Neuroquímica de la cafeína: fragmento de ‘Tu mente bajo los efectos de las plantas’, el nuevo libro de Michael Pollan
Ell periodista científico Michael Pollan explora el poder neuroquímico de tres derivados vegetales: el opio, la mescalina y el café. Fragmento exclusivo.
Por Michael Pollan, especial para El País
De entre todos los usos que los humanos les damos a las plantas (como sustento, para productos de belleza, en el ámbito medicinal o en la producción de fibras, fragancias y sabores), seguramente el más curioso sea el que hacemos de ellas para cambiar la conciencia: estimular, calmar, alterar o perturbar por completo las cualidades de nuestra experiencia mental. Como la mayoría de la gente, uso a diario un par de plantas con ese mismo fin. Todas las mañanas, sin falta, me preparo una infusión de una de las dos de las que dependo (pues soy dependiente) para despejar mi niebla mental, agudizar mi concentración y prepararme para la jornada. Por lo general, no pensamos en la cafeína como en una droga, o en nuestro uso diario de la misma como en una adicción, pero eso es solo porque el café y el té son legales y nuestra dependencia de ellos está socialmente aceptada. Entonces, ¿qué es exactamente una droga? Y ¿por qué hacer té con las hojas de Camellia sinensis no tiene nada de malo, pero hacerlo con las semillas de Papaver somniferum es, como descubrí por mi cuenta y riesgo, un delito federal?
Todos los que tratan de llegar a una definición inamovible de las drogas acaban encallando. ¿La sopa de pollo es una droga? ¿Qué pasa con el azúcar? ¿Y los edulcorantes artificiales? ¿Y la infusión de camomila? ¿Qué tal un placebo? Si definimos una droga simplemente como una sustancia que, tras ingerirla, produce algún cambio en el cuerpo o en la mente (o en ambos), entonces todas esas sustancias seguramente encajan en la definición. Pero ¿no deberíamos ser capaces de distinguir los alimentos de las drogas?
El asunto se aclara un poco más cuando se agrega el adjetivo «ilegal»: una droga ilegal es cualquier cosa que un Gobierno decida que lo es. No parece casualidad que las drogas ilegales sean casi exclusivamente las que tienen el poder de cambiar la conciencia. O tal vez debería decir el poder de cambiar la conciencia de maneras que van en contra del buen funcionamiento de la sociedad y de los intereses de los poderes fácticos. A modo de ejemplo, el café y el té, que han demostrado de múltiples formas su valor para el capitalismo —sobre todo haciéndonos trabajadores más eficientes—, no corren peligro de prohibición, mientras que los psicodélicos, que no son más tóxicos que la cafeína y bastante menos adictivos que esta, han sido considerados desde mediados de la década de 1960, al menos en Occidente, una amenaza para las normas e instituciones sociales.
Nada relacionado con las drogas es sencillo. Aunque no es del todo cierto que nuestros tabúes sobre las plantas sean completamente arbitrarios. Las sociedades aprueban las drogas que ayudan a mantener el gobierno de la sociedad y prohíben las que consideran que lo socavan. Por eso en las sustancias psicoactivas que elige una sociedad podemos leer mucho sobre sus miedos y sus deseos.
En el caso de la Coffea, cuya área de distribución se había limitado a unos pocos rincones del este de África y del sur de Arabia, su atractivo para nuestra especie le permitió circunnavegar el planeta, colonizando una amplia franja de territorio, principalmente en las zonas montañosas tropicales, que llega desde África hasta el este de Asia, Hawái, América Central y del Sur, y ahora cubre más de dieciséis millones de hectáreas.
Varios de los expertos a los que estaba entrevistando habían sugerido que no podría entender el papel de la cafeína en mi vida, su poder invisible y omnipresente, sin que la dejara y luego la retomara. Roland Griffiths, uno de los principales investigadores del mundo sobre las drogas que alteran el estado de ánimo y el hombre responsable de formular el diagnóstico de la «abstinencia de cafeína» del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5) —para abreviar, la biblia de los diagnósticos psiquiátricos—, me dijo que no comenzó a comprender su propia relación con la cafeína hasta que dejó de consumirla y realizó una serie de autoexperimentos. Me sugirió hacer lo mismo.
La idea aquí es que no puedes describir el coche que estás conduciendo sin detenerte primero, salir de él y mirarlo bien desde el exterior. Probablemente este sea el caso de todas las drogas psicoactivas, pero es mucho más cierto para la cafeína, ya que su cualidad particular radica en que el usuario habitual no siente su conciencia tan alterada o distorsionada, sino normal y transparente. De hecho, para la mayoría de nosotros, el consumo de cafeína en un grado u otro se ha convertido en una suerte de conciencia humana básica. Cerca del 90 por ciento de las personas consume cafeína con regularidad, lo que la convierte en la droga psicoactiva más utilizada en el mundo y la única que le damos a los niños de forma rutinaria (comúnmente en refrescos). Pocos de nosotros pensamos en la cafeína como en una droga, y mucho menos en nuestro consumo diario como una adicción. Es tan omnipresente que es fácil pasar por alto el hecho de que estar bajo sus efectos no nos mantiene en un estado de conciencia, digamos, básico, sino, de hecho, en uno alterado. Es un estado que prácticamente todos compartimos, lo que lo hace invisible.
Así que, por el bien de mi libro y por ti, querido lector, decidí que haría un autoexperimento de abstención.
