y subiendo. En el Reino Unido la tendencia también es alcista: según los estudios anuales de la PDSA, se ha producido un aumento del 20 por ciento en tan solo una década, con 9,9 millones de perros. Alemania registra cifras similares a las del Reino Unido y ocupa el primer puesto en la lista de países de la Unión Europea amantes de los perros. En total, la población canina de la UE es de unos 65 millones de perros, y la cifra también va en aumento: un estudio sugiere que el número de perros en la UE crece a un ritmo de 3 millones de perros cada año. El número de mascotas caninas también va al alza en Australia: en el 2016 había en el país un perro por cada cinco personas, aproximadamente —4,8 millones de perros en total—, pero la cifra sube en 200.000 perros cada año. La tendencia más marcada es la de Canadá, donde entre el 2014 y el 2016 se observó un aumento del 20 por ciento, y ahora hay más de 7,6 millones de perros. Estadísticas como estas muestran que los perros se están convirtiendo en una parte cada vez más importante de la vida de las personas.

En parte porque trabajar desde casa permite a más familias tener un perro de forma responsable, la pandemia de COVID hizo que el número de perros fuera en aumento. Según Google Trends, comparando abril del 2019 (antes de la pandemia) y abril del 2020 (cuando la mayoría de países vivían su primer confinamiento), las búsquedas de «venta de cachorros» prácticamente se doblaron en el primer mundo. Este aumento del interés enseguida se tradujo en el precio de los cachorros: en el Reino Unido, los datos de The Dogs Trust indican que el precio de algunas razas se dobló o incluso se triplicó en aquella época. Un cachorro de dachshund antes de la pandemia costaba, de media, 973 libras esterlinas. Después del primer confinamiento el precio subió a 1800 libras; tras el tercero, rondaba las 3000 libras. Esta brusca subida de precios era preocupante. Las granjas de cachorros —donde los animalitos se crían en masa, a menudo de la forma más fría, cruel y antihigiénica, para obtener beneficios— intentaron llenar ese vacío de forma ilegal.

Para garantizar las mejores relaciones durante este período de crecimiento de la población canina, necesitamos la mejor información posible: los mejores conocimientos, los mejores hallazgos imparciales. Tenemos que ayudar a que la investigación científica (a menudo oculta tras muros de pago increíblemente caros) encuentre un mercado masivo. En otras palabras, necesitamos una ciencia accesible.

Muchos libros sobre perros son complementos para métodos de adiestramiento; guías sobre lo que hacer con tu perro y lo que no. Son guías técnicas excelentes y muy bien documentadas para «conocer» a un perro. Pero ‘Un ser maravilloso’ es otra cosa. Mi opinión es que para calibrar con éxito hacia dónde puede ir la relación entre humanos y perros tenemos que ver de dónde venimos. Tenemos que recordar cómo llegamos a conocer la mente de los perros. Solo entonces podremos preparar y planificar hacia dónde podemos ir después.

Saber qué hacen los perros y qué saben es una cosa, pero saber cómo hemos llegado a comprender todo eso sobre sus mentes es otra totalmente diferente. Pone en contexto nuestra comprensión de los perros y nos obliga a reconocer que lo que sabemos sobre ellos podría cambiar en el futuro, a medida que se disponga de más datos y conocimientos. De hecho, es casi seguro que nuestra relación con los perros volverá a cambiar, esperemos que de forma beneficiosa para ambas especies.

Creo que saber todo esto nos ayudará a ser mejores compañeros de los perros y a conseguir que sus vidas sean lo más felices y saludables posible.

Los perros históricamente han sido amaestrados para cumplir diferentes roles en la sociedad.

Cuanto más compasivos nos hemos vuelto en nuestros análisis de la mente de los perros, más inteligentes nos han demostrado ser. Así de sencillo. He visto que los perros son un mensaje para todos nosotros sobre cómo estudiar la naturaleza, sobre cómo abrir de par en par las puertas del pensamiento evolutivo, sobre cómo calibrar nuestro lugar en el mundo, sobre cómo hacer de este planeta un lugar mejor, quizá, para todas las especies. La calidad de la ciencia mejora cuando tratamos a los animales con empatía. Por eso, las mayores hazañas de las que han sido capaces los perros han ido de la mano de humanos que los conocen y los quieren.

Lo que ofrece este libro es una historia tanto sobre humanos como sobre perros. Sobre cómo al principio tratamos a los perros como objetos, luego como reclusos, después como pacientes, y, finalmente, como compañeros de aprendizaje, socios y algo parecido a copilotos metafóricos de un cohete que vuela más allá de la Luna hacia nuevos horizontes cósmicos.

No obstante, no todas las historias de este libro son bonitas. Sobre todo en sus inicios, y en particular en la década de 1960, los perros a menudo fueron tratados de las formas más miserables y perturbadoras por parte de los investigadores científicos. Para los lectores más sensibles he optado por apartar del texto principal los detalles más escabrosos, relegándolos a las notas al pie y a las secciones de Notas y Bibliografía al final del libro. Pese a que tuve la tentación de eliminar por completo esta información del libro, mi esperanza es que algunos lectores puedan conocer el sufrimiento de los perros desde un punto de vista moderno, viendo hasta qué punto ha evolucionado nuestra relación y recordándonos a nosotros mismos de dónde venimos y a dónde no deberíamos regresar jamás.

Este libro empieza con Darwin. Primero, exploramos la época victoriana y lo que los perros representaban entonces para la ciencia y la sociedad. Asistimos a los primeros experimentos: los perros que usan tarjetitas o que intentan sin éxito manipular palos grandes a través de rejas pequeñas. Consideramos cómo la ciencia descubrió su sentido del olfato, del tacto, de la memoria. Analizamos el maltrato de los perros en la ciencia durante aquella época y el auge de las organizaciones por los derechos de los animales, muchas de las cuales se rebelaron contra las atrocidades que sufrían los canes en laboratorios de instituciones médicas. Trazamos un mapa de la rabia. El declive de los perros callejeros en la mayor parte del mundo occidental. Pasamos de Darwin a Dickens, a las exposiciones caninas, las razas con pedigrí, los perros cocineros. A partir de ahí seguimos avanzando entre Thorndike, Pavlov y Skinner, científicos que creían que todas las peculiaridades del comportamiento canino podían reducirse a simples respuestas condicionadas, algo similar a la idea de «si te gusta, repite».

A partir de aquí, a mediados de la década de 1900, veremos los avances de tres campos de la ciencia que compiten entre sí y que a menudo utilizan perros o dependen de ellos en sus estudios: la psicología, la genética del comportamiento y la neurobiología; tres campos que vieron en los perros un objeto de estudio para aprender sobre el intelecto animal, las emociones, los sentimientos y, por supuesto, la ciencia de la cognición: cómo, exactamente, los animales adquieren la comprensión a través de los sentidos, pensamientos y experiencias. La aportación de los perros en estos campos ha caído en el olvido, por lo que me parece correcto ponerla en valor.

En el último tercio del libro descubrimos los frutos de la investigación conductista moderna: que los perros se reconocen a sí mismos como individuos a través de sus comportamientos de juego, de las respuestas que nos dan y de las interacciones que compartimos con ellos. Luego, en los últimos capítulos, repasamos las primeras décadas de este siglo, un período durante el cual nuestro conocimiento y nuestra capacidad para entender la cognición canina se ha multiplicado casi por diez. Estas décadas tan apasionantes han visto florecer el campo de la antrozoología, de la ciencia ciudadana (canina), de los experimentos en los que los perros no son sujetos, sino compañeros de juego y colaboradores maravillosos.

Muchos de los descubrimientos recientes más asombrosos llegaron de la mano (o de la pata) de perros de familia, de perros con nombre propio. Perros como Oreo, que desafió a una de las mentes más brillantes de la psicología al entender la importancia de un dedo humano que señala. Perros como Flip, el perro callejero acogido por un investigador científico que inspiró toda una nueva ola de estudios sobre la cognición canina. Perros como Marla, un precioso perro pastor adicto a la compañía humana, cortesía de un puñado de inserciones en los genes que codifican la sociabilidad. Y perros como Rico y Chaser, los agudos collies capaces de recordar los nombres de cientos de juguetes, todo en nombre de la diversión. Cada uno de estos perros ayudó a marcar el camino hacia un descubrimiento científico; cada uno de ellos cambió nuestra forma de ver el mundo: cómo veíamos nuestro lugar en la naturaleza y nuestra conexión con otras formas de vida en la Tierra.

  • https://www.elpais.com.co/cultura/gaceta/una-mirada-cientifica-al-vinculo-entre-perros-y-humanos-asi-es-un-ser-maravilloso-nuevo-libro-del-divulgador-jules-howard-1107.html 

Jules Howard, zoólogo: “Los perros y los humanos estamos en sintonía evolutiva, nos hemos adaptado juntos”

 El autor británico publica ‘Un ser maravilloso’, un ensayo sobre cómo el vínculo entre humanos y perros ha cambiado a lo largo de la historia y cómo dio forma a la investigación científica moderna

 La historia de la relación de los humanos con los perros como animales de compañía data de miles de años, y no ha hecho más que estrecharse. Pero no siempre ha sido una convivencia modélica, especialmente en el ámbito científico, donde ha sido un problema ético de primer nivel.