Tal vez debería haber anticipado el problema. Los científicos ya explicaron con detalle, y yo los anoté debidamente, los síntomas predecibles de la abstinencia de la cafeína: dolor de cabeza, fatiga, letargo, dificultad para concentrarse, disminución de la motivación, irritabilidad, angustia intensa, pérdida de confianza (!) y disforia, el polo opuesto a la euforia. Los tenía todos, en un grado u otro; pero bajo la rúbrica engañosamente suave de «dificultad para concentrarse». Lo que descubrí es que [todo] depende en gran parte de la 1,3,7-trimetilxantina, la molécula orgánica conocida por la mayoría de nosotros como cafeína.
Mi primer día de abstinencia fue con mucho el más difícil; tanto que la perspectiva de escribir, o incluso de leer, de inmediato se hizo inútil. [Son] «síntomas parecidos a la gripe» que, según los investigadores, podrían presentarse. Según los investigadores que entrevisté, el proceso de abstinencia en realidad había comenzado durante la noche, mientras dormía, en el «punto mínimo» de la gráfica de los efectos diurnos de la cafeína. La primera taza de té o café del día proporciona la mayor parte de su poder, ¡su alegría!, no tanto por sus propiedades eufóricas y estimulantes como por el hecho de que está suprimiendo los primeros síntomas de la abstinencia. Esto es parte de lo insidioso de la cafeína. Su modo de acción, o «farmacodinámica», encaja con tal perfección en los ritmos del cuerpo humano que la taza de café de la mañana llega justo a tiempo para evitar la angustia mental inminente provocada por la taza de café del día anterior. A diario, la cafeína se propone como la solución óptima al problema que crea la cafeína. ¡Qué brillante!
Michael PollanEn el siglo xv el café se cultivaba en el este de África y se comercializaba en toda la península arábiga. Inicialmente, la nueva bebida se consideraba una ayuda para la concentración y los sufíes de Yemen la utilizaban para evitar quedarse dormidos durante sus prácticas religiosas.
La hermosa dispersión de la niebla mental que el primer trago de cafeína traía a mi conciencia nunca llegó. En cambio, se asentó sobre mí y no se movió. No es que me sintiera mal —nunca tuve un intenso dolor de cabeza—, pero durante todo el día sentí cierto embotamiento. Escribí en mi cuaderno: «La conciencia parece menos transparente de lo normal, como si el aire fuera un poco más denso y pareciera estar ralentizándolo todo, incluida la percepción». Pude trabajar un poco, pero distraído. «Me siento como un lápiz sin punta —escribí—. Las cosas en la periferia se entrometen y no puedo ignorarlas. No puedo concentrarme durante más de un minuto. ¿Así se sienten las personas que tienen Trastorno de Déficit de Atención?».
Al mediodía estaba de luto por la desaparición de la cafeína de mi vida durante un periodo de tiempo indeterminado. Extrañaba tanto la «taza de optimismo», la misma taza que Alexander von Humboldt, el gran naturalista alemán, llamaba «sol concentrado» (Humboldt tenía un loro llamado Jacob que solo sabía decir una frase: «Más café, más azúcar»), aunque en ese momento me habría conformado con mucho menos que optimismo.
«Lo que extraño —escribí— no es nada parecido a un estado de embriaguez o de euforia, solo el simple regalo de mi conciencia cotidiana normal. ¿Es esta mi nueva línea de base? Dios, espero que no».
Con el transcurso de los días comencé a sentirme mejor; pero todavía no era yo mismo, y tampoco lo era el mundo. Al final de la semana había llegado al punto en que no creía que pudiera culpar a la abstinencia de la cafeína de mi estado mental (y de mi decepcionante rendimiento); sin embargo, en esta nueva normalidad, el mundo me parecía más aburrido. Yo también parecía más aburrido. Las mañanas eran lo peor. Llegué a ver lo importante que es la cafeína para el trabajo diario de rehacernos después del desgaste de la conciencia durante el sueño. Empecé a pensar en la cafeína como en un ingrediente esencial para la construcción de un ego.
A diferencia de las bebidas alcohólicas, el café se popularizó en el mundo árabe debido que no estaba prohibido en el Corán, libro sagrado de esta cultura.
He estado hablando de una sustancia química, la cafeína, pero, por supuesto, en realidad estamos hablando de una planta, o en este caso de dos: Coffea (café) y Camellia sinensis, también conocida como «té», que en el transcurso de su evolución descubrió cómo producir un químico al que la mayoría de los humanos se vuelven adictos. Algunas otras plantas también producen cafeína, aunque en cantidades más pequeñas, como la cola, el cacao, la yerba mate, el guaraná y el yaupon sagrado, que los habitantes del sur de Estados Unidos utilizaron como fuente de cafeína cuando no había té ni café disponibles. Es un logro asombroso, a pesar de que «inventar» esta molécula no era el propósito de la planta, no hay intención en la evolución, solo una gran probabilidad de que ocasionalmente se produzca por casualidad una adaptación tan buena que sea recompensada de manera extravagante: cuando esa molécula encontró su camino hacia el cerebro humano, los destinos de esas especies de plantas y nuestra especie animal cambiaron de manera trascendental.
https://www.elpais.com.co/cultura/neuroquimica-de-la-cafeina-fragmento-de-tu-mente-bajo-los-efectos-de-las-plantas-el-nuevo-libro-de-michael-pollan-0539.html
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