Aproximadamente hace 30.000 años se dio uno de los casos más conocidos de selección artificial en la historia evolutiva de la humanidad. “Los perros pasaron de considerarse objetos y prisioneros, a luego ser amigos e incluso, ahora, a ser miembros de la familia”, comenta sonriente el zoólogo británico Jules Howard (43 años, Northampton, Reino Unido), que en 2022 publicó el libro Wonderdog (perro maravilla, en inglés). El autor lanza ahora la versión en español, Un ser maravilloso: una mirada científica al vínculo entre perros y humanos (GeoPlaneta), de esa crónica histórica y emocional sobre el cambio de paradigma que se ha dado en la relación entre ambas especies. Y de cómo eso ha, incluso, alterado la forma en la que se hace ciencia.

Howard, que responde a EL PAÍS por videoconferencia, estudió biología evolutiva en la Universidad de Liverpool (Reino Unido) y se especializó en ranas, aunque su pasión por la divulgación científica le ha llevado a hablar de todo el reino animal en medios como la BBC y a escribir semanalmente en The Guardian. “He usado la palabra dueño antes, muchas veces, para referirme a nuestra relación con los perros. Pero me he dado cuenta de cómo los investigadores, durante los últimos años, se refieren a los perros como acompañantes o voluntarios en los experimentos y son tratados con dignidad y derechos”, ejemplifica el científico. “Es un símbolo innegable de que la situación ha cambiado”, añade.

Pregunta. En términos evolutivos, la relación humana con los perros es reciente, pero ha sido muy beneficiosa para ambos.

Respuesta. Nunca sabremos cómo empezó, pero podemos ver cómo los perros callejeros viven de las sobras de la comida; lo que lleva a pensar que los lobos, en el pasado, también las aprovecharon bastante bien. Es fascinante la situación de los perros en nuestra cultura ahora mismo, la han invadido a todos los niveles, pueden convertirse en miembros de nuestra familia, y los lloramos como a una persona. Han subido a un nuevo nivel para el que no tenemos una palabra científica todavía.

P. ¿Se puede hablar de codependencia o mutualismo, al ser ambos depredadores que se ayudan?

R. Sí que lo es. Somos dos especies muy sociales. Es verdad que parece que ahí hay una codependencia, aunque no para todos los perros ni humanos. Como si estuviésemos en sintonía, evolutivamente hablando. Sí, creo que en cierto modo nos hemos adaptado juntos, ya que nos producimos estímulos similares unos a otros. Y parece ser que la primera domesticación de cánidos que hicieron los humanos, la primera con éxito, posiblemente ocurrió 20.000 años antes de la domesticación del ganado y el burro o el caballo. Lo que lo convierte una increíble hazaña. Claramente, algo obtuvimos de esa relación con los perros, y eso ha quedado atrapado en el registro arqueológico: hay gente que ya era enterrada con sus perros hace miles de años. Eso sugiere una conexión más profunda.

Fue una relación muy fructífera, que generó una conexión especial, un vínculo. Nos ayudaron a cazar y a vigilar, claro, pero posiblemente también jugaban con los niños, que son patrones que se pueden observar en todas las culturas del mundo, independientemente del continente. El cerebro de los perros es similar al nuestro, como mamíferos. Está adaptado con otros objetivos, pero también son depredadores omnívoros con grandes necesidades nutritivas. Esta necesidad creo que jugó una parte vital en esta relación, como recompensa, durante muchos, muchos años.

P. Respecto a la conexión especial humano-perro, ¿puede ser una forma de percibir toda esa realidad que se escapa de los sentidos humanos? Una manera de acceder a la parte de la naturaleza que nos queda fuera, como que ellos nos abren la puerta a ese otro mundo.

R. Sospecho que es difícil para nosotros imaginar la percepción de la realidad de los perros, basada principalmente en el olfato, esa forma en que interactúan con el entorno a través de sus narices. Si en los humanos hay esta capacidad evocadora de recuerdos, debida al vínculo entre memoria y olor, que nos puede llevar a rememorar nuestra infancia, ¿no será así pero superdesarrollado en los perros? En la última década, en los estudios de resonancia magnética se pueden observar áreas del cerebro de los perros que se iluminan de forma similar que en los humanos. Por eso me resulta un tema fascinante: es ciencia dura, pero también tiene algo de poesía, hay belleza en este tipo de investigaciones.

P. En el libro menciona que resulta problemático afirmar que los animales sueñan, ¿se queda el estudio científico rezagado por prejuicios en una cuestión que quizá está clara para personas que conviven con perros?

R. Sí, es curioso, y reflejo problemas que tiene la ciencia con el reduccionismo. Es interesante, en muchos sentidos. Si vives con un perro, para ti es obvio que tienen sentimientos y emociones. Creo que uno de los problemas que tiene la ciencia es que hace 30 años era una ciencia muy reductiva: operaba con grandes ideas y las reducía a pequeñas reglas para que funcionara. Es una metodología útil, pero que se queda coja y genera problemas al aproximarse a ciertos problemas.

Si partimos de la asunción de que todos los animales son simplemente versiones menos elaboradas de nosotros mismos, seres de menor complejidad o incluso los infantilizamos, a la hora de investigar, es muy difícil de demostrar lo contrario. Los perros me recuerdan a las navajas suizas porque tienen mucha capacidad de adaptación, al ser depredadores, y también todas estas habilidades que les permiten interactuar con nosotros de múltiples formas. Eso es algo muy diferente de otros animales.

La prueba del espejo, la capacidad de un animal para reconocerse en el reflejo demuestra su autoconsciencia, ahora suena ridículo, pero se utilizaba como la medida universal; claro, un perro falla, pero con orina lo harían mejor que nosotros

P. ¿Considera que hay cierto esnobismo en negarse a estudiar cómo siente un animal el mundo que le rodea? En el libro menciona la ceguera de solo querer entenderlos bajo el prisma humano.

R. Hace unos 40 años, la consciencia se convirtió en un gran tema para muchos psicólogos y otros científicos del cerebro. Saber cómo es un animal se convirtió en una cuestión muy importante para la ciencia y, para ser honesto, sigue siendo un tema realmente importante. Los científicos idearon diferentes técnicas, como la prueba del espejo [la capacidad de un animal para reconocerse en su propio reflejo demostraría autoconsciencia] y algunas otras técnicas con las que intentaron averiguarlo. Eso se convirtió en el tipo de ciencia con el que me crie. Ahora suena ridículo, pero antes se pensaba que eran las únicas formas de responder a esa pregunta, que algo como un simple espejo sea la característica definitoria de si un animal se entiende a sí mismo.

Nuevas generaciones de científicos empezaron a desafiar ese paradigma y encontraron razones por las que, probablemente, la prueba del espejo no es la mejor herramienta que tenemos. Los perros no parecen superar la prueba del espejo, pero si les pones orina lo harán mejor que nosotros. Dictar acerca de la autoconsciencia del animal, solo basándote en que falla la prueba del espejo, es un crimen contra nuestra relación mutua

 P. Darwin mismo ya era consciente de esta relación especial, en la época victoriana, y otros biólogos evolutivos del momento también.

R. Hay un universo alternativo en los laboratorios, en el cual si se hubiera seguido esa ciencia de Darwin probablemente habríamos entendido a los perros un poco antes de lo que lo hicimos. Pero no fuimos por ese camino. En aquella época, bastaba la forma de los esqueletos de los diferentes mamíferos para ver un ancestro común del que todos procedemos. Si en eso somos tan parecidos y estamos tan estrechamente relacionados, por qué no íbamos a serlo también en los cerebros. Veo la era de Pávlov como una especie de desvío, en realidad, dentro de esa historia más amplia compartida.

P. El retrato que hace del uso de animales en las operaciones de Pávlov o el conductismo de Skinner no es halagador, incluso para la ciencia del momento.

R. Creo que el movimiento por los derechos de los animales tiene ahora muchas similitudes con el movimiento antivivisección de aquella época. Diría que es de las guerras culturales más antiguas que tenemos en el mundo occidental. Un movimiento que tienen 150 años y que va a continuar.

P. Cita una historia fascinante que escribe Darwin en 1871 sobre un perro que “en la agonía de la muerte, acaricia a su amo, y sufriendo una vivisección, lame la mano del operario [...] ese hombre, a menos que tuviera el corazón de piedra, debe de haber sentido remordimiento hasta la última hora de su vida”.

R. Sí. Fascinante y terrorífica. Él no se mojó en ese debate, aunque probablemente estaba más de parte de los perros. Un compañero mío tuvo que sedar a su mascota porque estaba ya muy mayor y enferma, y me contaba que el animal nunca dejaba de lamerle el pulgar al ir a anestesiarlo para sacrificarlo.

P. De cara al futuro, ¿a dónde irá esta relación?

R. Gracias al conocimiento científico, no volveremos atrás en nuestra relación con los animales, porque ya sabemos mucho. El futuro de la investigación está en entender cómo viven esos animales en sus hábitats. Aunque también es cierto, y ya lo avisan veterinarios y científicos, que habrá problemas de legislación con animales no humanos que tengan más derechos que ahora: los mordiscos son problemáticos, al ser reacciones instintivas, ¿cómo legislarlo si no recae sobre su tutor legal? Lo veo como observador y puede generar conflictos. Lo único que podemos esperar es más información científica y mejores evidencias.

  • https://elpais.com/ciencia/2023-07-15/jules-howard-zoologo-los-perros-y-los-humanos-estamos-en-sintonia-evolutiva-nos-hemos-adaptado-juntos.html

 

 

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